Quijotes desde el balcón

domingo, 26 de agosto de 2018

Historia de una gárgola

por Apolo 

Mucho se ha escrito sobre la Fortaleza de la Mota, sobre su historia y sus leyendas. Pero quizás haya una desconocida para muchos, olvidada por el paso de los años para otros, que cuenta la historia de una joven víctima del desamor y los celos.

Este relato comienza en una casa señorial, la de Alvar, del barrio de Santo Domingo donde vivía Beatriz, una joven de portentosa belleza junto a su madre, pues su padre había muerto enfermo de tuberculosis, quedando la esposa viuda a los pocos meses del casamiento. 

Beatriz era una joven morena de pelo azabache y ojos oscuros y profundos. Muchos caballeros habían intentado, sin suerte, conquistar su amor pero ella, uno a uno, los iba rechazando. Parecía como si gozase haciendo sufrir a sus pretendientes, como si le divirtiera el sentirse deseada e inaccesible. Beatriz sabía que tarde o temprano debía comprometerse con algún hombre, pero antes se conformaba con jugar con ellos.

Una mañana la madre de Beatriz le comunicó que recibirían la visita de un hombre que cambiaría sus vidas. Beatriz, como siempre curiosa, le preguntó quién era el misterioso caballero, a lo cual, su madre respondió que era el hijo de un rico comerciante de telas que estaría un tiempo en casa de un familiar y se había interesado por el negocio de su difunto padre.
- ¡Hoy todo debe ser perfecto para nuestro invitado! -dijo la mujer mientras organizaba la casa, y mandaba a la doncella al mercado.
Llegado el mediodía, un extraño llamó a la puerta. Cuando Beatriz la abrió se encontró frente a frente con un joven alto, moreno, de ojos verdes y elegantemente vestido.
- Por favor pasad, Señor Gonzalo, estáis en vuestra casa -dijo la señora haciéndole ademán de que entrara.
- Gracias Señora de Alvar. Debo deciros que sois encantadora -respondió el caballero.
Mientras Gonzalo y su madre charlaban sobre negocios durante la comida, Beatriz no dejaba de mirar al apuesto joven y cada vez que lo hacía sentía en su interior un deseo incontrolable de estar junto a él.
- Hoy es la noche de San Juan y estaba pensando que quizás os gustaría acompañarme a bailar -preguntó Beatriz con tono dulce y seductor.
- Por supuesto -respondió con contundencia Gonzalo-, sería un placer bailar con tan bella joven.
Cuando llegó la noche Beatriz se puso su mejor vestido y maquilló sus labios y ojos. Esperándola, junto a la puerta, estaba Gonzalo que al verla le cogió la mano y la besó. Juntos  fueron a la plaza, donde trovadores y juglares cantaban mientras los jóvenes danzaban alrededor del fuego. Bailaron y bailaron durante toda la noche y allí, bajo la luz de la luna y al calor de la hoguera, se declararon amor eterno.

Después de aquella velada los encuentros entre ambos se hicieron cada vez más frecuentes. Los besos ya no eran suficientes y los jóvenes amantes dieron rienda suelta a sus pasiones y a sus deseos más desenfrenados. Beatriz estaba comenzando a experimentar emociones que nunca antes había sentido. Hasta hace poco veía el amor como un juego frívolo e intranscendente, pero ahora todo había cambiado. El amor tenía un nuevo significado y ese significado era Gonzalo. Sin embargo, todo estaba a punto de cambiar. Una mañana, al salir hacia la Iglesia, oyó a unas mujeres hablar del compromiso de Gonzalo con la hija de un Marqués. Beatriz, sin creerse del todo la noticia, se fue corriendo a casa del joven, y al verlo salir le echó en cara:
- ¡Me juraste amor eterno! ¡yo te entregué mi corazón!
- Yo jamás te juré nada -respondió con indiferencia-. ¡Ahora déjame! Tengo que ir a conocer a mi futura esposa.
Beatriz no podía dar crédito a sus palabras. ¿Acaso su amor solo había sido un engaño? ¿Acaso sus promesas eran mentira? ¿Cómo había podido entregarse a él de esa manera?

Desde aquel día nunca más volvió a verlo y Beatriz nunca fue la misma de antes. Se recluyó en su casa. No quería ver ni hablar con nadie. Se pasaba las noches llorando y nadie, ni siquiera su madre, hallaba el consuelo para su desdichado corazón. Y así como una flor que se va desojando, se fue apagando poco a poco hasta quedarse sin vida.

Dicen que a Gonzalo la vida no le sonrió, pues dos de sus hijos murieron al nacer y él mismo murió asesinado durante un combate. Tal vez sea el pago por haber destrozado el corazón de Beatriz.

Sea como fuese, verdad o invención, si hoy usted mira hacia las gárgolas que hay en la torre de la Iglesia Abacial, verá una con aspecto de mujer. Es Beatriz que desde las alturas se convierte en un aviso para los enamorados. Una advertencia de que hay que ser precavido con el amor, pues al mismo tiempo que da la vida, puede causar el mayor de los tormentos. 

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