Quijotes desde el balcón

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domingo, 18 de septiembre de 2022

Horquillas de plastico

 

 

Fotografía: https://www.instagram.com/carlosdiazfotografia71/



   —No estás solo. –le repetía Sofía día si y día si.

Brais llevaba años hablando con teclas y aplicaciones de móvil. El péndulo de esperanza que le vendieron desde la primera hostia que le dieron en su escuela católica ya rujía de dolor por oxidación.

Aquellos bloques de piedras perfectamente cuadriculadas unas con las otras se habían convertido, a la par que el pelo de Brais, en blanquecinos recuerdos desgastados por el paso de pisadas que nunca se detendrían para bucear en mares sin señalizar.

La arena del reloj, desgastada por el roce, cada día bajaba con más velocidad a cada giro. Las decisiones de Brais, con el tiempo, dejaron de ser decisiones, tan solo vaivenes de viento que de vez en cuando refrescaban su corazón, nunca su mente.

Una mañana, mientras paseaba por los alrededores de su casita de campo, vio como una gallina, chiquituza e insignificante entre las demás, saltaba sin mirar atrás la alambrada de la jaula donde vivía y salía corriendo por la alameda de enfrente hasta perderse en el horizonte. Brais se quedó inmóvil hasta que sus ojos tan solo veían un puntito moverse hacia la libertad, su libertad, su impulso animal.

Con escalofríos y las lágrimas saltadas comprendió al instante lo que la vida le estaba diciendo con aquel pellizco de realidad.

Al día siguiente, en el buffet de comida rápida donde echaba dos turnos seguidos cada día seis días a la semana, comunicó a su jefe que se iba, que dejaba el trabajo en dos semanas. 

   —Me voy Nuno. 

Éste, callado y pensativo durante unos escasos segundos tan solo le contestó, con la frialdad propia de saber que había currículums de sobra sobre la mesa a diario para reemplazarlo.

  —Avísame el día de antes que liquidemos cuentas.

Ni una simple pregunta, ni porqués, ni adóndes ni cómos.

Aquella mañana de finales de agosto con Brais en el túnel de embarque hacia Zúrich, las nubes se esforzaban por intentar llorar, cargando de melosa pomposidad literaria la marcha de aquel coruñés amante de su tierra, de su gente y de los olores a confianza y espacios abiertos.

   — ¿Qué estoy haciendo? ¿Qué estoy haciendo? – se preguntaba atragantándose con su propia saliva amarga, mientras miraba fijamente la pantalla donde se mostraba el trascurso del vuelo y los pocos kilómetros que faltaban para aterrizar.

En el tercer piso del número 53 de la calle Bahnofstrasse. Brais tocó al timbre con los dedos como sacudidas de tierra entre dos placas tectónicas. Una voz fresca y veloz le preguntó en alemán:

   —Wer? ¿Quién es?

   —Soy Brais respondió con una sonrisa de oreja a oreja.

Tras unos escasos segundos de silencio, sin destinatario ni remitente, se oyó un tartamudeante:

   — ¡No, no, no, no! Esto no lo hemos hablado nunca, esto no es así. No, no, no Brais no te abro.





¡No, no, no, no! No te abro.


sábado, 25 de febrero de 2017

En nombre del amor

por Mari Carmen Arenas
Quería gritar pero no encontraba su voz
Comenzó a correr a toda prisa. Sus pulmones se hinchaban y deshinchaban al ritmo de sus pasos acelerados, sentía el corazón palpitar a toda prisa. La sensación que estaba experimentando era indescriptible: una armoniosa mezcla de dolor y paz. Una combinación absolutamente antagónica entre felicidad y tormento. Sentía que no era momento para volver atrás. “Atrás ni para coger impulso”, se dijo a sí mismo. “Estas cosas solo se hacen cuando quieres a alguien de verdad” o “Es un acto de amor, la quiero más de lo que nadie podrá quererla jamás”, eran las palabras que se repetía una y otra vez a sí mismo para anular su conciencia y autoconvencerse de que lo que había hecho, estaba bien hecho.

jueves, 23 de febrero de 2017

Meili

Meili se bajó la falda presurosa, pero ya era tarde, sus muslos habían estado a la vista de todas aquellas personas durante unos segundos interminables.

Ideal para quererse en silencio

- ¿Vendrá tu amigo Brais a la “Comida de Fía”*? –Preguntó el padre de Meili-.
- ¡Sí , le dije que se viniera, que nos divertiríamos bastante! -Contestó ésta, con una sonrisilla de oreja a oreja.-

Desde su inicio, su enamoramiento estuvo camuflado de amistad. Sus familias eran conocidas en el pueblo, sobre todo los Castro; destacando el gran carácter (mala hostia, vaya) del padre de Meili.

