LUZ
(A mi prima)
Allí, ante el misterio
que aquellas columnas, suelos y paredes de mármoles desgastados por el tiempo y
el peso de la fe, representaban, Lucio giró sus ojos, su llama tenue, cargada
de chisporroteos finales.
La cara de Aurora, la
mejor alumbrante que una vela podría haber tenido en su gran día, era la cara
de la satisfacción plena. Jamás nadie la había entendido tanto, de forma tan
profundo, tan sencilla y sin tanta compasión lastimosa, como aquel pedazo de cera
y su luz.
― ― ― ― ― ― ― ―
Lucio llevaba ya semanas
impaciente, esperando aquel quince de agosto; su gran actuación, el motivo de
su existencia.
― ¿Quién
sería? ¿Se entenderían? ¿Sabría, el alumbrante, llevarlo? ¿Sería él digno de la
persona que lo eligiera?
Y así, cuando sintió aquella joven, fría y recién
perfumada mano agarrando con suavidad su cuerpo, aquella vela, bien preparada
para la misión de su vida desde inicios de año, se cargó de una extraña energía
de la que nadie le había hablado. Lucio sintió un calor repentino a lo largo de
su cuerpo, un calor que no era el propio que ya sabía de antemano, el propio de
su llama, de los ojos que culminan su cuerpo. Se cargó con un sentimiento a punto
de explotar de fe a raudales; ilusión arrastrada tras años, confianza y
certeza.
Los primeros metros de la procesión fueron para Lucio
y Aurora de pura adaptación. El ansia de cumplir la misión de uno, y la fe; el
silencio, el intercambio de sentimientos y esperanza desinteresada de la otra,
se fueron convirtiendo en cosquillas eléctricas que se intercambiaban entre los
dedos de Aurora y los llameteos disparejos de Lucio.
Ella siguió sus pasos, conocía bien el camino, el final de la procesión estaba cerca. |
Bajando la calle Veracruz, Lucio ya estaba en completa
simbiosis con su alumbrante. Sabía por qué Aurora estaba allí, sabía por qué
había estado tantas veces más. Sabía por qué en ningún momento había perdido la
mínima pizca de fe en sus pasos, en ese día, en su patrona y en la luz.
Lucio, al verse ya entrando en la plaza del
ayuntamiento, sabía que el final de la procesión estaba cerca. Su llama,
comenzó a arder con un intenso color anaranjado distinto al amarillo clásico de
todos sus compañeros. Aurora comenzó a notar, en su mano, un calor mucho más
intenso que de costumbre. Se cambió la vela de mano pero el calor creciente le
recorría el cuerpo de arriba a abajo. Ella siguió sus pasos, conocía bien el
camino, el final de la procesión estaba cerca. Los sueños de Aurora, su fe, sus
preguntas y sus propias respuestas, aún permanecían intactas, como la primera
vez que decidió salir alumbrando en la procesión de su amiga, de sus ojos
confidentes y su doctora la Virgen de las Mercedes.
Entrando ya a la altura
del compás de Consolación, Aurora estaba sudando a causa de esa nueva energía
extraña para ella, pero con una sonrisa perpetua. La llama de Lucio iluminaba
todo alrededor de Aurora, en contraste con su menguante cuerpo cilíndrico y ese
extraño color anaranjado en su fuego impropio de aquellas velas.
Aurora tenía por costumbre rezar un último Ave María
ante los escalones del altar de su patrona, y allí, en una esquinita del
lampadario más próximo, dejar lo que le quedara de vela en señal de última
ofrenda. Al bajar los medidos escalones de la iglesia, esos pasos los tenía
ella más que contados desde el primer día de su accidental ceguera, los ojos de
Aurora empezaron a parpadear de forma extraña y continuada. Durante el pasillo
central Aurora comenzó a ver una especie de sombras alargadas moverse a su
alrededor y la mano con la que sujetaba la vela estaba ya casi quemándola.
Comenzó a respirar de forma intensa, miles de escalofríos la recorrían de
arriba a abajo. Aquellas sombras alargadas se convirtieron lentamente en claras
figuras humanas; luces tenues por todos lados, manos y pies moviéndose a su
alrededor y ella, empapada en lágrimas y escalofríos, comenzó a arrodillarse
ante los escalones donde aguardaría a su patrona, donde se despediría de ella
hasta el quince de agosto del año que viene y de todo los otros que vendrían.
Lucio, pegó un
retemblido en forma de llama azul y amarilla y lloró por última vez, sabía que
su alumbrante había sido recompensada. Era el máximo honor al que un portador
de fe podría aspirar. Había oído leyendas sobre hechos así, pero jamás pensó
que esos cuentos de sus antepasados se convertirían en realidad y que él
formaría parte del milagro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario