Quijotes desde el balcón

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domingo, 27 de septiembre de 2020

La fibra de la esperanza por Sandra Quero Alba

 Sigiloso me empuja el viento

y lo veo, 

vómito de cemento 

que no da el pego entre las rocas

más arcaicas de la joroba.


Subida en el camello

como el mar muerto

pero de miedo, muerto pero me entrego,

porque visualizo que mis manos son garras

para zafarte de mi cuello.


Asciendo y contemplo 

todo aquello que las nubes

quieren ocultar.

Un cielo como el mar oscuro y profundo

entre antenas y radares

esta es la era digital.


Titanes habitaron las cuevas

escondidas tras la encina 

y sin cables ni fibras

más allá que la del bambú

te hablan entre sueños...


Y quién eres tú?

Ese cerebro lleno de 

angustia imaginaria

porque lo tenemos todo y 

no sabemos lo que nos pasa

y al final se ha vaciado el sentido

y ahora está lleno de bellotas

que se volvieron vanas.


Los gemelos pican

escuece el peso de todo

lo que queda por hacer

y me escapo por la puerta

para subirme por la cuesta

y no parar hasta llegar a aquella piedra,

justo esa, la que conecta con la fibra

de la esperanza.


Justo esa piedra y no otra,

con la que me doy en la punta del zapato

para hacerme vacilar.

Justo esa piedra y no otra,

aquella que arrojaron

para hacerme sangran la boca 

y que solo me hizo cantar.


Y es que allí

y también aquí, en la membrana

del tambor verde;

es donde conecto con la fibra de la esperanza.


Destino de princesa por Marina León

Una joven princesa vivía en un suntuoso palacio que coronaba lo más alto de una escarpada cordillera de un acceso casi imposible. Su padre, el rey de un extenso reino, había elegido esa localización porque era la mejor posición para poder ver todas sus tierras y así estar al tanto de todo lo que pasaba en ellas. Más de un ataque había podido ser prevenido gracias a la situación del palacio.

La princesa, desde muy niña, había mostrado unas habilidades excepcionales para el arte de la esgrima. Era muy fuerte y ágil, correteaba por todos los jardines, escalaba lo imposible de escalar y no se asustaba de nada. Al menos de nada que hubiese conocido porque la pobre princesa nunca había podido salir del palacio. Su padre y su madre la quería con locura, pero pensaban que la princesa debía ajustarse a su buen papel de princesa y esperar a que el príncipe adecuado llegase al palacio a pedir su mano. Todos los cuentos de princesas así lo contaban. El trabajo principal de toda princesa que se precie consiste en esperar, esperar y esperar. Esperar con esperanza a que un día el príncipe azul llegue para llevarla a ver mundo. Algunas princesas esperaban canturreando, rodeadas de pájaros, en el alfeizar de una ventana. Otras, simplemente esperaban durmiendo hasta que un desconocido llegaba y les daba un beso para despertarlas. Y, oye, ¡ellas encantadas de que un hombre que no conocen de nada se tomara esas libertades! La princesa de nuestro cuento nunca estuvo de acuerdo con tener esperanza y tener que esperar. Tener esperanza significa ser el sujeto pasivo de tu historia. Y, como ya hemos contado, nuestra princesa es un culillo inquieto deseando salir del palacio a recorrer el mundo. Así que un día, la princesa se cansó de esperar. Se enfrentó a sus padres, dejó la esperanza aguardando en el palacio, cogió las riendas de su vida y con unas pocas pertenencias, se fue de su palacio en la alta cordillera y se dirigió a vivir las mejores aventuras de su vida. Y ahí es donde la princesa, realmente, empezó a ser la verdadera protagonista de su historia.


Esperanza por Rodrigo García

Gotas de sudor y sangre recorrían mi rostro mientras que mis entumecidos músculos sentían el dolor que habían sufrido previamente, no sabía si era por la desastrosa situación o por el miedo que sentía, pero no podía moverme. Yo que una vez fui un hombre feliz y próspero, no era el más rico ni el más famoso, pero tenía lo que todo campesino querría como mínimo para ser feliz, tenia tierra fértil y buena cosecha, pero además tenía una familia, mi mujer y mis dos hijos (un niño y una niña, el primero de dieciséis años y la pequeña de siete) y aunque parezca mentira, esos fueron los mayores logros de mi vida.

Sin embargo la vida es una cruel odisea llena de sufrimiento, una sucia arpía que recoge la poca alegría que tienes y te deja solo sufrimiento en el camino. Tal es así que la guerra vino hacia nosotros un día soleado y apacible de verano, mi hija jugaba en el jardín con el perro y los demás nos relajábamos después de haber cogido la cosecha del mes, cuando un estruendo de miles de pasos caminando a la vez y el olor a pólvora me hicieron tenerme lo peor, lo más espeluznante que me podía imaginar había sucedido, el ejército del país de al lado nos estaba invadiendo, metí a mis hijos y a mi mujer en casa e intenté que pasáramos desapercibidos, pero en mitad del campo una casa nunca es algo que se pueda esconder, con lo que aporrearon la puerta con fuerza murmurando unas palabras que desconocía totalmente, tras la insistencia de estos personajes decidí abrir la puerta, no por respeto ni cortesía, sino porque iban a tirar la puerta abajo.

Tras unos instantes más aguante detrás de la puerta pero finalmente la abrí encontrándome con una figura alta y robusta, que me apartó de un empujón y pasó dentro, intenté incorporarme y echarlo de mi casa, pero los cañones de los fusiles me tocaron la ropa y sabía que no podía moverme. Mientras mi mujer salía por la puerta de atrás con los niños, pero al abrir la puerta se encontraron con otros tres soldados esperando junto a ella. Amordazaron a mí mujer y a mis hijos pequeños, el mayor trato de soltarse, lo consiguió y le propinó un puñetazo, ante esta acción el comandante no dudo en pegarle un tiro a mi hijo en la cabeza.

La sangre goteaba por la cabeza de mi hijo y su rostro estaba desfigurado por el disparo, tapé los ojos a mis hijos para que no presenciaran el macabro espectáculo, después de atar bien a los restantes miembros de mi familia, me dieron una paliza y me dejaron, se fueron con todos y yo me quedé solo, solo,  mis pensamientos y yo, solo pensando en la frase que dijo de forma forzada el oficial, “si quieres volver a ver a tu familia, no huyas, porque volveremos”.

