Quijotes desde el balcón

miércoles, 21 de septiembre de 2022

Mi investigación, mis informantes y yo (por Jon Sigurdur)

 

Hay personas que no saben tomar la vida en serio. Son capaces de estar tocando música o escribiendo poesía mientras el fuego convierte Roma en ruinas. No pueden contar noticias de sus amigos y familiares sin imitarlos, burlándose de ellos y adornando los acontecimientos con chascarrillos. Para esta gente, cada anécdota les aporta bastante inspiración para hacer, por lo menos, una canción o en algunos casos una ópera entera. Basta con cambiar una bombilla en una farola de su pueblo para que ellos se pongan a producir un musical sobre el suceso. Son incapaces de escribir un informe oficial sin llenarlo con chistes y burlas. 


A lo mejor ese defecto no se debe a una inmadurez, sino a una búsqueda por la felicidad, la cual, para esta gente, consiste en ser como un niño con zapatos nuevos. Por eso, a menudo parecen borrachos en los ojos ajenos o drogados o simplemente mentecatos. Sin embargo, a veces pueden dar la impresión de que son completamente cuerdos y por lo tanto hay algunos casos donde estos individuos se han encontrado en altos cargos, justo donde un niño adulto nunca tendría que hallarse. Son ineptos para puestos directivos debido a su tentación de dirigir con el corazón y no con la mente. Todavía peor se les da las investigaciones ya que van desde el grano por las ramas, buscando solamente lo que ellos ven divertido, aunque escasee totalmente de importancia. Pedirles que hagan algo que no es jovial es pedir peras al olmo. 


Hasta recientemente se desconocía el origen de la disfunción, aunque algunos psicólogos de ocio habían escrito y hablado sobre el tema como si fuera ciencia cierta. Tampoco faltaron las especulaciones de los escritores y otros artistas que divertían a la gente con este tema tan delicado. Pero que quede claro, los científicos no habían desvelado el misterio en el cuerpo del paciente que luego se manifestaba como trastorno en la sociedad. Por eso, fue un gran logro, que me impresionó enormemente, cuando la empresa genética española ReCode, anunció que había encontrado el gen que causa este síndrome, a veces llamado síndrome de Peter Pan. Sorprendentemente, descubrieron que dicho gen es más común en unas zonas que otras. Es decir, que escasea en ciertos lugares mientras sobra en otros. Gradualmente trazaron el gen este en una abundancia asombrosa en un pueblo aislado en los fiordos del oeste de Islandia donde, coherentemente, los habitantes se comportaban como si estuvieran todos los días de feria. Fue entonces, cuando la empresa española reclutó a unos antropólogos, yo entre ellos, para investigar los individuos de dicho pueblo y en especial a los que padecían del recién descubierto gen que ahora le ha sido dado el nombre científico B-13. 


En la primavera de 2014 me instalé en la Universidad de Islandia en Reikiavik que coordinaba el proyecto. Ahí me presentaron a Hallvarður Indriðason, que resultó ser un hombre mucho menos complicado que su nombre, el cual dirigía la investigación y tuvo también la labor de inspeccionar el trabajo de los antropólogos españoles. Me recibieron bien y me dieron un despacho y acceso a laboratorio y otras comodidades de la universidad. Tras duros preparativos me trasladé al pueblo donde el B-13 habita, llamado Bildudalur, y ahí disponía de una oficina en un edificio que también albergaba un museo de monstruos marinos. Aunque la convivencia con los bildudalenses no acabó de la mejor manera tengo que decir que admiro su habilidad de no dejar el aislamiento cerrar las grilletas sobre sus tobillos gracias a una imaginación hiperactiva que les permite viajar por playas sureñas, bosques tropicales o donde les apetezca a sus tremendas ganas de vivir. También pueden convertir cualquier choza en palacio y un bacalao en burro si tal cambio favorece a la diversión. Este talento viene sobradamente bien, ya que puede resultar difícil, para los trescientos habitantes, salir de su lugar puesto que las carreteras están cerradas a cal y canto durante largas temporadas en el invierno e ir con el avión es adecuado únicamente para los más valientes. De hecho, fue el transporte que elegí, en mi ignorancia, para mi llegada y sigo sin querer ver un avión, aunque fuese en pintura, a consecuencia de aquel viaje. 


A pesar de parecer muy ajeno a todo lo que fuera español hay un dato importante que vincula este lugar, tan exótico, a mi patria: Fue construido solamente para dar techo y trabajo a los que se dedicaban a la pesca, y a las labores relacionadas a ella, en el siglo XIX. ¿Y quién consumía luego este pescado que llegaba a las varas de Bildudalur? Pues sí, los españoles. Igualmente, en su apogeo exportaba bacalao directamente a ciudades como Bilbao y Barcelona. Es decir, el pueblo, a lo mejor, debe su existencia a España y a las ganas de los españoles para un buen bacalao. Esta exportación llegó a su fin definitivamente cuando Islandia privatizó el caladero con la consecuencia de que grandes empresas de otros lugares se ocuparon de la pesca mientras las fábricas de Bildudalur, y otros muchos pueblos, iban a banca rota. Este cambio fue uno de lo más impactantes de la historia reciente del país. 