miércoles, 15 de febrero de 2017

El recuerdo de un amor

Un relato de Ricardo San Martín Vadillo
Paré mi coche frente al semáforo en rojo y miré a ambos lados, de forma mecánica, sin ánimo de buscar nada ni a nadie.
De pronto, al ver a la conductora del ciclomotor, me asaltó el pasado. Esa cara… Llevaba un casco rosa, pero reconocí su tez blanca, su mentón afilado, sus pestañas larguísimas. Grité por la ventanilla: -¡Miriam!
Cambió el semáforo a verde y oí el pitido del taxi que estaba tras de mí. Aquella cara linda de la motorista se volvió, miró a través de la ventanilla y me vio. El segundo pitido fue prolongado y apremiante. Oí la voz del taxista:
- ¡Arranca ya, pasmao!
La conductora de la motocicleta dudó un momento y, a continuación, hizo un gesto que interpreté como “sígueme”. Y eso hice; en medio del tráfico denso conduje atento a los coches, pero sobre todo pendiente de la espalda de la chica que había creído reconocer.
Ella paró unos diez minutos después, en una isleta, junto a una marquesina para la espera del autobús. Se bajó de la moto y se acercó a mi coche: - Hola -dijo y esbozó una tímida sonrisa.
Nervioso, me bajé del coche y me aproximé a ella: -Miriam… ha pasado tanto tiempo. Te marchaste sin despedirte, sin darme una explicación… Tú… Yo, yo…
-¿Y tú, Fernando? Te veo bien… Tan, tan… como siempre.
Entonces nos besamos. Un saludo de compromiso, un choque de mejillas y un “muac” al aire.
Ambos coincidimos en un breve: -Dime, ¿dónde…?
Fue en ese momento cuando llegó el autobús e interrumpió el incipiente intercambio de lapsos de vidas, de recuperación del pasado. Mi coche y la moto de Miriam ocupaban la parada y el conductor hizo sonar su claxon y con la mano nos indicó que retirásemos ambos vehículos.
Nos miramos angustiados, presionados por la realidad del momento. Para hacer todo más estresante se oyó el pitido agudo, prolongado, del guardia de tráfico que con gesto imperativo nos decía que nos retirásemos de allí. Forzados por la situación, nos subimos cada uno en nuestro vehículo. De nuevo fue ella la que me indicó: - Sígueme, buscaremos un sitio donde aparcar y poder hablar.
Asentí. Partió ella y tras su estela yo. Pronto el tráfico fue, de nuevo, un mar de coches, motos y alguna bicicleta. Estuve a punto de atropellar a un peatón por ir sólo pendiente de su moto. Ella miraba constantemente en su retrovisor; estuvo a punto de chocar con un coche que frenó delante.
Y, de pronto, sucedió, por mi derecha un coche me adelantó y lo maldije a la vez que perdía de vista el casco rosa. Pitidos, frenazos, voces…
Miré delante y aceleré con dos maniobras arriesgadas. Nada. -¿Dónde estás, Miriam? Empecé a dudar. -¿Va ella delante de mí o la he dejado atrás? Miraba a ambos lados sin verla, al espejo retrovisor, adelante. Cientos de coches, decenas de motos, pero ni rastro de Miriam.
Al cabo de quince minutos de errático conducir, me detuve en una nueva parada de autobús con la esperanza de ver llegar por detrás o regresar de frente el ciclomotor de Miriam, su casco rosa, su esbelta figura, su fino mentón, su piel nívea, sus negros ojos.
Pero nunca llegó y me quedé preguntándome dónde nos habíamos perdido la primera vez en nuestras vidas y esta segunda; esperando que un día cualquiera de intenso tráfico me devolviera la oportunidad de un nuevo encuentro. 

Así conduje muchos días, más pendiente de los ciclomotores y los cascos rosa que de la seguridad del tráfico. Sin embargo, nunca volví a encontrarla.

¡NO OS ENAMORÉIS, ES UNA TRAMPA! (Enrique Hinojosa)

¡NO OS ENAMORÉIS, ES UNA TRAMPA! 
(Enrique Hinojosa, desde Ítaka con amor... o desamor)


"esquivad corazones y cupidos, no os miréis a los ojos o también caeréis"



¡Es una trampa! ¡No os enamoréis! 
Huid, vivid escondidos, recluidos, 
esquivad corazones y cupidos 
no os miréis a los ojos, o también caeréis. 
Dejad el amor de lado 
escondedlo en un rincón 
o ahogadlo con la botella… 
Recordad esta norma:  
Y es que sólo hay una forma 
De evitar la tentación: 
Caer en ella. 

Y ya me estremece de nuevo, 
arrebatador,  
agridulce animal invencible: 
el amor. 
Si los astros hoy nos dejan  
Casablanca es anfitrión 
de escritores que reflejan 
con palabras su afición. 

Estos relatos  desesperados 
sólo quieren que los lean 
buenos lectores que fantasean 
personajes despechados. 

Disfrutad, soñad con fantasía 
escuchad atentos, reíd sin mesura, 
desterrad la pena y la amargura, 
levantad las copas y brindad con alegría. 
Porque después del amor,  
inevitable,  
me estremece de nuevo,  
devastador, 
despiadado animal insensible:  
el desamor. 

lunes, 13 de febrero de 2017

Lo tuyo soy yo


Un cuento de Elena Santiago (España, 1941)
Adaptación por J.Alfredo Luque

Lo tuyo soy yo. ¿No ves que te sigo hasta cuando no muevo los pasos? Que soy como esas uvas colgadas de septiembre que se van haciendo primavera hasta la llegada del otoño, y pasan los inviernos colgadas de una vara en el cuarto de arriba de tu casa, cerca de esa ventana con reja que no corta el aire ni la libertad. Que tras ella, casi al alcance de la mano, está el paisaje rendido de oro y cobre como una fantasía imaginaria.
No son palabras lo que escribo sino abrazos. No te dibujo un campo y unas vides jugando a ser uva colgada, negra, blanca, dorada, pero iré diciendo que te siento aún más en este tiempo rendido del otoño. Me recoges y me llevas contigo y vivimos el calor, también llegado el invierno, y es que tú me proteges más cuando más frío padezco. Me veo como ese hilo lleno de luz que llega de esa ventana con reja. Me dejas el aire para que respire hasta saciarme. Me tomas entre tus manos y acaricias la piel, dulce, todo como si fuera una uva jugosa y suave.
"A su tiempo, madurarán las uvas..."
La tomas en la mano, la miras y la acercas a los labios. La saboreas, la comes, la llevas dentro de ti soñando que me escondes para que nadie me aleje de tu lado. Porque lo tuyo soy yo.
Llego a tu casa, caldeada por el último sol. Ese tan dorado y quieto que, sin prisa, irá desapareciendo al atardecer. Esperará velando la claridad, y sólo se ocultará cuando ya dentro de la casa, llegue la hora de los besos.
Somos septiembre, somos el mismo paisaje y tenemos la misma puerta. Nos gusta desde niños vendimiar las uvas y comer un pan con cualquier cosa entre sol y sombra, entre silencios y algún vuelo de pájaro retrasado que aún queda.
Al regresar me llevas a la fuente, al jabón basto y fuerte y me lavas las manos como a una niño. Quizá, es entonces cuando más te amo y te desamo. Porque me devuelves la infancia y me pasas tus manos deslizándose en el jabón con caricias y fragancias sutiles.
Y ya, al sillón más confortable. Tal vez tomamos un café o una bebida que aplaque el cansancio. Porque caminar hemos caminado largo trecho juntos, entre los escaramujos finales y algunos espinos agresivos que nada tienen que ver con nuestros pasos. La tarde llena de sol ha sido borrada de los cristales, del pelo y de las caras, aunque siga el breve reflejo interior, mientras ya casi la luz del campo es sólo una bola inmensa tras el monte.
No tomo nada, ni quiero más que tu presencia .
Te sientas a mis pies, olvidando la taza de café en la mesita pequeña. Tocando el pelo, lo enredo en mis dedos, a la par que toco tus pensamientos, sonriendo porque entiendo que todos llevan mi nombre.
He de escribir al periódico, que trae diariamente malas noticias. Que sepa el mundo que el amor y el desamor necesitan de grandes titulares. Que entre guerras y violencias, maltratos y horrores, está el amor calmado aquí mismo en septiembre y dispuesto a seguir en el tiempo. Que el desamor, solo se cura con amor, más allá de lo que escriban en la prensa.
Me abandonas unos momentos, dices. Hay que encender la chimenea en la hora justa para que la habitación no decaiga y se queden los muebles tiesos. Mas yo no, porque me traerás aquella manta a cuadros, de lana, que nos cubre, como una pradera cálida.
Antes de que enciendas la vela perfumada de flores malva que hacen malva el rincón de la pared, te digo que te amo y te desamo. Y cuando acabas y regresas a mi lado, vuelvo a decirlo.
Con qué afecto. Con qué contenido gesto amoroso, asientes. Realmente lo tuyo, soy yo.
Pero tú, lo eres de mí. Casi quiero llorar de contento, maldito desamor, querido.