Veía lo poco que tenía arder delante de mis ojos, con un método tan antiguo y anticuado habían conseguido que lágrimas brotaran de mis ojos, me habían quitado media vida de esfuerzo y sufrimiento con una simple cerilla, me lo habían quitado todo, absolutamente todo, sin dejarme nada salvo con mi fría vacía y destrozada casa. En los siguientes días que transcurrieron no se me pasaba otra cosa por la cabeza que mi familia, o parte de ella, mientras comía, mientras trabajaba, mientras dormía, solo pensaba en ellos. Mientras esos pensamientos rondaban por mi cabeza llegó día que temía y esperaba a la misma vez. Esta vez vinieron menos, y subidos sobre un tanque, todos con fusiles, entre ellos reconocí al oficial de la otra vez, nos miramos fijamente un largo rato, cuando de repente su expresión se tornó desafiante, y luego pasó a ser burlona, con una palabra en su lengua materna dos de los soldados me agarraron, y otro me propinó un golpe en la nuca que me dejó inconsciente, todo se volvía oscuro, veía llegar un coche militar, después todo fue oscuridad.

Me desperté en el salón de mi propia casa, amordazado a una silla, una ligera luz iluminaba levemente la estancia pero en general la habitación se encontraba en penumbra, volví a ver el rostro del oficial mirándome, lo único que hizo fue hacerme una pregunta: ¿dime si se esta haciendo un experimento militar por aquí? Yo nunca había escuchado sobre eso ni sabía que existía en el caso de que la información fuera cierta, así que una y otra vez le dije que no lo sabía, pero empezaron a torturar e, uña tras uña y golpe tras golpe seguía repitiendo lo mismo, hasta que tras una hora de interrogatorio cesaron y me dejaron tirado en el suelo de mi propia casa. 

Como dije antes gotas de sudor y sangre recorrían mi rostro mientras que mis entumecidos músculos sentían el dolor que habían sufrido previamente las rojas costras de mis dedos me ardían y se me congelaban al mismo tiempo, mientras pensaba que iba a ser de mi, no sabía lo que hacer, hasta que mi raciocinio se detuvo y solo me quedó una cosa, acabar con todo, me dirigía al gran cedro, con paso pausado y cansado, hice todos los preparativos, pero cuando iba a trepar al árbol una voz familiar me detuvo, me paré a observar y vi de donde venía esa voz eran mis hijos, que venían hacia mí, su voz dulce pero asustada me devolvió la cordura, fui a abrazarlos ñ, y bajo aquel cedro me contaron todo lo que sucedió, lo del experimento militar y lo de que mi mujer todavía seguía retenida en el infierno en el que los tenían confinados. Todo cambió en ese momento, un sentimiento nuevo para mí, la esperanza que sentía de que todo volviera a ser como era o parecido a lo que había sido, pero para eso el primer paso era rescatar a mi mujer. 

Emma por Pilar Gámez

 

Hay un castillo

arriba, en un risco

donde el viento no sopla

ni suena ni espanta. 


Hay un tesoro,

allí en el castillo,

muy bien guardadito

que en su nube me llama. 


Tiene una voz,

dulce y pausada, 

con alegría y desparpajo,

pide "mamá, canta":


Y a la nana

nanita, nana

duerme chiquita

la que no llegaba.


Y a la nana 

nanita nana, 

no oigo tus risas

desde la ventana. 


Y a la nana 

nanita nana, 

duerme mi niña

y a mamá espera. 


A la nana

nanita nana,

sin esperanza,

añorar queda. 

Volver a Frailes por Sin sombrero

 


Son las ocho y cuarto, se han terminado los aplausos por la sanidad pública en la avenida Blas Infante de la capital hispalense. Dos niños, Paula y Daniel, sentados en el suelo, miran a través de la barandilla del balcón, y charlan animosamente.

—¿Conoces a los vecinos que viven en nuestra calle? —preguntó Paula.

—No, a ninguno —contestó Daniel pensativo.

—Ni yo —continuó Paula con mucha tristeza— ¡Qué pena que no conozcamos las personas que vemos cada día desde nuestro balcón! 

—¿Por qué no escribimos una historia para cada uno de ellos? —propuso Daniel dejándose llevar por su imaginación.

—¡Gran idea! Así no nos aburriremos estos días encerrados en casa —exclamó Paula mientras se le iluminaban los ojos de alegría.

Comenzaron a pensar en quienes salían a diario a aplaudir. Ambos, como si se hubieran leído la mente, se acordaron de la misma persona: una mujer mayor del bloque de enfrente.

—¿La vieja del elefante? —preguntó Paula pensativa.

—¡Sí! siempre sale con una camiseta con un gran elefante —le confirmó entusiasmado Daniel.

—Es la simpática anciana que toca con una guitarra pequeñita, ¿verdad?

—¡Sí! ¡Sí! —le responde Daniel aplaudiendo— Me gusta un montón gritarle bravos y más bravos. 

Se inventaron que Pepi era su nombre, que tenía unos 70 años y que vivía con una hermana algo mayor que ella.

—Vamos a meter más personajes en la historia de Pepi —insistió Paula apenada porque en momentos así vieran siempre sola a la anciana.

Y fue así cuando los dos hermanos, Paula y Daniel, echaron a volar su imaginación…

Son las siete y media, estamos en la avenida Blas Infante, y comienza el ritual que, cada día a esta misma hora, Pepi realiza desde que su hermana Conchi le animara a salir al balcón aquel 20 de marzo para... Con mirada pícara coge una camiseta con el dibujo de un elefante con trazos infantiles y colores llamativos, y se la pone con mucho cariño. Y sí, desde aquel día, cada vez que sale al balcón siempre es para tocar, con su vieja e inseparable bandurria, la misma canción. Aquélla que tanto le gustaba de niña, y que ahora, a pesar de los años, tan bien recuerda, aunque su título haya olvidado.

Falta muy poco para que los vecinos salgan a aplaudir por todos nuestros héroes sin capa.

Es la hora. Pepi cierra sus ojos y… vuelve la joven frailera con los nervios lógicos de quien va a dar un concierto en un popular programa de televisión lleno de gente. Sobre el escenario, encantada con su agradecido público, comienza a tocar. Justo en ese momento escucha una voz infantil que le dice: ¡Bravo! ¡Bravo! De su bandurria salen las mejores notas de su infancia, de su pueblo, ante la mirada enamorada de ese niño. Al finalizar es ovacionada por todo el público que aplaude de pie.

