Quijotes desde el balcón

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viernes, 4 de noviembre de 2022

UNA VIDA EN CIEN PALABRAS (por José Manuel Collado)

 













No es verdad que se amorticen los sueños, el alma y el espíritu te han de llevar más lejos; no es cierto que puedas sucumbir ante la nada, ante el vacío del tiempo.

Cuando me miro al espejo, mi cuerpo se diluye entre sombras. Los fantasmas del atardecer me impiden ver, sentir con claridad, y entonces interpreto una vida desvencijada y sin aciertos.

Mas he querido hoy, poner en un crisol mis experiencias y abrirlas al sol cálido, cual flor que en lodo arraiga, y me he preguntado ¿por qué?: tal vez porque amo la vida,  y las flores,  y los pájaros; tal vez porque sin espina que nos hiera, nunca abrazaría las rosas del presente y el pasado.

28/10/2022  José Manuel Collado.

DESPEDIDA (por José Manuel Collado)

 






Se irá despacio tu alma
como el humo de la hoguera,
tus flores serán cadenas
de silencio y de nostalgia.
En la bóveda celeste de tus
sueños -mar de sombras-
anidará  la tristeza.
Tu frente será de luna,
de luna blanca y tinieblas;
entrelazadas tus manos,
-hundidos tus ojos ya-
no verán mas las estrellas.
Se irá despacio tu alma
flotando entre nubes negras,
y en la hora solitaria de la tarde,
las campanas en el aire
anunciarán la certeza
que entre vuelos de almidones,
te está esperando la tierra.

31/10/2022 José Manuel Collado.


                          

miércoles, 2 de noviembre de 2022

Soy Juán (por Robert y Valerie Andrews)

 

Os he contado mi muerte, ahora quiero contaros la historia de mi corta vida. Nací en el año 1502 en Cadiz y desde los once años tuve que vivir en las calle para sobrevivir. Había oído que el puerto ofrecía la oportunidad de robar comida, pero era un lugar peligroso donde muchos niños desaparecían. Impulsado por hambre fui el puerto y en unos pocos minutos estaba en garras de un hombre grandullón, bruto, feo y aterrador. Me agarraron bajo sus brazos al borde un gran galeón para arrojarme a los pies del capitán, Hernán Cortés. Me llevaron a la parte trasera del galeón y me pusieron bajo el control de otro bruto, tan terrible como mi captor. Tuve que aprender obedecer sus órdenes rápidamente puesto que él tenía muy mal genio. Zarpamos y muy pronto Cádiz despareció en el horizonte. Mi rutina diario fue correr de una estación a otra, llevar herramientas y materiales al carpintero, llevar verduras, agua y sal al chef, y agua a mis tripulantes durante sus días más duros bajo el sol. No había tiempo para descansar pero muy pronto enteré de que había otros tres chicos a bordo, uno en la parte delantera y dos bajo la cubierta. No me gustaría ir bajo la cubierta, he escuchado los gritos y los lamentos durante la noche y he visto los cuerpos siendo arrojadas por la mañana. No quiero ni pensar las condiciones que tendrán allí abajo. Tras una eternidad llegamos a nuestro destino, un país que desconocido para mí. Pudimos atracar en el embarcadero donde los puntos de carga de nuestro rey nos aguardaban con grandes cajas que habíamos oído que estaban llenos de oro, joyas y artilugios robada a los incas y que en este viaje llevaríamos a España el artefacto más importante de los incas, una estatua dorada de su sagrado Dios, Viracocha




Viracocha



Después de dos días habíamos cargado todo lo necesario para viajar a España, y lo más importante para el rey, el oro, joyas y artefactos que usaría para financiar sus guerras. Zarpamos temprano y pronto, como Cádiz, la tierra se perdió en el horizonte. Al principio el viaje transcurrió sin consecuencias, buen viento, mar en calma y una tripulación bastante calmada y feliz con su carga. Durante la segunda noche nuestra suerte cambio. Salida de la nada estalló una gran tormenta, el viento aulló más de las gritos que había escuchado bajo cubierta y las olas eran tan altas que nos impedían ver la luna o las estrellas. Era como si las olas tuvieron dados de espuma y furia suficiente como para arrojar a cada individuo bajo las olas. Los tripulantes estaban aterrorizados y querían tirar por la borda el Dios inca, Viracocha. Era demasiado tarde, ya estábamos condenados, el barco comenzó a hundirse al fondo del mar con todo al bordo. No quería ahogarme y con la ayuda de una caja madera fui remontando las olas hacia un atolón seguro de arena. Helado caí rendido en el atolón pero mi pesadilla continuaba porque no tenía agua ni comida. Durante los días y noches esperé morir pensando que los dioses de los incas ya tenían su venganza.


martes, 1 de noviembre de 2022

EL TERCER OJO

 



   — ¡Vamos José, me cago en tó! le gritó Teresa desde la cama.

Son las cuatro y media de la mañana, las cuatro y media otra vez.

José llego a la habitación dando tumbos de sueño y sin mediar palabra se metió entre las sábanas mientras Teresa seguía riñéndole en lo que ella decía que era voz baja.