El Antiamor



Anselmo disfrutaba cada viernes soltando en el bar su misma homilía.  En ocasiones cambiaba el tema, unas veces era sobre el cine actual en general, otras sobre el español en general, otras sobre la música, sobre la arquitectura o incluso sobre el ritmo de los semáforos. En cualquier caso siempre compartía el odio por todo con los que tenía alrededor.

Todo era malo, pésimo, nada digno de él. No es que solamente se quejara, es que además exponía su razonamiento a todo el mundo quisiera o no quisiera escucharlo.

Aquel viernes, en concreto, venía de ver una película española en el cine. Salió raudo de la sala para coger sitio en el bar de enfrente. Siempre solía sentarse justo en el centro, para tener asegurada su audiencia. Una vez la gente se sentó comenzó su habitual disertación:
     -Vaya desperdicio de dineros. Si es que el problema es mío, que parezco tonto. Me gasto los cuartos en una peli española para ver lo de siempre: hablando de la guerra civil, un par de travestis, entre una y tres tetas y poco más. Vamos, una vergüenza-

Aquel viernes fue diferente. En lugar de quedarse todo el mundo callado o bien darle la espalda, alguien se le acercó a hablar. Adela había estado en la misma sala viendo la película y no tardó en contestarle:
     -¿Y de la vocalización? ¿Qué me dices de la vocalización? Parece que todos los actores hablan con una papa en la boca. Bueno, llamarles actores es mucho decir, e insinuar que están hablando en lugar de rebuznando casi más.-

Rápidamente se giró en el taburete para encontrar a aquella replicante justo al lado. Ambos odiaban la vida y el mundo por igual. Iban al mismo bar desde hacía meses y siempre se pedían lo mismo: “ponme una croqueta de esas que parecen hechas de piedra pómez, y la cerveza, por tus muertos, que esté al menos fresca, que bastante asquerosa sabe ya para encima templarla”.

Eran todo odio, y eso los unió. Aquella noche de viernes pasaron por varios PUB’s a tomar unas copas. Evidentemente todas eran de garrafón, y cada antro tenía una música peor que la anterior.

Compartieron su odio y criticaron todo lo criticable. A la familia pesada que no paraba de meterse en sus vidas, a la poca familia política que habían tenido (obviamente) y deberían de haber besado el suelo por el que pisaban. Ambos odiaban a muerte la música moderna y la rancia, la clásica y la contemporánea. Incluso compraban por internet porque odiaban a cada dependiente o tendero con el que se habían encontrado.

Disfrutaron como nunca lo habían hecho antes. Anselmo veía en ella algo extraño. Más que ver lo sentía. Sentía como cuando de pequeño le metieron unas sardinas crudas en el bocadillo para gastarle una broma: mitad asco mitad placer.

Tan contento y amargado a la vez estaba con esas conversaciones que de repente se le escapó un –Adela, te quiero-

Adela lo miró de reojo y le dijo –Ya has tenido que cagarla. Estaba convencida de haber encontrado a alguien con quien odiar el mundo, pero ya veo que eres como todos, sólo buscar el amor-

Y dicho esto se fue calle abajo con la esperanza cada vez más lejana de encontrar el odio verdadero que siempre había anhelado.

domingo, 12 de febrero de 2017

XANA (por Álvaro Morales)

XANA
 Álvaro Morales García

 Despertó de aquel mal sueño,de aquella pesadilla; inquieto, con un fuerte dolor de cabeza pero sobre todo en la mayoría del cuerpo, no sabía cuanto tiempo había estado durmiendo. 

Desde el primer momento preguntó por ella a las enfermeras que lo cuidaban. ¿Donde está mi mujer? ¿Por qué no ha venido a verme? Me gustaría tanto verla....

 Ellas le decían con un tono de tristeza; (se a ido, se marchó) y el les respondía desesperadamente  (¿tan mal lo he echo con ella? El último día que estuvimos juntos, íbamos a cenar y ahora estoy aquí solo,me a dejado... no recuerdo nada. Por favor,decidme que a pasado). 

Salió del hospital,por fin podía andar y olvidarse de aquella cama que le había tenido postrado tanto tiempo,se cumplía un año; precisamente un 14 de Febrero desde que nunca más la volvió a ver. Aquella noche una botella de whisky fue su fiel compañera y amiga que tanto le faltaba, la que le daba calor y que por momentos le hacía olvidar a su mujer.