Pasan unos segundos y llega el silencio. Las lágrimas de alegría de la anciana poco a poco dejan paso a una mirada que se pierde entre bloques y más bloques de frío hormigón llenos de personas que no conoce. Con los ojos ya abiertos… mira a su alrededor y ve que está en un balcón, en un piso ¿su casa?

—Hermana, ¡qué bonito! No me canso de escucharte —palabras emocionadas de Conchi, que le pasa el teléfono para que hable con su mayor fan.

—Hola mamuchi, soy yo, Paco. ¡Qué ganas de estar contigo! Más pronto que tarde volveremos a verte -dice una voz al otro lado del teléfono, mientras Pepi se muestra confundida.

—Anoche soñé que volvíamos a estar en el concurso de Canal Sur. Sí, ése en el que tú con tu rondalla conseguiste el primer premio con la canción “Volver a Frailes”. Aún recuerdo como si fuera ayer, los aplausos, y los bravos que te gritaba; y hasta la camiseta de elefante que me pusiste, y que tanto me gustaba —Pepi seguía sin entender nada.

—¡Qué vergüenza pasé! Sí, cuando me escapé del público para darte mi elefante de la suerte. Y ¡mira!, ganaste —La abuela quería reconocer en esa voz a alguien familiar, pero no lo conseguía.

—No me extraña que tu nieta Silvia tenga la misma manía ¡Jajajaja!

—Abuelita Pepi —se pone al teléfono Silvia—, ¿te has puesto hoy la última camiseta que te envié? la del elefante con un virus dibujado. Es importante. Te dará suerte y te protegerá.

Fue así cuando esta anciana esbozó una lúcida y amorosa sonrisa al tocar con sus dedos el contorno del elefante de su camiseta.

Fue así cuando los aplausos de la avenida Blas Infante no fueron sólo para los sanitarios, sino también para ella.

Fue así cuando Pepi con su vieja amiga, la bandurria, soñó con “Volver a Frailes”

Y ahora… ¿seguirán saliendo al balcón?



No sería verdad por Sandra Quero Alba

 




Lo entiendo, con profusividad;

el agua es el vehículo con el que ando el camino.

Una lágrima cristalina cae sobre tu fotografía

las manos suaves, papel de cebolla

decoradas por el tiempo, la sostienen temblorosas.

Una gota de emoción cae sobre tu fotografía

negro y blanco, pegado al cartón

recuerdo de amor…-¡Eso será para ti!

porque yo agradezco sentirlo aún vivo en mí.-

El espejo del tocador te dibuja la mirada

la forma de sonreír, el empuje de la respiración.

 Se mantiene y eso sostiene.

Una gota de lluvia cae sobre tu fotografía,

ahora lo entiendo, con profusividad,

porque el olor es el mismo

y el brillo de la mirada no se retoca,

pero tampoco se deja maltocar por el viento

ni por las estaciones.

¿Te acuerdas? Así lo explicó una faraona

desde su pirámide lunar.

Te pongo la servilleta sobre el pecho,

aunque la comida no sabe igual,

sí que puede manchar la blusa.

Una lágrima cristalina cae sobre tu fotografía,

la luz capta un instante, el brillo siempre perdura.

 

 

Una gota de emoción cae sobre tu fotografía,

solamente una butaca, donde podría haber un sofá de dos plazas.

El espejo del tocador te dibuja la mirada,

la forma de sonreír, el empuje de la respiración.

Se mantiene y eso sostiene.

Una gota de lluvia cae sobre tu fotografía,

ahora lo entiendo, con profusividad,

estoy al principio del camino,

agradecer abre el ventanal, para que entre la esperanza.

No espero nada. No sería verdad.





Esperanza del búho por Jon Sigurdur

 

Capítulo cuatro

 

Me había escapado en mis pensamientos y creo que ni se dieron cuenta de mi presencia. Lo positivo fue que empezaron a hablar con la soltura que les causa la ausencia masculina.

            —Tías, me voy a operar ―dijo Penélope—. Me voy a agrandar las tetas.

            —Pues, claro, si te hace sentirte mejor hazlo —dijo Helena.

            —No, también creo que le gustaría a Poli. No me ha dicho nada, pero sé que le gustan las tetas. Es que todas sus ex eran tetonas.

            —¡Cucha! ¿Porque no le enseñas la puerta, mujer? —dijo Alicia indignada—. No se quiere casar, no quiere compromisos, no quiere niños y ahora tú le quieres apremiar la cobardía con nuevas tetas. ¡Anda ya!

            Penélope no se sintió ofendida, fue como que esperaba algo así de su amiga.

            —Mira Alicia, aunque no te guste Poli no te da ningún derecho a hablar así de nuestra relación. Él es como es, pero yo creo en lo nuestro y como tú eres mi amiga lo tendrías que respetar.

            —Soy tu amiga y justo por eso hablo así.

            —No es lo que necesito ahora.

            —No, claro, todos tienen el derecho de estar infelices, yo no te hago pensar más.

            —Y tú, tan enterada e inteligente, ¿por qué estás tan infeliz? ¿para qué sirve tanto pensar si no te hace feliz?

            —¿Infeliz? ¿Crees que soy infeliz porque estoy sola? ¿Crees que nada puede traer felicidad a una mujer si no tiene un pene colgado entre las piernas?

            Alicia la observaba con una mirada de condena. Helena decía algo para intentar traer más paz y tranquilidad al convite, que ya había sido bastante robusto. Sin embargo, Penélope parecía no ofenderse por la fuerte actuación de su amiga y hasta se reía.

            —Mira, no dejas de quejarte de las cosas, desde que vinimos no has dicho ni una palabra positiva. No me digas que te estás muriendo la alegría, por favor.

            —Pues, te digo que si no estoy feliz no es por culpa de falta de hombres porque los tengo donde quiero.

            —¡Eso es! —dijo Penélope que se defendía con más agilidad—. Bueno, los llevas en el bolsillo, a lo mejor.

