Quijotes desde el balcón

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lunes, 25 de abril de 2022

Ciclados: nacimiento, vida y muerte (renacimiento)

 - Texto: Pili Gámez, Raúl Góngora y Marina León. - Pintura: Rafa Ruiz.



Esa mañana Oz abrió la ventana con el ademán preciso de quien sabe que nada nuevo habría tras los postigos. Por entre las rendijas entraba aquella luz mortecina que recordaba sin piedad lo que, desde hacía ya demasiado tiempo, aguardaba afuera. Un cielo plomizo envejecido, a veces, por el color del polvo suspendido en el aire, un calor asfixiante que permitía apenas la respiración a pequeñas bocanadas impidiendo así al fuego entrar en las vías respiratorias, y una tierra
cuarteada era el paisaje eterno que no les permitía sacar de sus cabezas aquella palabra maldita: sequía
Con la sequía llegaron las carencias, el miedo y un adiós que lo dejó desvalido y huérfano en el mundo. Cada nuevo día hacía el esfuerzo de repetir cada una de las acciones que antes le eran gratificantes y fructíferas, pero todo era en vano. Su cabeza y su corazón se habían secado como aquella tierra, que, aunque no lo había visto nacer, se había convertido en la mejor madre de acogida.




 

Como cada día Oz encaminaba sus pasos hacia el manantial, como si ese ritual pudiese hacer que el agua brotase de nuevo y él pudiese alimentarse de la música del agua jugueteando entre sus pies descalzos. Lo único que escuchaba era el crujir del suelo a cada uno de sus pasos. Y así, un día igual otro, los días se convirtieron en meses, los meses en años, y los años en una especie de eternidad convertida en piedra por una mirada de La Gorgona.

El tiempo continuó su avance inexorable y la desesperanza y el color gris de sus cabellos se habían convertido en los dueños de ese lugar donde no se podían diferenciar muerte y espacio y el concepto cambio había desaparecido del acervo popular. 

 Por la noche, en apenas un susurro, un remolino de viento inusual había cruzado el pueblo, levantando tras de sí toneladas de polvo que quisieron seguirlo, y posarse en lugares más proclives a la procreación, desvistiendo el lugar de aquel color ocre y mostrando todo aquel colorido de vida que había quedado enterrado. Los vecinos de vista más aguda pudieron ver como en el horizonte se avistaban pequeños jirones de nube que iban a terminar el proceso de desmemorización popular, empujándose unas a otras con algarabía hasta posarse sobre aquel desahuciado lugar.

Y todo cambió con la lluvia…

El manantial deseoso de ruido comenzó a fluir alborotado. Oz sacudió el peso del polvo sobre sus cabellos y empezó a escribir, guiada su mano por el viento desbocado: negras, blancas y corcheas, claves, silencios y compases, fusas… ¡semifusas!, un lenguaje musical con el que parió la sinfonía que insuflaba la vida ausente en su casi muerto corazón. El agua se las iba dictando en una lengua caprichosa, chispeante, chismosa, a la que se dio el gusto en llamar Hierática sinfonía del manantial.

 

 

 

Las nubes, con faldas de vuelo alto, se ruborizaban ante los piropos tan brillantes y directos que ese vigoroso manantial de agua y esperanza les gritaba.

Oz, sentado en la orilla creciente de aquel romance de altos y bajos, contemplaba cual director de orquesta como la naturaleza, antes atascada y casposa, comenzaba a hilar aquel amor. Como aquellos jóvenes huéspedes de su mirada se deseaban sin guardar silencio, se acercaban, en la oscuridad se rozaban y por fin se desnudaban y se amaban.

La pasión del manantial, propia de una fiera de la selva en su recién entendida primavera, atraía aquellas gaseosas flotantes con sus excitantes deformidades. Ardiente in crescendo a cada minuto rozaba sin pudor los salientes de las nubes deseándolos, agitándolos, despertando bestias internas en las alturas que saltaban de arriba abajo cegando por momentos el horizonte.

