Odio
que me mientan. Lo he odiado siempre. Tal vez por eso me metí a detective
privado: para castigar a quien trapacea. Yo miento fatal, que es aún peor. Tal
vez sea la causa de que siempre estoy de mala hostia, para que no se me note
cómo me muerdo la lengua cuando engaño.
Por
eso llegué ese día un poco antes a la oficina del señor Jones. No quería
pruebas de que su mujer le era infiel. Buscaba las fotos de ella con el
director de la empresa que estaba a punto de comprar. Que me usen es aún peor
que mentirme. Por eso llegué antes a su oficina.
Tenía
el discurso ensayado. Cada palabra, cada entonación. Iba a dejarle las cosas
bien claras y a cobrar algo extra por las molestias. Tan ensimismado estaba en
mis pensamientos que tardé en reaccionar ante el disparo. Corrí hacia la puerta
y allí estaba el muy cabrón con un agujero en la frente. Nadie en la habitación
y un revolver en la mesa. Me disponía a cogerlo con un bolígrafo cuando escuché
la puerta cerrarse detrás de mí. El instinto de supervivencia es mayor que los
protocolos policiales, así que apunté con la misma arma girándome hacia la entrada.
Odio
que me mientan. Más aún que me utilicen. Y mucho más no saber quién está
puteándome. Allí estaba la señora de Jones, mirándome con la misma satisfacción
con la que se mira la ficha larga del Tétris. -”Bueno, bueno, señor detective”-
comenzó con su discurso de mala de la película -”Es una pena que sus huellas
estén en el revólver con el que acaban de matar a mi marido. Una pena para
usted, claro. Ahora permítame que me vaya. Tengo mucho que arreglar con mi
abogado. Por cierto, ya no tiene que seguirme más. Gracias por las fotos.
Páseme la minuta que ya le pagará mi... ¿Cómo lo llamaba usted en los informes?
Ah, sí, mi “querido”. Au revoir, y
suerte con las explicaciones.”-
Si
suelo poner cara de mala hostia para que no se me note mentir, la de gilipollas
que tenía entonces debía ser todo un espectáculo. Para espectáculo el que tenía
delante: un muerto, un arma, un motivo, oportunidad... Y aun taladrándome el
tímpano la insoportable voz aguda de la ya viuda de Jones y su “au revoir”. ¿”Au revoir”? Jajajaja valiente pringada. Una llamada, un taxi en la
puerta y cuatro coches de policía en el aeropuerto.
Odio
que me mientan, y mentir. Sobre todo porque hay gente incapaz de callarse nada,
y menos una buena noticia. Dos billetes se compraron para París con la VISA del
Jones. Pensé que serían para celebrar su éxito. Nada más lejos, era para
celebrar el de ella. El muy imbécil terminó cornudo, poniendo la cama y hasta pagando
las escapaditas románticas.
Al
final el tonto muerto y los malos en la cárcel. Y yo bebiendo, porque me
encanta el whiskey y soy tirando a alcohólico. Ahí tampoco os voy a mentir.
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