Hasta el momento del comienzo de la investigación había recibido varios reconocimientos importantes en mi carrera, pero ser participante en un proyecto tan importante, cuyo resultado todo el mundo científico esperaba con expectación, fue un gran honor que aceleraba a todas mis ambiciones. Sin mencionarlo, había puesto mi ojo en un alto cargo en España tras concluir mis tareas en Islandia, creyendo que mi estancia ahí en el norte iba a ser un salto grande hacia los altos estratos universitarios. La realidad fue, sin embargo, muy distinta. Llegué a España, tras mis aventuras islandesas, hecho una catástrofe personal y académica. Conforme avanzaba la investigación, mi imaginación vigorizaba hasta que parecía el mismo Don Quijote, mi alma se abría frente a todos los poderes naturales y me hizo frágil como una flor en el viento y mi mente empezó a sufrir por una severa despreocupación que luego aniquilo mi investigación. Al principio estos cambios de carácter me ofrecían grandes alegrías pero luego resultaron en hipersensibilidad, mal humor y hasta depresión. Mi comportamiento tomaba imprevisibles direcciones en varias situaciones, hasta en un momento llegué a insultar a pobre Hallvarður por el simple hecho de haber puesto guisantes en mi plato. Lo tomé como un insulto puesto que Bildudalur es famoso por sus guisantes, que ya no son enlatados en el pueblo, y todo lo que me recordaba a este maldito lugar me enfurecía. Por eso tire los guisantes al suelo y el inspector los miraba asombrado mientras corrían por las baldosas como unas bolas de bingo.  A veces me encerraba en el despacho de la universidad y nutria mi cólera con maldecir a este pueblo y a sus habitantes que habían destrozado mi investigación y arruinado mi reputación. Pero a nadie deseaba un lugar más hostil, más quemador y más bajo en el infierno que a mis dos informantes: Elfar Logi y Jon Sigurdur. Ellos fueron sinónimos de desdicha. 


Por desgracia, mi mayor responsabilidad en todo el proyecto era investigar a estos dos individuos, que padecían ásperamente de los síndromes causados por el B-13. Parecía pan comido puesto que ambos hablaban español. El único inconveniente era que Elfar Logi vivía en otro pueblo a cien kilómetros de Bildudalur pero Jon Sigurdur vivía en España lo cual me permitía venir a menudo a mi país con el pretexto de entrevistar a bildudalense ese expatriado. El otro aprendió nuestro idioma mientras estudiaba teatro cómico en Madrid en los noventa. Ambos tienen el gen B-13 y padecen de su síndrome. La meta de mi trabajo era entender como es la niñez de unos pacientes que no quieren salir de ella. Laboriosamente, empecé a coleccionar datos sobre estos imbéciles, perdón por el lenguaje, y de pronto tenía un cúmulo importante de material hasta que un día me enteré de que todo fue en vano. Es decir, me di cuenta, un mal día, de que meses enteros de trabajo solo me habían servido para convertirme en un chiste en los pasillos de la universidad. Cuando Hallvarður solicitó ver mi trabajo me inventaba cualquier cosa para posponer la entrega para que no se hiciera oficial mi hecatombe. Muchas veces he estado a punto de poner fuego a este montón de papeles que he transcrito de largas grabaciones con los dos subnormales estos pero algo en mis entrañas me lo impedía siempre. Esto cambió una noche cuando ya me habían ingresado en un reformatorio para alcohólicos donde intentaba llegar a mi propio ser otra vez pisando el camino de la vida con los doce pasos, como llaman el manual de los embriagados que buscan recuperar sus vidas. Uno de los dichos doce pasos te obliga a perdonar la gente que te ha amargado la vida y sanar las ásperas vivencias que luego te llevaron al dominio de Dionisos. Fue entonces cuando empecé a revisar estos datos, lo cual me llevó a la conclusión de adaptarlos a lectores españoles y publicarlos y gracias a ello los tienes ahora editados entre tus manos. Son, en su mayor parte, historias de los dos pacientes bildudalenses que revelan el misterio de cómo es crecer y llegar a la edad de adolecente padeciendo del dicho síndrome. También revela cómo llegué a arruinar mi carrera y las consecuencias que la aventura islandesa tuvo para mí personalmente. Además, el lector podrá ver mi análisis antropológico sobre los protagonistas y su aislado pueblo. Aunque gran parte de mi trabajo puede parecer cómico quiero subrayar que se trata de una investigación seria y académica.


Antes de todo quiero destacar el punto más polémico de mi trabajo. En mi primera entrevista con Elfar Logi sucedió algo que marcaría todo el proceso. Al principio no se mostraba muy dispuesto a hablar sobre su niñez lo cual fue decepcionante, por no decir, desesperante. La presión fue muy alta y cualquier cosa que dificultaba el trabajo me sacaba de mis casillas. Pero la solución no tardó en presentarse. Un día le estaba enseñando mi péndulo y el paciente lo miraba fijamente hasta quedarse hipnotizado. Desde aquel momento hablaba hasta por los codos y no titubeaba a contestarme fuera la pregunta que fuera. Para mi asombro, necesitaba utilizar el mismo método con Jon Sigurdur que tampoco me iba a hablar hasta que balanceaba mi péndulo frente a sus ojos. A partir de entonces las entrevistas de ambos fueron sobre ruedas. 


El comer y el rascar, todo es empezar y ahora que he confesado mi controvertida metodología les hago llegar las historias una tras otra. La primera es fruto de una entrevista con Jon Sigurdur, bajo el efecto que he explicado anteriormente, donde él cuenta como se hizo amigo de Elfar Logi en edad temprana.



b-13


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