LUZ
(A mi prima)
Allí, ante el misterio
que aquellas columnas, suelos y paredes de mármoles desgastados por el tiempo y
el peso de la fe, representaban, Lucio giró sus ojos, su llama tenue, cargada
de chisporroteos finales.
La cara de Aurora, la
mejor alumbrante que una vela podría haber tenido en su gran día, era la cara
de la satisfacción plena. Jamás nadie la había entendido tanto, de forma tan
profundo, tan sencilla y sin tanta compasión lastimosa, como aquel pedazo de cera
y su luz.
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Lucio llevaba ya semanas
impaciente, esperando aquel quince de agosto; su gran actuación, el motivo de
su existencia.
― ¿Quién
sería? ¿Se entenderían? ¿Sabría, el alumbrante, llevarlo? ¿Sería él digno de la
persona que lo eligiera?