            —En la cama —dijo Alicia sin titubear —. No me hacen ninguna gracia en otros lugares, antes no me importaba salir a tomar cervezas primeramente al sexo pero ya no. Es que son muy cobardes, uno necesitaba dos tranquilizantes antes de quedar conmigo. Otros hablan de tonterías y creen que te pueden poseer como su coche. Ni hablar, en la cama y cuando terminamos ¡puerta! No les soporto cuando abren la boca.

            Helena y Penélope se miraban mutualmente, asombradas.

            —¿No te gustaría compartir tu vida con alguien? ¿Tener hijos y familia?

            —Pues, si se presenta alguien que valga la pena entonces sí pero no lo veo. No creo que haya hombres que te pueden considerar un alma humana y no una perra que pueden sacar a pasear cuando se les antoja, ensañar a sus amigos y familia como a su coche, llenarte con sus tonterías como si fueses el disco duro de su ordenador e imponerte sus requisitos como si fueses su empleada.

            —Y ¿el sexo? —preguntó Penélope —¿eso tampoco te importa?

            —Lo tengo —dijo decidida y todos se quedaron callados un incómodo rato.

            —He leído solo una noticia las últimas semanas que me ha alegrado —dije y las chicas me miraban como si hubiera caído del cielo—. Y eso fue que la mujer de Donald Trump no comparte la cama con él. Fue un alivio. Sufro cuando veo una mujer tan guapa con un hombre así, lo veo como pegado. Siento como que los dioses son injustos.

            —Más tendrías que sufrir por lo que dice Alicia sobre vosotros, los hombres ―dijo Penélope.

            —No me concierne lo que dice. Ella está hablando de los solteros de por aquí, estos que quedan en el mercado.

            —A mí me parece que vosotros dos —dijo Penélope haciendo ademanes para indicar que estaba hablando sobre Alicia y yo —habéis decido sufrir por el mundo para olvidaros de vuestro propio sufrimiento.

            ―No es así ―respondió Alicia ―vivimos en una sociedad…

 

            Pero ahí tuvo la crítica social que ceder a la erótica porque Helena empezó a gritar como una chiquitaja que ve a los Reyes Magos aparecer con los brazos llenos de regalos.

            —Mira, allí viene— gritó y señaló la puerta donde el jefe vino tan serio como un ministro. Su emoción fue preocupante y todavía más cuando me di cuenta de que sus gritos eran similares a aquellos que produce cuando llega al orgasmo. ¿Sería el afecto de los perros de Pavlos? me pregunté. El científico ruso tenía sus perros encarcelados y antes de darles de comer encendió una luz roja. Al final no había que hacer más que encender aquella luz para que ellos salivaran; tanto la habían vinculado a la comida que les hizo el mismo efecto. ¿Será que el jefe ese, de la misma manera, esté tan asociado al orgasmo de Helena? Me pregunté y no quise saber la respuesta porque siempre hay que mantener la esperanza viva.

Por obligación por Nono Vázquez Cañadas

 

No es que haya perdido la fe; es que nunca la encontré. Y no será por búsquedas, individuales y colectivas. Grupos de apoyo, de todos los colores y tamaños; libros y podcasts de autoayuda, para dar y regalar. Si aparece un nuevo iluminado capaz de reconducir la vida del más tirado de los seres humanos, tarde o temprano lo suyo cae en mis manos. Sinónimo automático de desplome de la teoría de turno. Conmigo no hay manera. Sin más, soy incompatible con todo esto.

Empecé a drogarme muy pronto, y si hubiera podido lo habría hecho antes. Pero fue demasiado pronto. Los de mi edad intercambiaban cromos de Leal, Cunningham o Carrete… yo intercambiaba la jeringuilla con el primero que me encontraba en el lugar habitual de chute. ¿Esperanza? Para mí no dejaba ser una puta más, solo que esta, decían, iba vestida de verde.

Muchas veces me preguntaba qué habría sido de mi vida si… Pero siempre era un efecto secundario del mono. Ni de lejos vislumbraba una vida distinta a la que llevaba: lejos de mi familia, repudiado por el mundo y buscado por la ley y el orden. Muchas veces, consciente de ser yo la única persona que me quería, pensé en mí mismo como un despojo humano. A saber lo que pensarían los que solo me veían pasar por su lado.

Conocí bien la cárcel. Sin forzar la memoria, dos correccionales y tres prisiones. Delitos menores, al principio, posesión y desorden público. Más tarde el atraco a mano armada y, por último, delito contra la salud pública y homicidio en grado de tentativa. Mi currículum tiene varias páginas y se puede consultar en cualquier comisaría de policía.

Ya se han hecho todas las películas sobre gente como yo. No he visto ninguna; el escaparate de cualquier tienda ya me sirve como espejo. Además, las películas siempre mienten. Un yonki es una mierda apestada al que nadie se acerca, y no una botella en cuyo fondo aparece un héroe por arte de magia. Vivimos mal y morimos peor. No solemos recibir pena o compasión en nuestro buzón; nos lo buscamos, tenemos lo que nos merecemos.

Seropositivo y condenado casi de por vida. Algún día dejaré la celda para acabar mis días conectado a un puñado de máquinas. No habrá final feliz para esta obra, convertida por mi propia decisión en un monólogo perpetuo, vacío y repetitivo, que ya me sé de memoria antes incluso de ser escrito.

¿Y me pregunta qué cambiaría de mi vida si volviera a vivirla? Mi vida ya está vivida y escrita en piedra; podría abandonarla pero yo ya no puedo cambiarla. Solo vine a su consulta porque me obligaron a ver a un psicólogo. Le agradezco su tiempo; no son un buen conversador y no hablo demasiado con la gente de por aquí, no me fío ni de mí. Pero creo que debemos dejarlo; diga lo que diga, yo no puedo ni quiero ser la esperanza de nadie.

El perro de Churchill por Enrique Hinojosa

 


Lasciate ogni speranza, voi ch'entrate
 Dante – La divina comedia

 

                Abandonad toda esperanza, vosotros que entráis. Estas palabras están grabadas en piedra en la puerta del Infierno de Dante, en el que se retuercen eternamente las desdichadas almas atormentadas que habitan los nueve círculos del infierno dantesco. Hay, sin embargo, otros infiernos distintos.

Quizá pocos de vosotros habréis oído hablar antes de hoy del perro negro de Churchill, pero nunca olvidaréis su historia.