 Los días pasaron rápidos entre la visita de amigos,familia y vecinos...por un lado felices de verlo recuperado aunque por otro tremendamente tristes y dubitativos sobre los hechos que pasaron aquel trágico día en el que todo cambió para el, las noches como después comprobó, no pasaban tan rápido, donde los minutos parecían horas en su triste y solitario piso.

 La primera noche su olor impregnaba la almohada, soñó con ella, como si la tuviera al lado, se despertó entre lágrimas y sudor, no creía que aquello hubiera terminado así de repente,que toda su felicidad junto a ella hubiera terminado bruscamente sin saber a ciencia cierta lo que pasó.

 Un día más de visitas interminables,cháchara y cuchicheo de familia, mientras el andaba absorto buscándola en sus pensamientos.

 La segunda noche por más que quiso,no pudo dormir, los buenos momentos, las fotos, sus cosas, las discusiones.... todo se amontonaba en su cabeza y en la pequeña mesa que tenía en su salón, extrañamente aún la notaba al lado, acompañándolo.

  Otro día de más visitas, amigos y gente que no había visto en su vida o que simplemente ni recordaba y que para nada importaba ahora en su vida. 

La tercera noche; entre sueños, habló con ella, susurrándole al oído que no lo dejara solo en el vacío. Pero con una caricia se desvaneció como la suave brisa del mar al amanecer y una vez más el olor del perfume que ella utilizaba inundaba toda la habitación.

Por fin ya no tengo que soportar las visitas de la gente, ahora tan solo la espero a ella; pensaba.

  La cuarta noche notó como su puerta se abría lentamente y algo o alguien se sentaba a su lado y lo acariciaba mientras estaba dormido,notó su cálido tacto sobre su piel, la tranquilidad y al momento le inundaron los buenos momentos que vivió con ella.

Se quedó esperando a que alguien más tocara a su timbre, a que su mujer apareciera,le diera un beso y le mostrara su sonrisa cada vez que llegaba del trabajo, pero todos sus deseos fueron vanos cuando oscureció y de nuevo llegó la solitaria noche.  

La quinta noche se presentó ante el otra vez en un sueño y le dijo que no podía seguir así, que debía de dejarla partir ya que de lo contrario nunca podría irse para siempre, pues no quería sufrir por el.

 El entonces comprendió que lo había dejado para siempre,que esta sería la última noche que lo acompañaría,pues cuando despertó tenía encima de aquella mesita abarrotada de fotos y recuerdos, la ropa y el anillo de su mujer. Sabía que todo aquello había acabado y que una gran parte del amor que sentía por su mujer se marchó tras ella.

Sabía que todo aquello había acabado.


 Aquella misma tarde fue a visitarla, ya que desde que ocurrió aquel trágico accidente que sesgó la vida de su mujer y como estaba en coma no pudo asistir al funeral y dándole las gracias por haberlo acompañado hasta su total recuperación, depositó unas flores al pié de su tumba y la dejó marchar para siempre, para no volverla a ver ni en sueños nunca más.

La Norma (por Beatriz Lizana

La norma
(Beatriz Lizana)

Su boca en mi oreja y la lengua en el cuello. Las manos en mi cintura, mi corazón en su boca. El ritmo, un 4x4 que subía y bajaba, bajaba y subía. Amortiguadores de acero adonde había fuego.

–Dime que me quieres.

A la mierda el éxtasis. Joder, ¿justo en ese momento? Todos dicen enamorarse la primera vez pero yo...

–¡Dime que me quieres!

Yo callada y sin embargo ahí seguíamos, jodiendo. Mi placer máximo llega cuando les miro a la cara y explotan, húmedos y rabiosos. Pero aquel no terminaría si no le decía que le quería.

Y no. No quería decirlo, esa era la única norma. A la mierda con todo. Nunca podré querer a nadie porque nunca nadie podrá quererme. Me bajé del carro y le devolví todo su dinero. Ya vendría otro.


Yo callada y sin embargo ahí seguíamos, jodiendo.

Vicente el fiel

Ser fiel. Vicente ni se planteaba el concepto, porque sencillamente no había pasado por su cabeza el otro, el de la infidelidad. Como un personaje de dibujos animados, no tenía sensación, percepción ni conocimiento de la tercera dimensión. No podía percibir el volumen, que en física es el eje Z, y que trasladado a la situación sentimental es el adulterio. Vicente se podía definir como un ser fiel natural: un único barbero, el mismo coche desde hacía ya ni se sabe, un único bar para tomar café o el aperitivo, su equipo de fútbol de siempre y máxima efectiva respuesta al partido en los días de votación.

CENA ROMÁNTICA (por Marina León)


Cena romántica
Salió corriendo del portal de casa para poder llegar al supermercado antes de que lo cerrasen y así comprar la botella de vino blanco que necesitaba para cocinar el hígado encebollado que estaba preparando para el cena de esa noche. Para ella era tremendamente importante, no solo iban a celebrar San Valentín, también iban a celebrar que él, finalmente no la había dejado. Bien, solo faltaban cinco minutos para que el supermercado cerrase y llegó justo a tiempo. Entró y cogió la botella de vino. Mientras esperaba pacientemente en la cola para pagar, repasaba mentalmente todo lo que necesitaba para esa noche, intentando no olvidar nada. Cuando llegó su turno pagó a la cajera y salió rápidamente de la tienda dirigiéndose a casa.

Entró en el piso y lo primero que hizo fue coger el ambientador y soltar un par de ráfagas de ese pesado aroma que entraba por la nariz quedándose por una eternidad. Al pasar por el salón le dirigió un amoroso saludo a su marido.

— ¡Cariño! Ya estoy en casa.

Él estaba sentado en frente del televisor, donde emitían un partido de fútbol. Ella no esperó respuesta y entró en la cocina donde había dejado el hígado cocinándose a fuego lento. Lo regó con un chorreón de vino blanco esperando que así se hablandase y cogiese un poco de sabor.

