Quijotes desde el balcón

martes, 25 de abril de 2017

Tesoro de la biblioteca

por Santiago Campos

Solo había que ir a la Biblioteca de Alcalá la Real
Le habían hablado de un lugar donde había muchos libros juntos. No tenía más de diez años pero estaba solo en la ciudad, tratando de aclimatarse y de camino comenzar el Bachillerato. Vivía con una familia formada por una madre con tres hijos, y a veces le invadía la nostalgia y pensaba en el pueblo donde había dejado la mitad de su existencia.

Aquel día iba sin rumbo fijo, y atravesó la calle principal, que le llamaban el Llanillo, había un conjunto de casas con fachadas de piedra en la plaza del Ayuntamiento y una estatua que representaba a un tal Juan Martínez Montañés que miraba a la Casa Consistorial. Algo le intuyó para dirigirse al edificio de enfrente, donde un reloj grande daba las horas. En una cincuentena de pasos franqueó las puertas; y al fondo a la izquierda vio como una mujer de mediana edad hablaba a unos hombres y mantenían una conversación acalorada.

De pronto, se dio cuenta que aquella habitación, grande y con ventanas verticales enormes, estaba llena de volúmenes de libros. Abrió la puerta, de cristales, y no dijo nada, sus ojos fueron pasando por todas las estanterías atestadas de libros, había de todas formas y colores. Comenzó a leer los lomos y un sinfín de títulos le llegaban a su pequeña cabeza. Había una música que él nunca había escuchado, era rara pero le gustaba, se repetía una palabra: María... María... María, y retumbaba en aquella sala, con un olor penetrante que venía de aquella mujer que estaba sentada y presidía la mesa.

No sé cómo, pero el niño se fue acercando a la mesa principal, su cara iba cambiando de color y en el último momento giró de dirección y se dirigió a la ventana de enfrente que daba a la plaza; había unos libros rectangulares, grandes, de varios colores, tomó uno en sus manos y leyó: Las aventuras de Tintín. Sus páginas se fueron abriendo y había dibujos en colores y letras que se podían leer. Aquellos nombres se hicieron realidad en su mente: Tintín, Milú... tenía un par de hombres con bombines negros, había automóviles, carreras, aventuras; comenzó a leer y buscó un sitio donde sentarse y seguir leyendo. El libro era interesante, lleno de aventuras divertidas que nunca había sentido.

El tiempo pasó sin darse cuenta y aquel libro le cambió el semblante, pero las puertas de la habitación se iban a cerrar y tuvo que abandonar aquel instante de dicha. Volvió sobre sus pasos, sus pies se dirigieron por la calle General Lastres, hacía el Paseo de los Álamos; no dejaba de pensar en aquellos personajes, pero tenía que irse a comer, lo esperaba la familia nueva donde se hospedaba. Por la tarde se fue a jugar al fútbol a las Escuelas de la Safa, no estuvo afortunado y falló casi todo lo que intentó. Se fue cansado para su habitación y se quedó dormido, en aquella nube aparecieron los personajes del libro que había tenido en sus manos por la mañana, y jugaba con ellos, formaba parte de la aventura, podía volar, ir de un sitio a otro, coger la mano de Tintín y correr con Milú.

Aquel fin de semana volvió a su pueblo, en aquel autobús desvencijado con una baca enorme donde se colocaban decenas de paquetes. Estaba ansioso de contarle a su amigo Abelardo que había libros de cuentos y aventuras y que estaban al alcance de la mano, solo había que ir a la Biblioteca de Alcalá la Real.

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