Se dice de Churchill que tenía un perro negro, que siempre le seguía a todas partes. Movía su larga cola detrás de Sir Winston Churchill, pegado a él como la sombra que nunca le abandona, que le sigue y le mordisquea juguetón los tobillos. Fue en apariencia un perrito pequeño que acompañó a Churchill en sus peores momentos, que, como sabréis, fueron muchos y muy negros.

                Estratega brillante, Churchill combatió como oficial del ejército británico, y cosechó algunas trágicas derrotas en alguna batalla. Su perro negro siempre estuvo con él, y fue creciendo y haciéndose cada vez más grande. Creció tanto que Churchill ya apenas era capaz de arrastrar la lustrosa cadena que le colgaba del cuello. Años después, fue nombrado Primer Ministro, y aquel viejo perro negro seguía lento los pasos de un viejo y melancólico Churchill que desbordaba vitalidad y energía en sus apariciones públicas y en casa enjugaba con whisky sus mañanas, tardes y noches, siempre whisky con soda, siempre más whisky que soda. Sir Winston ofrecía whisky a su perro, que pronto le cogió el gusto, y ambos terminaban tumbados por el suelo del Nº 10 de Downing Street.

Churchill se volvió insoportable los últimos años de su vida, tan castigados su cuerpo y su espíritu tras continuos achaques, ataques y estoques del destino… y el viejo Churchill ya no soportaba más a aquel maldito perro negro que le persiguió toda su vida y le mordía hasta el desgarro, y estuvo presente en sus peores momentos. Intentó deshacerse de él, lo ahuyentó como pudo; sin embargo, el perro, enorme y empedernido, siempre volvía con su amo a lamer su mano con desdén. Si caminas, te sigue; si te despiertas, se despierta contigo; nunca te deja.

Churchill pateó a aquel perro asqueroso con su pierna buena, lo golpeó con su bastón, pero de noche siempre escuchaba los lúgubres ladridos de su compañero fiel.



Quizá pocos de vosotros habréis oído hablar antes de hoy del perro negro de Churchill, pero nunca olvidaréis su historia: porque nunca nadie pudo ver a ese perro negro que acompañaba a Churchill a todas partes.



Churchill    nunca    tuvo    perro.  Sir Winston siempre se refirió como “mi perro negro” a la atroz y melancólica depresión que sufrió durante toda su vida.

Llegados a este punto, ¿dónde cabe la esperanza en esta historia? Churchill nunca habría podido sobrevivir a la tortura, a las derrotas; nunca habría podido sobreponerse a los terribles retos que afrontó; ni soportado la presencia de ese terrible perro negro, nunca, sin contar con la compañía de una pequeña perrita blanca llamada Esperanza, que trotaba alegre delante de él, y que de vez en cuando mordía la cola del perro negro de Churchill, y lograba distraerle.

Con esperanza se completan las palabras grabadas en la puerta del Infierno… Abandonad toda esperanza, vosotros que entráis en vuestra alma y no encontráis nada; pero mientras tengas algo por lo que merezca la pena luchar, la esperanza te acompañará trotando alegre delante de ti para que nunca te rindas.

“Lucharemos en las playas, lucharemos en los campos y en las calles, lucharemos en las colinas: nunca nos rendiremos”.                                                                                    Sir W. Churchill

Buscando a Esperanza por Ricardo San Martín Vadillo




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-¿Sabes dónde encontrarla? 

Exactamente no. La he intentado encontrar en varios sitios.

-¿En Barcelona? Creo que vivió allí durante cierto tiempo.

-Sí, pero se marchó a raíz de la presión independentista. No vio deseos ni posibilidades de convivencia, sino imposición e intransigencia. Allí todo se utiliza como arma arrojadiza: la bandera, el idioma, la rotulación en los comercios, la escuela, las reivindicaciones, las negociaciones… Ese clima de “conmigo o contra mí” le hizo desaparecer de esa región.

-¿Y a dónde fue a vivir y trabajar?

-Al llamado Euskadi, a lo que otros conocemos como Vascongadas. Tampoco Esperanza pudo echar raíces allí. Sí, ETA desapareció, o mejor dicho, se transformó e integró en partidos independentistas: Bildu, Sortu, Eusko Alkartasuna… De cualquier modo, la intransigencia sigue presente. La novela Patria lo relata de forma magistral.

-¿Patria?, ¿el libro de Fernando  Aramburu?

-En efecto, la novela que retrata la indignidad que sucedió en esas tres provincias por la acción terrorista de unos y por la inacción de otros. Ese libro es una lectura muy recomendable para aquellos que quieran entender el  dislate del terrorismo, así como la fractura en la sociedad vasca.

-En eso coincido contigo. Ya lo dijo Arzálluz con aquellas cínicas palabras: “Unos mueven el árbol y otros recogen las nueces”. Ese estado de cosas en el norte devino en el mismo separatismo que en Cataluña. ETA dejó de matar, afortunadamente, pero nunca se nos ha explicado si ese cese de la violencia fue pactado o no y en qué términos.

-Así pues, no esperes encontrar a Esperanza allí tampoco. El radicalismo sigue dominando la sociedad vasca.

-Pues el conjunto de la sociedad española me temo que no es lugar para Esperanza tampoco. Te lo diré de forma muy breve: la enseñanza presenta signos preocupantes, en la judicatura juzga tú, los casos de corrupción parecen haberse enquistado en diversos estamentos, el fondo de las pensiones ha tocado fondo, la deuda pública está por las nubes, las cifras del paro están disparadas… ¿Sigo? Es un panorama poco esperanzador.

-Y para colmo, desde marzo estamos asolados por la pandemia del coronavirus. Creímos que cuando acabase el confinamiento y el estado de alarma las cosas empezarían a mejorar y…

-Y mira cómo estamos. No habrá nuevo confinamiento general porque la economía del país no lo soportaría, pero las cifras de contagios, ingresos hospitalarios, atención en UCIs y muertes son preocupantes.

-Sí, esperamos la llegada de la vacuna como en la obra de teatro de Samuel Beckett se esperaba a Godot.

-Un símil muy acertado. De la vacuna, como de Godot, sabemos que “hoy no llegará, pero mañana seguro que sí”. Ahí sí está Esperanza.

-Sin embargo, desconocemos cuándo será ese mañana y cuántos más contagios y muertes deberemos soportar. Esperemos que no se colapsen los hospitales; por de pronto ya sabemos que faltan médicos, en torno a 5.000

-Pues a esos no esperes que los prepare la ESO.