— Mi vida— le dijo a su marido— voy a arreglarme un poco. He dejado el fuego puesto. Échale un ojo cuando puedas.

Se metió en la habitación y cogió uno de sus vestidos de fiesta. Uno de esos que se guardan solamente para las ocasiones más especiales. Cuando terminó de vestirse. Se fue al cuarto de baño y se maquilló dándose un toque de rimmel en los ojos y pintándose los labios con el rojo más oscuro que tenía. Antes de salir al salón, se miró en el espejo y se sonrió, sabiendo lo mucho que le gustaba ese color de labios a su marido.

En la mesa que había preparada en el salón, ella se había molestado en colocar unas velas y un jarrón con dos rosas en el centro. Todo lo que podía preparar para esa noche le pareció poco. En la cocina apagó el fuego y sirvió el hígado en la bandeja de la vajilla 'cara' que solo sacaba en las Navidades cuando se reunían con toda la familia. Llevó el plato al salón y luego cogió una botella de vino tinto. Se sentó en una de las sillas, se sirvió el vino en una copa y la alzó mirando a su marido que continuaba sentado en el sofá frente al televisor.

 Todo lo que podía preparar para esa noche le pareció poco


—Cariño. Brindo por nosotros y por nuestro futuro. Ahora sé con seguridad que nunca podrás dejarme y que no volverás a engañarme con ninguna otra mujer. Te quiero, siempre estaremos juntos.


Mientras le daba un sorbo a su copa, a su marido se le empezó a caer un hilo rojo de sangre por el filo de la boca. Se levantó con una servilleta en la mano, le limpió el reguero que la sangre había dejado en su cara y lo besó en los labios. Bajó la mirada comprobando como el sofá estaba empapado de la sangre que había manado cuando le había realizado la incisión en la parte superior del estómago y por las varias puñaladas en la espalda y en el pecho. Volvió a la mesa, empezó a probar el hígado y pensó que ya se encargaría de eso mañana por la mañana.

jueves, 19 de enero de 2017

Jenny Cogió Su Fusil




      Había visto demasiadas veces Forrest Gump,  junto a Noa,  como para no querer algo así.


Noa era lo más exótico que te podías encontrar por estos pasajes sureños de Andalucía.
Cuando aún las adopciones eran motivo de cuchicheo y rechinar de dientes entre las perfumadas para misa de domingo, Pepi, la mujer del panadero de la Ctra. de Granada, se cansó de asumir. Pepi se cansó del dicho vano de sus vecinas: - ¡Hija, Dios lo ha querido así contra eso no se puede hacer "ná"-. Pepi, no era así, Pepi no llaneaba con la razón... ella siempre estaba dispuesta a quemar el cielo si hacía falta para alcanzar "algo más".
- Pedro, sabes qué es lo que más quiero en el mundo, lo que más queremos, pues no creas que no te oigo llorar de madrugada mientras echas unos minutos de "espabileo ante el espejo. He estado informándome bien, leyendo toda la legislación actual y pensando como decirte esto. Ahora que la panadería va bastante bien, no podemos tirar la toalla en nuestro sueño de formar una familia. ¡Quiero que adoptemos una niña!
Para Pedro, que había echado los dientes con su padre, repartiendo pan de calle en calle; escuchando los elogios y puñales que las vestidas de negro soltaban cada mañana, tan solo por la necesidad de soltar algo, se le venía el mundo encima. Él era el primero que quería que sus hijos crecieran corriendo a su alrededor entre los hornos de la panadería, y al llegar a casa preguntarles por la escuela; leer con ellos y tumbarse a su lado hasta dormirse sin cerrar el cuento.
Una noche se metió en la cama, le dio un beso a Pepi y se giró en silencio. Cuando su respiración indicaba que ya se había dormido, Pedro se giró, la abrazó y le dijo al oído. Se llamará Noa. Pepi cogió las manos de Pedro, las apretó y no tuvieron que decirse nada más esa noche. A veces la felicidad es, enturbiándose si alguien trata de definirla.

Siete años después de la noche en que Noa "fue engendrada", aquella pequeña danesa de ojos rasgados; pelos rojizos propios de allí y piel morena, abanicada por el aire de las calles de enfrente del sol de aquí, pasaba a segundo de primaria sabiendo lo "insabible" a su edad, siendo más gitanilla que la más nativa local que pudieras encontrar y, por supuesto sin separarse, ni medio metro, de su sombra desde que dejaron la guardería; de su vecino y su compañero de clase, de Diego. Ella lo defendía de los típicos machotes que aún no los conocían. Noa había aprendido desde muy pequeña, que su condición de diferente les acarrearía muchas burlas, encuentros incómodos con la maldad innata de los niños de su escuela y todo tipo de contratiempos. Ella se hizo fuerte sobre su propio eje; su inteligencia, su estatura por encima de la media, y su desparpajo a la hora de dar un guantazo en el momento justo al cabecilla de turno antes de ser humillada, habían relegado a Diego a un cómodo banquillo, en el que pocas veces tendría minutos en el terreno de juego.
Los padres de Diego llevaban pocos años viviendo en Alcalá La Real; es lo que tienen los jóvenes guardia civiles, están unos años como jugando al "Enredos" por toda la geografía nacional, hasta que cogen algo de rango y motivos por los que quedarse en algún sitio. El caso es que su padre acababa de ascender a Cabo hace un par de años, y su madre ya estaba asentada entre las vecinas del cuartel y entre las catequistas y amigas de su parroquia. Así que cada día le pedían a Diego que por favor no se metiera en ningún lío, y le recordaban que no les gustaba mucho que estuviera todo el día con la hija, esa rara, del panadero. A Diego le molestaba muchísimo como sonaba eso dicho de la boca de su padre, pero sabía que por detrás venía el abrazo de madre, ese que aplaca las olas de cada dura lección paterna.
Pepi dejaba a Noa en la entrada del cuartel, y el de puertas avisaba por el interfono a la mujer del joven Cabo de que subía la hija de Pedro el "panaero". Noa, apretaba a Diego para que acabaran los deberes lo antes posible, así podrían pasar la tarde jugando en aquel paraíso verde lleno de rincones misteriosos que formaba aquel viejo cuartel de la guardia civil.

