Quijotes desde el balcón

domingo, 27 de julio de 2014

A.N.D.R.E.S.

-"Cuando salga no estará, cuando salga no estará"- Ese era el único pensamiento que tenía Andrés en mente. Y efectivamente. Tras los 15 segundos que aguantaba de respiración bajo el agua, al salir su tío Rafa ya no estaba delante para volver a tirarlo a la piscina.


Cada año era igual. Cada vez que llegaban a la piscina lo mismo. De pequeño (más pequeño aún) le hacía gracia. Pero ya rondaba los 10 años, y eso de los ahogaillos no era ya tan divertido.


Aunque sí que sirvió para algo. Para aprender. Para darse cuenta de que, si no podía impedir que algo sucediese, si que podía meterse bajo el agua y al salir todo habría pasado. No era, en absoluto, el truco del avestruz. No era esperar los conflictos para que se solucionaran solos. Era atrapar la impotencia de no poder tomar parte en él y esconderla bajo el agua hasta que todo hubiera pasado.


Le sirvió a las mil maravillas en el verano del 2010. España estaba a un paso de ganar la copa del mundo. Pero el no podía hacer nada. Veía a la gente desgañitándose en el bar, gritando a pulmón, dejándose las venas de los ojos como las de un halterofílico de tanto esfuerzo. Y todo para gritarle a un simple sintonizador que se limitada a emitir la señal que se le enviaba desde lejos. Sólo podía esperar a que su equipo ganara. No le oirían los ánimos, simplemente jugarían como pudiera. ¿Qué hacer entonces? Pues meterse bajo el agua. Un buen ahogaillo a tiempo es mano de santo. Te abstrae absolutamente de todo: del ruido, de las imágenes, de los saltos... El mundo se paraliza y se deforma a través del agua. Y al salir... guau!!! Un chaval pálido como la tiza había elevado a la selección a lo más alto!


Años después no tuvo tanta suerte. Al salir del agua durante esos partidos resultó que aquel paliducho no estaba por la labor, y perdió su equipo, el de su selección. -"Tienes que animarlos, aunque pierdan"- le gritaban en el bar. ¿Para qué? No me oyen, no están aquí. No puedo hacer nada. Sólo ver como pierden o esperar, tras un buen ahogaillo, que al salir todo esté perfecto.


Y se acordaba de su tío Rafa. Acababa de pillalrle el truco. No se iba de la piscina porque él hubiera dejado de existir al meterse en el agua. Se iba para hacérselo creer. Por un lado lo había convertido en un ćrédulo confiado de que los problemas del mundo se solucionarían mientras él estaba en su acuática ausencia. Aunque por otro lo había librado de la triste agonía de ver como algo pasa y no poder hacer nada para remediarlo.


Pero ya, a sus 10 añazos, era plénamente consciente que qué mundo le rodeaba. Y no era ni agradable ni halagueño ni esperanzador.Los últimos recortes del gobierno habían dejado la sanidad y la educación a niveles prácticamente neardentales. En África había mil guerras que no aparecían en ningún periódico ni informativo. Gaza estaba siendo reducida al tamaño del pasillo de la casa del mandatario isrraelí.


Y fué entonces cuand ose le ocurrió. Claro que un ahogaillo no le evitaría ver como el mundo se desmoronaba poco a poco. Un ahogaillo no, pero... ¿Y un ahogaazo? (¿Existe?) Uno lo suficientemente grande como para durar más de 15 segundos. Más que un penalty. Más que un avance informativo. Más que una reseña en el periódico de rigor.


Un gran poder conlleva un gran responsabilidad, igual que un gran ahogaillo conlleva una gran piscina. Aprovechó los miles de solares desiertos que había, consiguó de una obra abandonada una buena retroexcavadora y procedió a hacer la piscina más grande del mundo. Le fué tiempo en ello. Y bastante. Para finalmente tener un charcho enorme dónde darse un ahogaillo de meses.


Pero duró 15 segundos. Y no sólo eso, sino que los pocos que se animaron a hacerlo duraron como mucho 30. El problema no estaba en el agua, estaba en la resistencia.


Aprovechando que en el solar donde había creado su enorme charco no había nada más, creó varias aular un formó una escuela de "ahogaistas sin fronteras". En ella reclutaba a todo aquel que, queriendo cambiar las cosas, sabiendo como cambiarlas, no tenían sin embargo la opción de hacerlo. No era gente que quisiera huir de los problemas, muy al contrario eran quienes querían conocer los reusltados, pero evitándose los tristes procesos.


Ideólogos, filósofos, creativos, ingenieros, albañiles, profesores... no podía ser un grupo más variopinto. Y la misión era clara: promover una solución y comprobar el resultado. Sin necesidad pruebas ni sacrificios. Llegó a tal la cantidad de gente que se unió a su piscina, que llegó a tener una superficie similar al océano pacífico.


De hecho así se denominó, el auténtico océano pacífico. En él no sólo no había guerras ni conflictos. Muy al contrario, bandos encontrados quedaban en el charco, planteaban sus posiciones y, tras unos 30 segundos de inmersión, salían a la superficie con todas sus creencias replanteadas.


Era más terapeútico que político. Al tener la obligación de plantear su parecer, cada posición repensaba qué quería tanto como qué podía ofrecer en la negociación. Por otro lado, los 30 segundos de inmersión y absoluta abstracción les permitía pensar tranquila e infinitamente en su posición y la del contrario. Y al salir parecían una aplicación de ajedrez por computadora: habían jugado todas las jugadas posibles en su mente y, como dijo Joshua, ĺa única maner ade ganar era no jugar.


Apenas un par de décadas después del mundo había cambiado completamente. Para evitar conflictos se habían habilitados decenas de miles de charcos para ahogaillos. En cada uno de ellos se metían los grupos enfrentados, los países, los equipos... lo que fuera, pero se metían por parejas. Así al salir lo primero que veían sería la cara de su adversario. En el 90% de las veces lo que veían era muy distinto a lo que tenían en mente .La introspección subacuática les daba una perspectiva hasta entonces imposible.


Era la única norma que existía: todo conflicto se debería de resolver en el mismo charco y en el mismo ahogaillo. No se permitía hacerlo por separado. Y las decisiones que de ahí salían, dado su carácter de espontaneidad y sana inocencia, se establecerían por encima de cualquier otra tomada hasta entonces.


Los llamaron Ahogaillos No Divisibles pero Reales y Eternamente Sabios. Así fue como este mísero planeta pasó del más que certero fin a la cohabitabilidad y convivencia que vivimos hoy en día. Gracias a A.N.D.R.E.S.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Muy bueno Rafa, muy bueno...

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