-No lo espero, descuida. Y si analizo la situación en otros países, el panorama es poco halagüeño: mira cómo están en Estados Unidos. El Reino Unido a punto de ser confinado en su totalidad. ¿Hay Esperanza?

-¿Y para los inmigrantes de la isla de Lesbos, en Grecia, la hay? Se quemó el campamento de Moria donde malvivían y ahora andan vagando por los caminos.

-Cierto, luego están las “frases bonitas” sobre la esperanza: “La esperanza es soñar despierto”: Ah, ¿la esperanza es quimera, sueño inalcanzable? Pues estamos listos. “Nunca dejes de tener esperanza, todos los días suceden milagros”. Tampoco me anima mucho, ¿debo esperar un milagro? No veo yo milagros a diario. “Sucedió de milagro”, apunta que lo que aconteció fue fortuito, impensable. Por muy larga que sea la tormenta, el sol siempre vuelve a brillar entre las nubes”. Puede ser, pero mientras tanto esa tormenta te ha dejado calado hasta los huesos o te ha arrastrado la fuerza del agua caída. “La esperanza es el peor de los males, pues prolonga el tormento del hombre.”. Este aforismo es más duro y va en la línea del refrán “El que espera, desespera”, como si advirtiera “La esperanza conlleva desesperanza”. Moliere nos prevenía: “Salen errados nuestros cálculos siempre que entran en ellos el temor o la esperanza”. Y así podría seguir con otros apotegmas.

En definitiva, ¿Esperanza? Depende en qué. En todo lo que con anterioridad os he mencionado, yo no tengo puesta mi esperanza. Soy pesimista, bajo el supuesto de esa frase de Mario Benedetti que decía: “Un pesimista es tan sólo un optimista bien informado”.

-Pero bueno, ¿no vas a ser capaz de acabar tu relato con una nota de optimismo?

-Si quieres lo terminaré con una nota de humor, humor negro, pero humor al fin. Se ve al presidente del gobierno dando una rueda de prensa y dice: “Ayer estábamos al borde del abismo. Hoy hemos dado un paso adelante”.

domingo, 15 de septiembre de 2019

No sé qué tienen los caminos (Por Jorge Romero Aranda)



No sé qué tienen los caminos
con sus líneas perspectivas
por los pasos agolpados,
voces de todo viento
hambres silenciadas
por el hombre suicida,
y las mujeres vuelven
con sus cabezas arropadas
con sus voces apagadas.



No sé qué tienen los caminos
con sus fuentes implantadas
en las aguas errabundas,
la anónima lucha de los sueños
que disipa con pena la furia
contra todos los fracasos,
y su pasado preñado de escarnio
y su futuro sembrado sin campos
de amargo presente.

No sé qué tienen los caminos,
la loca efervescencia de los días
con sus pasos vagabundos renombrados,
la súbita mirada sin afecto
por las venas inflamadas de la noche,
dicen que tienen memoria,
los caminos tienen memoria
que aprenden de la luz bajo la luna,
que gozan borrando las huellas ajenas
cuando la tierra se moja
en los caminos del eco.

No sé qué tienen los caminos
que vuelven sobre su polvo manido
retumbando sobre los huecos del eco,
con hombres desiertos de vida
que mueren su parte cada día.

No sé qué tienen los caminos
que ya casi nadie los nombra
guerras y muertes encriptadas
para el fragor de los fuertes,
no sé qué tienen los caminos
por los rincones ancestros,
allá donde siempre vuelve la vida.

Un día (Por Robert Andrews)

  Pero solo será posible venir aquí en nuestros sueño y recuerdos. 

Un día mi esposa y yo tendremos que volver al país de nuestro nacimiento.
Un día nuestra aventura aquí terminará.

Somos simplemente viajeros, pasando por su pueblo y sus vidas.
Nuestros caminos se han cruzado por un breve momento en el tiempo.

No somos más que gotas de lluvia cayendo al suelo.
Somos todos como una mota de polvo en un océano de cantos rodados.

Un día, cuando estemos viejos, en la paz y tranquilidad de nuestra vejez
Nosotros podremos volver aquí, a su pueblo y sus vidas otra vez.
Pero solo será posible venir aquí en nuestros sueños y recuerdos...
Y sonreír y pensar.


domingo, 8 de septiembre de 2019

Un reflejo en la oscuridad (Por Alfredo Luque)





Como cualquier adolescente, se es con frecuencia,
esclavo del reflejo en el espejo.

La amistad les hace casi inseparables, pero la vida circunstancial los distancia. Se alejan de otras personas, y al mismo tiempo, de ciertos objetos que ya no tienen utilidad o no les hacen lo bastante felices. Los arrojan al vertedero o hacen algún viaje a la nada, con tal de olvidarlos, o tal vez, los silencian en el cajón de un aparador cualquiera. La infancia y juventud convierten al reflejo del espejo en un buen aliado que nos mira en silencio, dibujando impasible, los trazos con los que los demás nos miran. Como cualquier adolescente, se es con frecuencia, esclavo del reflejo en el espejo. Un solo trozo de vidrio esmerilado basta, ya sea grande o pequeño. De bolsillo o aumentativo de la desgracia, a veces se presenta ante nosotros sin llamarlo y sin la necesidad de llevar gafas con  las que imaginar los defectos. Para ella, resultaba agradable mirarse y hasta corregirse. La imagen que el espejo le devolvía, era capaz de anunciarle el presente y el futuro. Pero el tiempo pasó y la adolescente maduró, quedándose sin tiempo para mirarse en el reflejo azul de las horas, mirar a los hijos, mirar al cansancio y mirar a su divorcio interior. Tras años de amistad y alejamiento entre ambos, acordó enfadarse con aquel mundo. Y, como todo vínculo viviente, el reencuentro entre ella y aquel espejo del baño, les hizo prácticamente irreconocibles. La mujer que habitaba en el espejo ya no existía. Las canas y las arrugas, frías y distantes, le devolvieron de un plumazo a la realidad. Así que lo rompió en mil pedazos y la lucha interior comenzó por desenterrar la vieja hacha de guerra: no mirarse en el espejo era una cuestión casi imposible, pero juró no hacerlo, huir de las vidrieras, los espejos de los probadores de ropa, y el retrovisor del pequeño utilitario. Sorprendida de aquella imagen inconformista, necesitaba de otros elementos que la obligaran a ver lo que no quería mirar. Las gafas se convirtieron en su más poderoso aliado; dejó de usarlas cuando lo que veía, no satisfacía los propósitos de su mundo temporal, hasta que como de costumbre, suele intervenir la casualidad: una tarde cualquiera, en un descuido, las gafas resbalaron de su cara, quebrándose sobre la dura loza del lavabo. Supo enseguida que el espejo del baño tuvo la culpa. Habría detenido su mano ahora borrosa, frente a un rosto gris de espesa niebla. Le habría permitido difuminarse lentamente entre el vidrio y el vapor de agua para formar aquella imagen que tanto le gustaba. Lo que el espejo le devolvió, fue algo más de lo que ella jamás hubiera imaginado. Sonrió con una mueca de satisfacción y para cerciorarse, borró con la palma de la mano la cortina de vaho. Lo que apareció frente a sí misma, había regresado. En un primer instante, como un leve reflejo en la oscuridad, y luego, aumentó lo suficiente como para quedarse.


