Quijotes desde el balcón

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jueves, 1 de noviembre de 2018

El alma perdida

por Lourdes Siles

En muerte porque no pude,
en vida porque te eché.

Son las doce de la noche, esa noche que marca un antes y un después, que olvida un día y renace con la luna llena despejando los miedos.

Víctor mira hacia el cielo estrellado, y lo nota un poco raro, quizás las incesantes noches que pasa clavando sus ojos en el cristal de su ventana se han apoderado de sus pupilas dilatadas. Se siente como encantado, pero no sabe, que esa noche, algo robaría su encanto.

Una tumba sin cruz

por Enrique Hinojosa

…y un lugar donde enterrar a nuestros muertos
Tratado de Westmister, 17 de julio de 1654

El cementerio más antiguo de Lisboa es un cementerio surgido de una simple frase escrita en un papel. Entre la Basílica y la Plaza da Estrela, se esconde el Cementerio de los Ingleses. Hay que alejarse de la zona turística para ver lo que nadie ve: desde fuera sólo es un muro más, franqueado por una puerta que abre apenas unas horas cada mañana. Pasará desapercibido para quien no sepa qué se esconde en su interior. Una gran arboleda se eleva en plena Lisboa para dar sombra y cobijo a las cruces, para dar paz y descanso a los muertos.

Ley de probabilidades

por Ricardo San Martín Vadillo

La teoría de probabilidades se ocupa de asignar un cierto número a cada posible resultado que pueda ocurrir en un experimento aleatorio. El matemático Laplace emitió su ley de probabilidades. Katerina Riskova no sabía mucho de matemáticas y bien poco de la ley de probabilidades. Ella sabía de arrojar cuchillos. Esa era su especialidad y su arte.

Halloween alternativo

por Robert Andrews

En el cementerio hay una tumba ocupada por un zombie. La tumba es fría y oscura, pero hay movimiento. Es la noche antes de Halloween y el zombie tiene un problema, porque año tras año el tema de Halloween es el mismo: zombies, vampiros, fantasmas y esqueletos, y ahora él es el aburrido.

El escondite

por Marina León

Desde el momento en el que sus padres se lo dijeron, Lucía sabía que no sería una buena idea. Esa era la noche en la que la empresa donde trabajaba su padre iba a celebrar el aumento de ventas y la ampliación a Francia. Su padre era el jefe del departamento comercial y no podía faltar. Solo llevaban cuatro días viviendo en la casa nueva. Lucía no quería quedarse en aquella enorme casa sola. Pero allí estaba, en el vacío salón, todavía lleno de cajas sin abrir y con todas las luces encendidas y la televisión a todo volumen. Hacía solo unos minutos que sus padres se habían ido a la fiesta en el nuevo Seat que su padre había comprado unos meses atrás, al igual que lo había comprado la mitad de Madrid en aquel 1963.

De luna y sonrisa

por Jorge Romero


Miro en silencio
bajo el ruido estrepitoso
de una calle cualquiera,
doy un paso elegido al azar
y descubro el paso que andaba buscando,
decido liberarme del peso de la sombra,
ya no cumple los requisitos de mi firmeza
y rompo el pacto de forma unilateral,
aniquilo los lienzos transversales
que anudan la garganta
como versos escuálidos sin fondo,
me libero de los formalismos,
lo más obsoleto de mi conciencia
y reflejo mi gesto en la sonrisa
sobre un escaparate cargado de ojos afligidos.

Calados hasta los huesos

por Raúl Góngora

Tú qué sabrás, si nunca estuviste en mis entrañas.

El verano del 2015 estaba siendo inolvidable entre familiares y amigos íntimos de Il Sole Blu Corp. Compañía Italiana de Energías Renovables. Paolo y su compañero de empresa y mejor amigo Fausto comenzaron, entre las risas de sus hijos, a enterrarse en el enorme agujero que excavaron entre todos en la arena de la playa. Aquella era su cala preferida de Formentera y esa especie de arco de piedra que se formaba en su lateral izquierdo, el lugar donde siempre se colocaban y jugaban con sus hijos. Una vez que ambos tenían enterrado casi todo el cuerpo, Fausto comenzó a agitar los brazos bajo la arena para dar algo de movilidad a sus piernas. Su mano derecha enterrada chocó con una especie de roca redondeada por la erosión marina. La acercó hacia su cuerpo y la sacó a la superficie.