En los primeros meses de instituto, Diego comenzó a entender lo cuesta arriba que le se iba a hacer mantener aquel uña y carne con el que había crecido desde pequeño. Allí no estaban solo los de su colegio; a esos los tenía ya Noa, clasificados y controlados desde hace tiempo. En el instituto de mi pueblo había ya gente de todos los colegios incluidos los de las aldeas... y la pelirroja era ya un fruto exótico deseado por todos. Aquella batalla estaba perdida de antemano, aquel amor, su (de él), estaba guillotinado de antemano por la realidad geográfica que conllevaba la educación secundaria. Si. Diego estaba enamorado de Noa. Ya tenían edad como para que la palabra amistad tomara una nueva dimensión, pero Diego veía la cuesta arriba interminable que escondía la reciprocidad del amor. 

Tenían claro que ambos querían inclinar desde un principio, sus estudios al ámbito de las letras:  Filosofía, Latín, Lengua y Literatura, etc. Todas esas asignaturas que no implicaran verdades absolutas, que pudieran ser debatidas o interpretadas. Así había sido la vida de ambos desde que se conocieron.
 A mediados de curso, Juan, el delegado de clase, invitó a Noa, junto con otros de la clase y amigos de su barrio, a celebrar su cumpleaños en la hamburguesería que había enfrente de sus pisos. Merendarían, tomarían tarta y jugarían en el parque de enfrente hasta la noche. Diego fue uno de los no invitados.
Y, ese día, entre la salida del insti y el cuartel, metros que utilizaban Noa y Diego para resumir las vivencias del día y quedar para la tarde, nadie dijo nada. Diego esperaba tal vez un: - ¡Si quieres no voy, no sé por qué a ti no te ha invitado!- pero nada, Noa no dijo nada al respecto: - ¡Nos vemos mañana, Diego! Gritó colocándose bien la mochila y echando a correr hacía su casa. Como si alguien apretara un hacha de cocina sobre la cabeza de Diego, pero sin poder clavarla, tan solo provocando un enorme dolor de cabeza y despertando a aquella bestia de adolescencia a la que llaman realidad. Diego subió las escaleras del portalillo hacia su piso con la respiración entrecortada. - ¿Ya está?- pensó. ¿Ahora es cuando Jenny coge su guitarra y va por ahí luchando contra el mundo? Pues yo no me pienso ir a la guerra, - se repetía Diego mientras su padre le gritaba a lo lejos qué se lavara las manos y qué se diese prisa en sentarse a la mesa.
 Era viernes, los viernes por la tarde, Noa y él, merendaban dulces mal cortados de la panadería de los padres de Noa, mientras hablaban de películas, y ponían por enésima vez las escenas extras y explicaciones del director de Forrest Gump. Noa (Jenny) no volvió, y aquel fin de semana, era el que pasaba con sus padres celebrando el cumpleaños de su abuela materna en Córdoba. - ¡Vaya mierda!- pensó Diego, no solo nos hemos quedado sin nuestro viernes por culpa del capullo ese sino que ya no hablaré con ella hasta el lunes. - ¿Qué habrán hecho? ¿Cuando acabaría el cumpleaños? ¿Y si alguno le está tirando? ¿Me lo contará? Diego ni merendó aquella tarde, ni cenaría después de lo que aquel viernes negro aún le tenía guardado. - ¡Diego, qué queremos hablar contigo! le dijeron sus padres a eso de las diez y media de la noche, una vez que su padre acabó su turno, y estuvo preparada la cena. - ¿Qué pasa? ¡Yo no he salido de aquí en "to" el día! Pocas quejas de mi puedes tener hoy. - ¡Qué no es eso que te calles! le dijo el padre sin que sonara muy autoritario esta vez. - ¡Calla que papá quiere decirte algo muy importante! - dijo su madre.
- Hace unas semanas, me ofrecieron, desde la comandancia de Jaén, la posibilidad de irme destinado unos años al País Vasco, ganaría el doble que estoy ganando ahora más incentivos que serían bastantes. Lo hemos estado hablando muchísimo, tu madre y yo, durante estos días, y hemos comprendido que es el empujón que estaba buscando, para ganar dinero de verdad, comprar por fin la casa que siempre hemos querido tener, subir de rango a mi vuelta, y así estar, lo que me quede de guardia civil, aquí y de forma más tranquila.- Qué! - ¿Cómo lo ves? - Le preguntó su padre con el brillo en los ojos del que se ve ganador en una maratón sin rivales. - ¿Qué cómo lo veo? ¿Qué como lo veo? Diego no tuvo fuerzas ni de soltar unas cuantas lágrimas en ese momento, pero las lágrimas estaban ahí.. -¡Madre mía! ¿Pero qué pasaba ese viernes? ¿El Dios que tanto enseñaba su madre a los nenillos de catequesis estaba jugando al trompo con su destino? - Mira que hacía tiempo que Diego pasaba del tema de Dios y sus secuaces, sobre todo a raíz del instituto, de ciencias naturales, de Filosofía, y de conocer otras culturas más a fondo. Pero está claro, que si había alguna chispa divina por ahí suelta, estaba riéndose en la cara de ¨Diego en esos momentos. Lo único que le apetecía en ese momento era coger el teléfono y llamar a Noa, como siempre que algo iba mal había hecho, pero sus padres estaban demasiado pendientes de su reacción como para que esa llamada pasara desapercibida.- ¡Dejadme en paz! ¡Me acuesto ya! les casi gritó 