Un camino sin retorno (Por Pilar Gámez)


[...]expectantes, se aferraban a la esperanza de que no provocase una gigantesca ola


                                                                                           
Un camino de ida lleva implícito un camino de vuelta. 
Pero cuando partimos no tenemos la certeza de si habrá donde volver. 



El planeta era un lugar casi desierto y devastado. Los peores pronósticos acerca de los cambios en el clima se habían cumplido, más aquellos con los que nadie contaba a comienzos del siglo XXI. La especie humana se iba adaptando pero lo más difícil de afrontar era el lento pero incesante goteo de desapariciones de especies animales, cobijadas todas bajo el mismo Sol. 

Los humanos se aferraban a su supervivencia haciendo uso de todo el saber que a lo largo de toda su indefinible existencia había adquirido, y empleaba todos los recursos de los que disponía en la búsqueda de una vuelta atrás, de una panacea universal que permitiera la cura del hábitat que durante milenios había brindado todo y ellos, sistemáticamente, habían masacrado.

Solo quedaban las ganas de trabajar, en un entorno hostil, para que todo volviera a ser como antes. Habían superado guerras provocadas por la escasez, por los vaivenes de un clima que variaba a la velocidad con la que cambian los colores del cielo en un ocaso estival,  golpeando siempre ferozmente. Habían sobrevivido al éxodo de población de unos lugares ya inhabitables a otros al borde de estarlo. La población mundial mermaba hasta límites insospechados. 

El ser humano sobrevivía de la mano de su mejor aliado, el deseo de supervivencia,  y de su peor enemigo, el miedo. Un miedo ancestral a la muerte, forjado a fuego en cada célula de su ser, magnificado ahora por el miedo a la aniquilación de la especie. 

                                                       
                                                                        * * * * * * 


Domingo, día ocho del segundo mes del año 2112

El campamento base estaba montado lo más próximo posible al lugar donde el barco estaba atracado. No sabían exactamente el tiempo que les llevaría completar la misión, pero debían estar preparados, ya que aquella zona solía ser golpeada por tempestades con bastante frecuencia. 

Eran las cuatro de la madrugada cuando sonó el despertador. Maggie soñaba con su hija, Charlotte. La echaba inmensamente de menos. Tan solo tenía unos meses de edad cuando reclamaron su incorporación. No lo dudó. Su trabajo era mucho más importante si quería dejarle un mundo mejor que el que habían recibido de generaciones anteriores.

Ahora ser madre era casi biológicamente imposible, dado el impacto de las radiaciones solares en los seres vivos expuestos por la escasa protección que la atmósfera podía ofrecer. El caso de Maggie y Axel había sido algo excepcional. 

A las cinco y media todo el equipo estaba dispuesto para salir. El día estaba despejado, lo que les infundió buen ánimo al alejarse del campamento. En grupos de cuatro se montaron en los vehículos blindados, preparados para soportar en cierta media ataques de los elementos, y partieron rumbo a lo que quedaba de la Plataforma de hielo de Ronne, al noroeste del continente antártico.

El equipo de Maggie aún no había llegado a su destino cuando recibieron un aviso por radio. Apenas se entendía lo que decía Muriel por culpa de las interferencias, pero antes de que la conexión se cortara abruptamente, acertaron a escuchar la temida palabra,  tormenta. 

No necesitaron hablar, ni siquiera mirarse para saber que ya estaban muertos. 

Mientras Nadine aceleraba en un intento inútil de encontrar un lugar resguardado, Maggie, René y León se afanaban en buscar en sus ordenadores las coordenadas de la tormenta y del resto de equipos, si es que aún emitían señal. Por suerte, apareció a su derecha una gran oquedad en una mole de hielo bastante próxima, por lo que Nadine se dirigió hasta allí, se adentró todo lo que pudo y detuvo el vehículo lanzando los ganchos de anclaje al hielo. Desconocían la magnitud de la tormenta, por lo que expectantes, se aferraban a la esperanza de que no provocase una gigantesca ola. Durante la angustiosa espera, cada uno de ellos se despidió de su existencia como mejor supo, aferrados a aquello que diera sentido a su vida. Y otra vez el miedo.

Maggie susurraba al micrófono de la emisora de radio unas palabras imperceptibles como una letanía.

Con los ojos cerrados se imaginaba que era Dorothy, volando dentro de su casa al mágico mundo de Oz. No sentía nada, ni el golpe que su cabeza se dio contra la pared del vehículo en el momento del impacto de la gran ola, que en décimas de segundo los sacó a alta mar engulléndolos el Océano Atlántico, ni los continuos golpes de los objetos que volaron en el interior del pequeño habitáculo, ni los gritos de sus compañeros, sus amigos, ni siquiera sabía si gritaba también. Solo veía su casita volar y volar hasta que la masa de agua helada le impidió respirar.


                                                                     * * * * * *


El regreso de cinco miembros del equipo, de los diecisiete que habían partido, fue un desfile de tristeza ante el comité de bienvenida, formado principalmente, por algunos miembros de sus familias y de las de los desaparecidos, así como el equipo científico, envueltos todos en un mar de lágrimas desconsoladas y cálidos abrazos que intentaban enjugarlas. Otra misión fracasada y, de nuevo, tantas vidas perdidas.