Beso nocturno

por Alfredo Luque

Una vez más, le miré paralizada por la emoción. Era encantador. Sus ojos verde grisáceo, me enloquecieron, al igual que sus labios y su rostro delicado. Era tan perfecto como siempre había sido. Cuando vivía, fue todo mío. En ese momento, él siempre me miraba fijamente y la sangre se congelaba en mis venas henchidas mientras se acercaba  y yo cerraba los ojos deseando no despertar de aquella horrible y maravillosa pesadilla.

Los juegos del hambre

por Nono Vázquez

Lo que empieza como una broma puede acabar mal, y aquel otoño de 1950 Felipe y yo comprendimos que hay cosas con las que no se debe jugar. Soy Abelardo Castañeda, y Felipe Santos era mi amigo. Por aquellos años contábamos apenas nueve. El pueblo no ofrecía demasiadas alegrías y todavía los mayores tenían demasiado reciente el recuerdo de la guerra.

La Criatura

por Rafa Vera

La diferencia entre conocimiento y sabiduría:
conocimiento es decir que Frankenstein no era el monstruo,
sabiduría es decir que sí lo era.

Intenté mejorar el mundo. Sólo un poco, sólo con lo que tenía a mano. Años y años de estudios dedicados exclusivamente a hacer de este erial en el que habitamos algo más parecido al vergel que nos prometieron. Mi intención era buena. Incluso me atrevería a decir que era la correcta. Aun no entiendo como aquellas puras e inocentes intenciones se tornaron en el grotesco y denigrante vestigio que he legado.

Merezco la muerte, lo sé. Bien sea por crímenes de lesa humanidad, bien por creerme Dios y moldear una vida sin ser apenas un aprendiz de la misma. Sea quien sea que deba juzgarme, seguro que halla culpa en mis acciones.

No hay defensa contra la grotesca criatura que he creado. Esa forma escatológica de existencia no es más que mi currículum, y por él he de pagar sólo yo. La Criatura, la patética forma de existencia que salió de mi torno como quien moldea un jarrón de arcilla, no tiene culpa de nada más que de existir.

De nada sirven a estas alturas las típicas excusas de es que yo creía, es que yo pensaba. Es mi responsabilidad. Erré, tal vez, en el proceso, pero mis fines era en pos de la verdad científica y en el ansia por conseguir mejorar la experiencia.

Me lamento, por eso no culpo a nadie de mi muerte, y me castigo a mí mismo quitándome la vida. Sé que se me tachará de cobarde por no saber afrontar mis errores, por no tratar de subsanarlos. Cosas peores me dirán, pero he de asumirlas sin rencores.

Hace apenas un año que comencé mi experimento. No llega a los trescientos días. En él insuflé vida a una existencia apenas insulsa y sin sentido. Traté de darle eso que le faltaba: honor, estima, valor, orgullo. Una razón de ser, en resumen. Pero de aquella insulsa masa madre no se creó un pan para apaciguar del hambre de la humanidad. Muy al contrario se maceró en asquerosa condescendencia y fermentaron en la Criatura las más patéticas y nauseabundas virtudes del ser humano.

Pido perdón, en este justo instante en el que doy fin a mi vida por todo lo que hice. Pido perdón por haberme creído un dios creador cuando apenas estaba deformando una creación casi perfecta. Pido perdón por aquel catorce de agosto. Jamás debí comenzar el experimento. Jamás debí decirle a mi sobrina que cantaba reggeaton como pintaba Miguel Ángel en la Capilla Sixtina.

Ahora, espero que con vuestra misericordia, voy a ponerme los auriculares y escuchar su último L.P. Ya pagaré en la otra vida el daño que en esta he hecho.

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