Al lunes siguiente, el interfono del Cabo sonó para que Diego bajara, Noa ya estaba allí, les dijo el de puertas. Los primeros metros se llenaron de un medido silencio, pero al fin Noa estalló, con una sonrisa de oreja a oreja, - ¿Sabes? por fin el viernes, cuando se estaba despidiendo de mi, Juan me besó. Estuvo genial, se tuvo que empinar un poco, pero me sujetó la espalda y nos dimos un beso alucinante, llevo todo el fin de semana pensando en eso.- ¡ZASCA...ZASCA  y más ZASCA! 
- ¿Por fin? - pensó Diego ... Dejando a la altura de un alpargata el dolor de su pronta despedida sin fecha segura de regreso. - ¡A tomar por culo ese amor unidireccional!- Diego no sabía donde meter la cabeza, en esos momentos la tenía dando vueltas entre el intestino delgado y el grueso... y tardaría tiempo en digerir todas esas hostias, que en forma de alfileres estaban dándole desde el pasado viernes al salir de clase. Aguantó como pudo la clase de inglés, y sin mediar palabra, en el primer cambio de clase, se fue. Al llegar a su casa le dijo a su madre que tenía mucho frío y ganas de vomitar, que buscara un ibuprofeno y le pusiera otra manta en la cama, que estaba tiritando de frío y se acostó. Jamás había estado tan despierto como aquellas horas que pasó en cama aquel día. 
   
    Noa (Jenny) jamás volvió a sus brazos en ningún abarrotado parque reivindicativo.

Escena de Reencuentro de Forrest Gump y Jenny en Washington D.C.




sábado, 20 de febrero de 2016

Yo, Tu; EL





- ¡Si metes el carrito ahí no podrás subir tu luego!- me dijo una voz de corte fino, al 0,5 sería en mi cortadora de fiambres, pero a la vez llena de suavidad en su inicio e interrogantes en sus segundos posteriores.
Me giré completamente desde mi incómoda posición, mientras empujaba aquel peculiar carrito de la compra para hacerlo encajar en el estrecho elevador que había para acceder a la siguiente planta de Hipercor. Cuando aún no había conseguido enhebrar palabra alguna, fascinado tal vez por la frescura y apetecible desparpajo de aquella rubi-castaña de piel más bien norteña y gafas metálicas plateadas, pero sin llegar a ser repipis (para que te hagas una idea, NO eran como las de Desi en “Verano Azul”), la joven me volvió a sorprender con un: - Doy por supuesto que sabes que lo que estás empujando en un carrito de la compra moderno, y no un carro de la compra de los que te deja gratis el supermercado mientras recorres los pasillos ¿no? Mira, ahí le puedes ver la etiqueta y el precio, y además el plastificado que lleva en su parte inferior.-
- ¡Si, si, gracias! contesté con toda naturalidad intentando controlar el enrojecimiento bestial de cara que se me pone tras cagadas de esa índole. - Necesitaba uno y ya voy a matar dos pájaros de un tiro, lo usaré para la compra de hoy también.-
Llegaba ya el incómodo pero preciso y decisivo momento en el que tienes que sacarte un conejo audaz de la chistera para que no acabe todo en un simple “¡adiós y gracias!”, una coletilla de continuación de conversación urgente, pisar el charco mojándome levemente las suelas, o meter el pie hasta el tobillo y sacarlo empapado en barro y agua. - ¿Eres de aquí, de Granada? ese acentillo no es muy de esta zona.-
¡Bufff… no sé si ha sido la frase afortunada, o esta frase viene después de otras mucho más introductorias y formales, no sé, el caso era pararla un segundo! ¡Y, qué bien olía el perfume que llevaba! A mi no se me puede dejar así de pillado un sábado por la mañana, cuando ya llevaba con todo el día planeado desde el miércoles. Roto el organigrama del sábado, ya no podría dejar de pensar en otra cosa que no fuera esa joven, sus primeras frases, su olor ( de esos que marcan pero sin agobiar en absoluto) y las sensaciones que positivas que tuve los primeros segundos que pasé a su lado. - ¡Gracias por todo! ¿eh?- le dije sin pensar. - ¡Gracias por qué! me contestó ella. -Si aún no he dicho ni hecho nada que no supieras que estabas haciendo a conciencia.-  continuó, dejando caer que para nada se había tragado lo de que el carrito de la compra lo había cogido para comprarmelo y no por puro despiste. - ¡Abel me llamo! - le dije, ya creí oportuno que había llegado el momento de las presentaciones. - Susana, y si, soy de aquí de Granada, del centro de Granada de toda la vida.- Me constestó dejándome claro que mi trillado anzuelo en el arte del cortejo había sido una gran cagada esta vez. Pero gracia se vé que le hizo.
Como un torero que quiere atajar de forma fugaz en su carrera, y tiene claro como hacerlo, me lancé a “porta gayola”  y le dije: - Mira, me has caido genial, y soy muy de primeras impresiones y sensaciones hacía la gente que voy conociendo. Suelo tomar un café rápido en la cafetería que hay en la parte de arriba, antes de meterme de lleno en la compra, ¡Déjame que te invite a un café rápido, y luego ya cada cual seguimos con nuestros tareas! ¡Venga, ni te lo pienses, nos tomamos un café, nos descojonamos de risa unos minutos con el lo del carrillo nuevo de la compra que ni de coña me había dado cuenta que era de los que están a la venta, y cada cual vuelve a su sábado! (imposible volver ya a mi sábado, pero bueno… a ver lo que me contestaba)


- ¡Pero bueno, ¿en serio?- me contestó con una carcajada microscópica, pero con cara de querer decir que si. - ¡Pues mira, ni de coña hago yo eso con nadie, pero pareces buena gente, despistaete, pero buen muchacho, y ayer me quedé estudiando hasta las tantas y estoy que me caigo! ¡Vale, vamos a echar ese café rápido, que tengo que comprar y seguir con las oposiciones, me examino el miércoles!


Alucinando me quedé. Aparte de que no lo había intentado así nunca, daba por hecho que me diría que no, o algo así como “estás chalao” o “tu lo flipas”, alguna expresión de esas para no mandarte a la mierda directamente. Pero no. ahí estaba yo subiendo con una completa desconocida las escaleras mecánicas que van a la cafetería de Hipercor, con mi carro de la compra nuevo, que manda huevos, y con una muchacha de belleza sencilla, y cara llena de verdades. Me encantan así.