La música que salía del corazón y las manos de Oz se veía cargada de inclusión sexual, se sentía partícipe en aquella orgía de la naturaleza, en aquel coito atmosférico cargado de gemidos luminosos de placer de arriba abajo y sudor, calor y verticalidad en sentido contrario El manantial ardía de placer en manos de las nubes. Las nubes gritaban con grandes ecos excitando a Oz, que como espectador involuntario se sentía más vivo que nunca. pronto un gran rugido celestial consumó aquel amor. 

La creatividad constante de los primeros elogios al manantial que tan vivo bailaba en las retinas de Oz se convirtió en un juego de voyerismo inolvidable. El joven manantial había excitado a las nubes y viceversa de tal manera que, sin importar vencedores o vencidos, dejaron que el placer de sentir antes que el de existir ganara aquella batalla.

   —¿Amor?  -Se preguntaba Oz ante aquel espectáculo que acaba de vivir y aprovechar. Y a lo lejos, como jóvenes videntes seguros de sí mismos, las nubes y lo que quedaba del manantial sabían de la insuficiencia de la palabra amor para describir los minutos de extrema pasión compartida.



 

La pasión compartida en un extraño trío formado por dos milagros de la naturaleza, nubes y manantial y, por una tercera parte, los maduros ojos de un Oz que, maravillado por lo contemplado, había dejado llevar el ritmo de sus manos en una erótica sinfonía que había surgido de una profunda fuente de creatividad musical llena de lívido nunca antes sentida en ninguno de sus placeres, ni propios ni compartidos.

A la vez que las nubes y el manantial se reunían en el horizonte y las manos de Oz terminaban de escribir más corcheas, negras y redondas, la música que plasmaba en el papel comenzó a surgir visualmente del propio manantial. Como si de un geiser se tratara el manantial respondía con potentes columnas verticales de agua a la música que Oz tenía en su cabeza. Al mismo tiempo, se iba expandiendo, formando amplios canales de forma fálica que llenaban los secos valles de agua, anunciando la prometida y ansiada primavera que los habitantes de la zona llevaban esperando desde hacía años.

La creatividad de Oz era el reflejo musical en consonancia con la naturaleza, que lo llamaba con los susurros del agua y los remolinos que seguían surgiendo. Las nubes se habían parado, como esperando a que el manantial se recuperase de ese momento compartido, para volver con más fuerza y más pasión a dar rienda suelta a esos momentos íntimos que la tierra, sedienta, esperaba con ansias.

Y el espectáculo comenzó otra vez. Pero esta vez Oz no se mantuvo al margen, quiso participar de tan grata experiencia. Se dirigió al lugar en el que nubes y manantial se aunaban, guiado por la música que surgía de su cabeza y que el manantial dibujaba con sus variados canales. Dejando atrás las partituras llenas de la hierática sinfonía del manantial, no pudo resistirse al movimiento del agua. Se sentía parte de él. Como llamado por un canto de sirena se dirigió a la orilla, sumergiéndose en el agua hasta que lo cubrió por completo y siendo uno con nubes, manantial y agua.

Lo que había sido la tierra seca en la que Oz había nacido, se convirtió en un valle próspero en el que cada año, para rememorar el día en el que la lluvia había vuelto a dar vida y esperanza, se realizaba un concierto sinfónico que llenaba el aire con las notas que Oz había plasmado ese glorioso día en el que su creatividad había formado parte de la vuelta a la prosperidad de la humanidad.




 

 

 

 

 

 



sábado, 25 de abril de 2020

POR QUÉ ME GUSTA LEER

Gracias a Ricardo por esta segunda aportación a la festividad del libro.
Libros que son los mejores aliados que estamos encontrando en este largo confinamiento. Libros que siempre estarán ahí para pintar nuestras retinas con distintas realidades, para enseñarnos, para volar y para, en definitiva, hacernos algo más racionales.



Ricardo San Martín Vadillo

“Qué maravillosos son los libros, cruzan mundos y siglos, derrotan a la ignorancia y, finalmente, incluso al tiempo cruel”. Gore Vidal.

Día 23 de abril. No está mal que desde el hecho conmemorativo se trate de potenciar acciones necesarias (Día de la Cruz Roja, del Medio Ambiente, etc.), pero no debe existir un solo Día del Libro, deben ser 365.

