Quijotes desde el balcón

domingo, 8 de abril de 2018

La futilidad de lo mundano vs. La trascendencia del ser

por Pilar Gámez

Yo he visto cosas que vosotros no creeríais. Atacar naves en llamas más allá de Orión. He visto Rayos-C brillar en la oscuridad cerca de la puerta de Tannhäuser. Todos esos momentos se perderán en el tiempo... como lágrimas en la lluvia. Es hora de morir.
Blade runner
Empiezo a sentirme bastante cansado. Tengo la sensación de haber vivido una eternidad. Tal vez verdaderamente sea una eternidad, pero según el tiempo del cosmos tampoco es tanto tiempo. ¡Tiempo! Recuerdo a mis hijos, la importancia que le daban a este. Puse demasiadas expectativas en ellos, es verdad, pero los amaba, ¿cómo no hacerlo? ¡Eran mis hijos! A veces los echo de menos, estaba siempre muy atareado con sus tribulaciones, y ahora estoy un poco aburrido, aunque he aprendido a pasar el tiempo fisgoneando en la vida de mis vecinos más cercanos. Les di todo lo que necesitaban y, sin embargo, nunca les pareció suficiente. Por eso acabé con ellos.

¡Me he esforzado tanto toda mi vida! Y llegado ya el ocaso, me siento solo, aunque, en realidad, si lo pienso detenidamente, siempre lo he estado.

Me gusta darle vueltas y más vueltas al pensamiento, buscando razones y fundamentos de todo, ¿a ustedes no? Desde mi posición privilegiada sería fácil pensar que tengo todo el saber en mi haber, pero ¡qué va!, nada más lejos de la realidad. Cuando empecé a tener un poco de cabeza para entender en donde estaba metido me sentía un vitalista, de ahí mis hijos, seres vivos que con sus propias fuerzas explicarían todos los procesos biológicos. Más tarde, los hechos me llevaron a ser un existencialista. El conocimiento de la realidad para mí se basaba en la experiencia inmediata de mi propia existencia, por eso quité de en medio a mi prole. Y ahora me he convertido en un nihilista de manual. A pesar de mis años y mi experiencia en este mundo, no he llegado a comprender nada, y es que estoy seguro de que no hay nada que comprender. Me han coronado rey y ascendido a las glorias de la divinidad, pero lo cierto es que no soy más que uno de tantos que vive siguiendo las leyes de la física y que, como todo en este mundo, está llegando a su fin. "Somos destinos de muerte", leí una vez por ahí. Tengo curiosidad por saber qué sucederá después, pero no estoy seguro de que vaya a saberlo.

Tanta charla me está agotando. La charla y el sobreesfuerzo que tengo que hacer últimamente en mi expansión engullendo materia. La Tierra iba en el último lote que me he tragado. ¡Claro!, de ahí que me haya acordado de mis hijos. Hacía bastante que no pensaba en ellos. Desde que perecieron abrasados tras la aterradora tormenta que provoqué, todo ha estado en un absoluto silencio que me ha permitido descansar, reflexionar sobre mi existencia y dormitar, y es que habían generado tanto ruido que era imposible echar una siestecita. Tan sólo, de vez en cuando, el silencio es sobresaltado por alguna explosión aquí o allá, o las cosquillas provocadas por el paso de algún cometa.  Me ha entrado la nostalgia de aquellos tiempos. Nostalgia, y un poco de tristeza. Soy consciente de que no soy más que un avatar sin importancia del cosmos, próximo a generar nuevos estados de la materia mía propia y de la de mi alrededor. Pero siento tristeza al pensar que cuando ya no pueda más y de mí no se desprenda ya ni el más mínimo rayo de luz y calor, y sólo sea frío y oscuridad en estos que fueron mis dominios, el recuerdo de todo lo que crearon esos incautos humanos, su música y su poesía, su amor y también su odio, sus grandes obras maestras y sus más aberrantes miserias, desaparecerá para siempre en la vasta inmensidad del misterioso espacio que tengo ante mí. 


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