Aún no nos habíamos sentado en la primera mesa que pegaba a la barra de la esa cafetería tan naturalmente iluminada, negando cualquier ápice de intimidad alguna, cuando ya me estaba cagando la pata abajo tan solo de pensar cómo le iba a dar yo conversación a esa maravillosa desconocida… Así, a pelo, con tan solo algo de cafeína matinal, (-¡camarero, pon unos chupitos de orujo o algo! - para romper el hielo!- pensé)


Imposible dejar de mirar aquellos ojos cargados de horizontes 


- Pues yo llevo unos tres años viviendo en un piso de esos que hay por debajo de la facultad de Ciencias, por Gonzalo Gallas. - Estoy trabajando en un restaurante de los que hay al inicio de la calle Navas, ya sabes, los típicos que hay para crujir a los turistas con paellas de todas los colores y sabores. - Le solté así de sopetón sin dar lugar a que la conversación se demorara ni se fuera por otros carriles incómodos.

- Yo en cuanto acabe de comprar cuatro cosuchas para comer rápido este fin de semana. Me pongo otra vez de lleno a pegar los últimos repasos de la temática de las oposiciones del miércoles. Auxiliar Administrativo en la administración local. Es ya la segunda vez que pruebo a ver si pillo plaza. Están bastante complicadas.


Sabía que el haber dicho que soy camarero, era tirar piedras sobre mi tejado. De todos es sabido que un camarero tiene horarios de mierda; días interminables, y festivos tan solo en sueños, o sea nunca. Así que me pegué la vacilada añadiendo. Estoy ahorrando para poner una especie de tasca, de esas de madera, bidones, etc, pero todo de delicatessens. Buen Vino, buen embutido, buenas conservas (berberechos, mejillones, pulpo, etc) y buenos clientes; clientes que sepan  lo que se están bebiendo y comiendo, y que sepan pagar por ello. Así echando solo unas horas de trabajo al día, en las horas de máximo movimiento comercial, ya tendría mi jornada echada y me podría dedicar al resto de mis hobbys; cine, algo de running, escribir, etc.
¿Cómo lo ves? ¿Y tu Susana, tienes pensado algún plan b o algo pasajero mientras consigues pillar alguna plaza?
- La verdad es que no quiero planes b. Empecé compaginando estudios de oposiciones, con clases particulares en mi pueblo, y haciendo de extra en restaurantes, y comencé a salir gastando el dinero rápido ese que pillaba. Así que me dije: - Nada Susana… o A o B, pero entremezclar no funciona; te acomodas al dinero fácil y ves prescindible el fin último. Y así me dediqué de lleno a pagar una academia con lo que te tenía más o menos ahorrado y a presentarme a oposiciones locales por los alrededores.

- Bueno Abel, ya he alargado mucho el café. Me ha gustado este rato de relajación pre - sábado contigo, pero tengo el tiempo super medido estos días. Se levantó, me dio la mano y me dijo: - pareces muy buen tio, ya te busco algún día en facebook o algo y te digo como me han ido las opos. Abel García, creo que no habrá tantos así. Venga nos vemos. Gracias por todo. - Me dijo mientras miraba el reloj. Deseé que se hubiera torcido un tobillo allí mismo al girarse para irse. Sabía que sería muy difícil poder volverla a ver. Ya que ella se había guardado de no darme casi ningún dato suyo. Me tiré casi 40 minutos comprando cosas casi sin pensar. Chominadas que en verdad no me hacían falta. Las iba poniendo en el carro, pero con la angustia y el mal cuerpo que se me estaba creando tras ese fugaz e incompleta despedida.
Cuando estaba saliendo por la puerta principal, dirección a mi piso, ¡ZASCA! estaba ella allí, junto al puesto de cupones de la ONCE, y, aluciné al ver que estaba charlando con mi amigo del instituto Rafa Jesús. Pues resulta que se conocieron en los primeros exámenes de administración local a los que se presentaron, y llevaban desde entonces, hace ya tres años y pico, sin verse. Joder que pequeñísimo y porculero es el mundo, pensé tras las explicaciones de ambos. Se le notaba como iba incrementando el brillo de su cara mientras Rafa Jesús contaba sus andanzas, y la suerte que había tenido al pillar aquella plaza en Atarfe, a tan solo unos minutos en coche de donde vivía de alquiler en una casa chulísima con terraza en la zona alta de Real de Cartuja.
-¿En serio que os acabáis de conocer ahí a trompicones en la rampa de acceso y os habéis tomado un café ya y todo?- Preguntó Rafa Jesús mirándome. - ¿No cambias, eh Abel? Siempre tirándole a todo lo que se mueve. No veas, Susana, lo ligón que era este en los últimos años de instituto. Era el que más quemaba la noche de todos, con diferencia. ¿Sigues de camarero, no? - Dejó caer Rafa, poniendo énfasis en la palabra camarero, para dejar bien claro que él, lo suyo, sus opciones y elecciones, habían sido siempre mucho mejor. Y, claro, así nos había ido a cada uno.
- Pues a ver si quedamos otro día y charlamos los tres unos minutos más. Yo me tengo que ir ya. - Zanjó la conversación Susana, viendo que esto se podía convertir en un saca trapos ininterminable de antiguas amistades. -¡Pues sí, sería lo suyo. Como nos seguimos en facebook, ya nos ponemos en contacto de nuevo, y ya le paso yo el contacto también a Abel para así quedar los tres!


Pasaron dos meses aproximadamente desde aquel día y yo, quitando algún que otro vistazo sin esperanza por las redes sociales, no había vuelto a saber nada más de Susana, ni de Rafa Jesús. Mi orgullo me impedía preguntarle nada a éste. Pero una tarde, de camino al restaurante, los vi. Plaza Bi-Rambla, se tenían las manos cogidas por detrás mientras miraban un escaparate de camisetas y complementos frikis que hace esquina en la plaza. Atajé por la Calle Zacatín evitando que me vieran, y seguí mis pasos hacía el trabajo. Tragué saliva con la estima por debajo del suelo por donde iba pisando y agité la cabeza recordándome a mi mismo que nunca somos dos. Siempre aparece “EL”.



20/02/2016

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