En el deseo de aportar mi “granito de arena” para la promoción de la lectura, pensé –en un principio- en redactar un artículo donde analizase el estado actual del libro en España, comparase cifras de producción editorial en estos pagos con otras naciones, lamentase el bajo índice de personas con hábito lector, discrepase con Antonio Gala cuando dice que no es la televisión la culpable de las bajas cotas de lectura, a la vez que sumaría mi voz a la suya para clamar con él: leer en España es llorar; expresase mi preocupación por el escaso índice de hogares andaluces –a las encuestas me remito- que poseen libros.

Desistí. En tal sentido remito a los lectores a la revista El libro español (números 331 y 332), al estudio “Juventud española: 1960-1982” (bastante deprimente en sus conclusiones); al libro de Pedro Laín Entralgo, La aventura de leer,  a los artículos de Antonio Gala, “Aprender a leer”, ”El mundo de los libros”; de Rafael Conte, “Por qué no leemos”; de J. Lasso de la Vega, “El buen lector”; de P. Gimferrer o los de Rafael Hinojosa, “Querido libro”, “La lectura crítica” o “La afición lectora”.

Pretendo ofreceros, lectores, algo más personal, un trozo de aquello que late dentro de mí y que siento con intensidad. Y es que sólo se debe hablar de aquello en lo que se cree “a pies juntillas”; yo creo en la lectura y en su beneficioso poder. Os diré más, de existir tal me gustaría ver impresa en mi DNI una profesión que dijese: lector.



yo creo en la lectura y en su beneficioso poder




La frase de San Juan (8:32), “la verdad os hará libres”, (por cierto, importantísima lectura la de la Biblia), me permito transformarla en: “La lectura os hará más libres”.

Pero, una vez declarada mi pasión lectora, detente pluma/lápiz/”boli” y vayamos a los orígenes de ese gusto/placer/pasión. ¿Desde cuándo me gusta leer? ¿Quién encendió esa llama cada vez más viva? Tocado el resorte del recuerdo, retorno mentalmente a mi infancia y admito que nadie me indujo a la lectura. Quizá todo empezó –como para tantísimos chicos/as- con los TBOs: de la imagen, pasé a la lectura de viñetas. Jaimitos, robertos alcázares y pedrines, guerreros del antifaz, fueron compañeros inseparables que, ávidamente, intercambiábamos en zaguanes y esquinas.

Había, por aquel entonces, en mi pueblo natal (unos 4.000 habitantes) una biblioteca pública, hoy desaparecida. En mis visitas veía en sus despoblados anaqueles gruesos lomos de libros que me imponían gran respeto: mucha letra y pocos “santos”.

No obstante, la ausencia de mar en Castilla –si no son los dorados trigales mecidos por el viento- y una afición juvenil: el submarinismo, me llevaron entre las páginas de un libro de J. Cousteau sobre el tema. Leí aquel libro, que otrora me pareció inaccesible, sin reposo, casi con voracidad. De esta forma me sentí sumergido –nunca mejor dicho- en el mundo de los libros.



El mar es el gran unificador para el hombre. Todos estamos en el mismo barco. Jacques Cousteau.




Descubrí que había belleza en las palabras, que los libros son maestros de vida, embajadores de otras mentes y otros mundos, portadores de ficción y realidad a un tiempo. Y quedé prendido en esa magia.

Imagino que, en cada una de las personas que disfrutan leyendo, el camino que les condujo a ese deleite habrá sido diferente. Reconozco, sin embargo, que la labor de los padres y del entorno pueden ser factores que coadyuven (¡qué palabrita!) o inhiban esa afición.

Analicemos ahora otro aspecto: ¿por qué leo? Ay, amigos, porque me gusta, aprendo nuevos tonos del mundo y sus gentes y me siento mejorar.

La vida está llena de pequeños placeres y depende de nosotros captarlos: un buen libro es uno de ellos.