Reunidos en una pequeña sala pudieron escuchar la grabación que habían recibido el fatídico día. Mientras todos mostraban el rostro ensombrecido por la certeza de la pronta rendición, escucharon nítida y claramente la voz de Maggie que repetía: decidle a mi niña que no tengo miedo.


Hanami (Raúl Góngora)


Hanami
“La flor del cerezo es el símbolo de lo efímero. Se abre en una noche, florece unos días, y desaparece para siempre, no se puede detener.” (Cerezos en flor. Película.2008)


La respiración de Jesús se iba entrecortando a cada kilómetro que su inadaptado coche se adentraba en el inevitable desierto. Habrían pasado unos veinte años ya desde aquella partida de ping-pong que alguien jugó con su alma, cuando todavía ésta era de uso público. Jesús iba disminuyendo la velocidad a medida que se acercaba al lugar donde su visión del amor; de la pasión, saltaría las vallas de la cuna de temprana inocencia para toparse con un suelo de mármol ensangrentado de realidades. La primera espada, pidiendo permiso para clavarse en cualquier ventrículo del corazón de su memoria, llegó al pasar por la puerta del Hostal Calatrava, donde Inés se alojaba, y donde casi todo ocurrió o no. Hostal, repleto de pensionistas que querían revivir en persona sus amadas películas del oeste visitando el Mini-Hollywood.
A tan solo cuatro minutos en coche del Hostal Calatrava estaba el del Restaurante-Venta del Compadre, parada casi obligada al atravesar aquellos arios parajes. La cerveza y el inagotable güisqui que Juan, camarero de los de la muy vieja escuela, les sirvió, sabedor del color que tomaría la noche de aquellos dos encontrados, no hicieron más que dotar de un sonido estéreo animal cada grito de placer que Inés soltaba a cada sudoroso envite de aquel agraciado desconocido.

Volver sin haberse marchado (Por Ricardo San Martín)


Estamos de vuelta. Comienza un nuevo curso escolar. Vuelven los niños y los jóvenes a las escuelas e institutos. Los padres parecen aliviados de que sean los educadores quienes tengan a sus hijos durante parte del día. Todo un verano educando a base de móviles, consolas, tablets y WhatsApps es agotador. Ya están de vuelta en las aulas. ¡Qué alivio!

Volvemos a volver. Ya estamos de vuelta.¿O seguimos donde estábamos antes de las vacaciones?



Vuelven. Vuelven los pirómanos. No serán los mismos de años pasados en Galicia, pero su proceder impune es el mismo en Gran Canaria. Vuelve a quemarse España. Pero, ¿queda algo por quemar? ¿Algún bosque, algún parque nacional? Aún están candentes las ascuas de Gran Canaria: vuelven el fuego, los incendios, la impunidad y el olvido hasta el próximo fuego.

Vuelven a prender fuego los incendiarios que no son detenidos, sobre los cuales no recae ninguna pena. Quedan consumidas cientos de hectáreas de árboles, de bosques, miles de desalojados de sus casas que tras el incendio vuelven a sus casas. ¿Vuelven a crecer los árboles? Sí, claro, tras decenios. ¿Quién se beneficia de esos fuegos? ¿Hay alguna forma de evitar que al año que viene vuelva a quemarse otra región?

Vuelven. Vuelven las muertes de mujeres. Igual que el año pasado y hace una década de forma continuada. Imparables. Volvemos a tener la duda de cómo denominarlas: ¿Violencia de género?, ¿violencia de sexo?, ¿violencia machista? Muerte. O mía o de nadie. Vuelven las ideas ancestrales, las manifestaciones tras la muerte, los lazos, los símbolos, las declaraciones, las cifras. ¿Hay forma de impedir que mañana vuelva a morir una mujer asesinada por un divorcio, por un mal querer, por despecho?

Vuelven. Vuelven las pateras a cruzar el Estrecho, los barcos llenos de migrantes a transportar seres desesperados. Vuelven las mafias a hacer su agosto, los gobiernos a buscar soluciones. Vuelven los muertos en el mar.

Vuelve. Vuelve la sequía en Andalucía. La misma que nunca se ha marchado, la que está con nosotros desde hace décadas, resecando campos, desertizando paisajes. Meses y meses sin una gota de agua. ¿Volverán las restricciones y los cortes de agua que conocimos antaño? ¿Hasta cuándo aguantarán los acuíferos y el descenso del nivel de los pantanos?

Sí, vuelven. Vuelven a bajar las reservas hidráulicas en pantanos y en acuíferos del subsuelo. Seguimos sacando agua para regar campos porque de lo contrario los olivos no producirán aceituna, porque si no la cosecha será exigua. Vuelve a avanzar el desierto por toda Andalucía.

Vuelve. Vuelve a subir nuestra deuda pública, histórica. Dicen que ya es de 1,21 billones de euros. Seguimos gastando descontroladamente. Diecisiete taifas, perdón, autonomías, son muchas y el gasto es imparable. Pero, ¿se racionalizará ese gasto?, ¿Dejaremos de echar mano al dinero de la hucha de las pensiones? ¿Quién las pagará mañana?, ¿Hay un mañana para las pensiones?

Vuelven. Vuelven a reunirse algunos partidos para negociar, para tratar de llegar a acuerdos que permitan formar gobierno, sea de coalición, de cooperación, de concentración, de cohabitación o de conchabación. Gobierno provisional. ¿Y qué no es provisional en España? ¿No son provisionales los puestos de trabajo? ¿Los salarios? ¿La salud de la población?

Vuelve. Vuelve a haber una infección general. Antes fueron las vacas locas, ahora parece llamarse listertiosis, de la bacteria listeria monocytogenes. El resultado es el mismo: enfermedad, abortos y tal vez muerte. ¿Pero no se controlaba la calidad de los alimentos que consumimos? ¿Cómo es ese control? ¿Es eficaz? ¿Estamos a salvo de contagios masivos?

Estamos de vuelta sin habernos marchado. Estamos en el mismo sitio y con los mismos sucesos o muy similares a los del año pasado, a los de hace dos, tres, cuatro años atrás. Volvemos a tropezar en las mismas piedras que tropezamos. Volvemos a volver. Ya estamos de vuelta, ¿o seguimos donde estábamos antes de las vacaciones?

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