A modo de receta os lo diré: hágase girar un disco de clásica, jazz, orquestal o electrónica (no muy estridente), descórchese una botella de noble rioja, acomódese en un sillón, ábrase libro (Delibes, Orwell, Neruda, Márquez, Buero Vallejo…). Puntos suspensivos a rellenar por ti, lector-. Ya comenzó la aventura.

Al mundo amigo de los libros se puede acudir por deleite, como instructor de habilidades, panel de ideas y mentalidades, guardián de hechos históricos, recopilador de datos, cifras y gráficos, exponente de la capacidad de grandeza y miseria humana. En efecto: todo está en los libros.

Encabezaba este artículo/confesión con una cita de Gore Vidal. Quiero que sean las de un español universal las que sirvan de punto final. Lo dijo Miguel de Unamuno: “Todos los que vivimos principalmente de la lectura y en la lectura, no podemos separar de los personajes novelescos a los históricos […] Todo es para nosotros libro, lectura. Somos bíblicos. Y podemos decir que en el principio fue el libro. O la historia. Porque la historia comienza con el libro y no con la palabra”.
(Artículo publicado en IDEAL, 22 de abril 1987, pág. 3)

jueves, 23 de abril de 2020

Los libros, trozos de vida

Purificación Molina Rueda y Ricardo San Martín Vadillo





Todo empezó el día en que, por voluntad propia, decidió coger aquel libro de Miguel Delibes: El príncipe destronado. Comenzó a leer con desgana, más por tedio que por obligación. Sus ojos recorrían las líneas del libro y después de dos páginas se dio cuenta de que la historia le había atrapado. Sintió que estaba viviendo con Quico el despertar de aquel día, que estaba en su habitación y percibió. Estaba solo en su “el resplandor que se filtraba por el cuarterón mal ajustado, de la ventana. Con la luz se dibujaba la lámpara de sube y baja, de amplias alas” cuarto, leyendo aquel libro que hace tiempo le habían regalado y que nunca se había molestado en abrir hasta aquel momento. Y de pronto, le pareció no estar solo, creyó ver a la Vítora que decía: “Me parece que llama el niño”. No podía ser, aquello no era real. Lo real era su cuarto, su casa y su pueblo. Lo real eran sus amigos,  su colegio. Eso sí era real. Quico y la Vito no podían ser reales, no existían, ¿o sí?
En alguna otra parte de Jaén, en fechas bien recientes, otra persona- de nombre Manuel, Josefa, Tomás, María  -qué más da-, lee un libro de Gabriel García Márquez: El general en su laberinto: El general se agarró sin fuerza de las asas de la bañera .../... –Vámonos -dijo. Volando, que aquí no nos quiere nadie”. El lector percibe que lo que lee es real, es actual, es preciso y precioso, e imagina al general Augusto Pinochet en su obligado destierro londinense esperando una decisión de los lores británicos. Siente el general sobre su cogote el aliento fantasmagórico de los “desaparecidos” durante su mandato y piensa -no que no le quiera nadie- que tiene sus partidarios en Chile, pero que la opinión internacional y una justicia más ecuánime y universal que la de su país pueden hacer realidad lo que nunca llegó a imaginar cuando dictaba órdenes. Sabe ahora que el otoño de su vida estará acosado por los espectros de toda su represión política. Literatura y realidad tan unidos.
Ese mismo lector tuvo entre sus manos, hace meses, el libro de Aldous Huxley: Un mundo feliz, y rememora la impresión causada por aquel fragmento del libro: “Hombres y mujeres estandarizados, en grupos uniformes. Todo el personal de una fábrica podría ser el producto de un solo óvulo bokanovskifado.
- Noventa y seis mellizos trabajando en noventa y seis máquinas idénticas! -La voz del director casi temblaba de entusiasmo- . Sabemos muy bien a dónde vamos”.
No, él/ella no está muy seguro/a de a dónde puede conducir esta experimentación científica. Una vez más la literatura, la fantasía fue por delante de la realidad, todo parecía ficción cuando Huxley escribió su libro pero hoy ya es plausible que los límites de lo que la ciencia puede hacer han sido extendidos y no sabe muy bien qué puede venir después de haber visto la foto de la oveja clónica Dolly en los periódicos. Dolly el primer ser vivo “copiado” genéticamente al 100% de otro ser vivo. Todo estaba recogido en los libros “de ficción”.


El estudiante de Secundaria, de nombre Ramón, Rosa, Felipe o Felisa, ha leído como parte de su programa escolar El Lazarillo de Tormes. Disfrutó de lo lindo con muchos pasajes y ahora recuerda aquel fragmento tan actual:Todo lo que podía sisar y hurtar traía en medias blancas, y cuando le mandaban rezar y le daban blancas, como él /su amo el ciego/ carecía de vista, no había el que se la daba amagado con ella, cuando ya la tenía lanzada en la boca”. No fue mal pícaro aquel Lázaro -piensa el estudiante- cuyo autor anónimo contó sus hechos y andanzas en el siglo XVI, mas en estos nuestros tiempos (años 1982 a la presente) otros tantos presuntos pícaros: roldanes, guerras, condes, olleros, rubios, urdangarines... han visto acrecentada su fortuna por arte de maletines, convolutos y mordidas. Nada nuevo, todo cuanto de humano tiene nuestro comportamiento está recogido en los libros desde hace siglos.
Pero no piense el lector que todo debe tener una visión negativa de lo contenido en los libros. También los más nobles sentimientos y acciones humanas están reflejados entre las hojas de una novela, poema o ensayo. Ese clásico moderno que es El nombre de la rosa de Umberto Eco así lo recoge: Oh, el amor tiene efectos muy diversos; primero ablanda el alma, luego la enferma... Pero más tarde ésta siente el fuego verdadero del amor divino, y grita, y se lamenta, y es como piedra que en el horno se calcina, y se deshace y crepita lamida por las llamas”.
Leer este fragmento es como tener al lado la obra caritativa, de entrega desinteresada de la madre Teresa de Calcuta y la de tantas otras personas entregadas a la ayuda altruista a sus semejantes en países del Tercer Mundo. Benditas sean.
Para reflejar el amor sensual leamos Romeo y Julieta o La Celestina, con la pasión de Calixto y Melibea. Qué no decir del libro de Pablo Neruda Cien poemas de amor y una canción desesperada. Lo mismo me sirve como ejemplo, lector, un fragmento de su libro Cien sonetos de amor:No te quiero sino porque te quiero / y de quererte a no quererte llego / y de esperarte cuando no te espero / pasa mi corazón del frío al fuego”.
Libros: palabras para narrar, para describir amores, llantos, temores y esperanzas. Humanos sentimientos: la duda en Hamlet, los celos en Otelo, la ambición en Macbeth, la generosidad en Misericordia. Ah, libros: trozos de vida.
No me digáis que los libros sólo contienen fantasías, historias inventadas, imaginaciones de la mente. En literatura como en el arte, no se sabe muy bien quién imita a quién: el libro a la realidad o la vida a las novelas. Ah, los libros contienen retazos de vida y son tan reales o irreales como nuestro diario acontecer.
¿Acaso es más real un documental televisivo de Jacques Cousteau que las escenas de 20,000 leguas de viaje submarino? Tal vez no existe un terror similar entre lo que seres “humanos” hicieron con Ortega Lara o lo que otros hicieron con la farmacéutica de Olot y el escalofrío que nos producen libros como Frankenstein o Dr Jekill y Mr Hyde? ¿Pensáis que es más fabulosa la reciente noticia de la vuelta al mundo del globo Breitling Orbiter 3, que la aventura descrita en su día por Julio Verne?
Libros y vida están íntimamente relacionados y beben uno de otro. Mientras leemos vivimos otras vidas, lo que otros antes  vivieron quedó plasmado en libros, lo que hoy nos toca vivir fue imaginado, tiempo ha, por la literatura de anticipación.
Quienes amamos los libros y lo que representan, no debemos temer un futuro amenazado por la televisión, el video, Internet o los CD ROMs. Los libros son trozos de vida y como ésta, son una parte consustancial de la historia venidera del Hombre.
(Artículo publicado en La Tregua, año 2008, nº 4, pp.50-51).

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