   — ¿Otra vez el puto Sandro Rey ese? Estás enganchadísimo. ¿Cuántas veces te he dicho ya que ese y todos esos son un timo, un engaña tontos? José se giró para contestarle y así tratar también de terminar esa conversación de altas horas.

Mira Tere, será todo lo que sea… pero el tío ese, su programa, recibe un montón de llamadas cada noche. Con su tosca forma de ser, su hiriente franqueza y sus gestos y chorradas, Sandro se está hinchando. He leído que se lo rifan en otros canales de televisión.

Esa noche José no pegó ojo dándole vueltas a un asunto que ya llevaba meses tramando. Y aún sin acabar de amanecer del todo, se levantó y llamo por teléfono a su mejor amigo.

   — ¡Pero tú es que no duermes! le gritó Emilio.

   — ¡Shhh, calla, calla! –le contestó José muy acelerado. Está decidido Emi (así le llamaban en la pandilla desde pequeño) lo vamos a hacer. Lo de la secta va p’alante. Nos vemos mañana para el café.


   —Muchas gracias a todos los que veis más allá de ser una simple persona corriente. Muchas gracias a todos vosotros que, como yo, entendéis que dos ojos no son suficientes para absorber tanto poder que nos devuelve la naturaleza. A los iniciados, recordar que ese ojo triangular que se os ha tatuado en el hombro derecho, aparte de destacar vuestro poder que por fin verá sus frutos, conlleva una gran responsabilidad. Id a encontrar tercerojistas como nosotros, mostrarles su verdadero poder e inscribirlos en la orden para que juntos podamos reconducir nuestra energía haciendo el bien a los desafortunados. No olvidéis que el poder del tercer ojo está entre nosotros pero es de responsabilidad humana saber reconducirlo hacía el bien. Que rellenen la solicitud con todos sus datos y paguen el ingreso al nivel 1. Juntos, la fuerza global del tercer ojo entrará en simbiosis entre nosotros y ascenderá a niveles inimaginables.

 

José y Emilio, ambos vestidos de vaquero negro, camiseta negra y zapatillas blancas inmaculadas, subieron el volumen de la canción “Sadeness” de Enigma que había estado sonando de fondo durante toda la charla y se quitaron la camiseta a la misma vez, mostrando, al darse la vuelta, el perfecto triángulo equilátero con un gran ojo en su centro, muy parecido al símbolo masónico de los billetes de dólar, el ojo de la providencia, el ojo que todo lo ve. Los dos de espaldas, con las manos cogidas en alto, aguantaron la postura el minuto que duraron los aplausos de las nueve personas que habían asistido a esa ceremonia de iniciación.

   — ¡Recordad que el ojo está entre muchos de nosotros, nuestra labor es enseñar a esos poderosos a manejar tanta responsabilidad y conducir su energía hacía el bien! ¡Rescatad a todos los tercerojistas posibles de su ignorancia en el poder! Nos vemos dentro de una semana.

José y Emilio salieron por la puerta que había delante de ellos, entrando en la casa particular de este mientras aún se escuchaban algunos aplausos de aquellas mentes de arcilla tan moldeable. Mientras se quitaban con disolvente y crema corporal el ojo que ambos se habían pintado en el hombro, bromeaban mientras sonaba en las notificaciones del móvil los ingresos de las cuotas de los primeros iniciados. Seiscientos treinta euros habían ganado en una escasa media hora que habían estado en aquel altar improvisado montado en el garaje de Emilio. 

   —Les hemos puesto un mínimo de siete nuevos miembros por cada miembro. -Le repetía Emilio a su nuevo gurú de las finanzas sin sudar. Y me da a mí que con lo pletóricos que se han ido, estos lo hacen y sobrados. En cosa de un mes tendremos una tribu de locos, creyentes de un poder intelectual y energético por encima de los demás, soltando billetes a saco.

Llegó el domingo siguiente y la cochera de Emilio se quedó pequeña y aún no habían llegado ni la mitad de los asistentes. José y Emilio los trasladaron al patio y jardín que tenía Emilio tan bien cuidado en la parte trasera de la casa.


 

   — Iniciados y ya casi maestros en el poder del tercer ojo ¿lo sentís? –Les gritó José. 

   — ¡Lo sentimos maestro lo sentimos! gritaron todos casi al unísono, formando una especie de cuadro totalmente negro sobre su jardín, ropa que habían decidido ellos adoptar por su propia cuanta para estar más cerca en la simbiosis de poder con sus maestros.

   — ¡Enhorabuena tercerojista Mateo por compartir y divulgar tu energía con tantos nuevos iniciados! Has doblado el número que os recomendamos, tu poder es un ejemplo y camino a seguir.

Aquel mediodía de un mayo ya casi veraniego, José llego exultante a su casa, besó a Tere y le dijo que hacía ya tiempo que no iban a un buen restaurante a comer.

   — Demasiado Feliz te veo, José ¿no te estarás metiendo en ningún follón, no? 

   — Tranquila Tere, que esta nueva asociación de vecinos que hemos creado va viento en popa, y se ven todos vecinos muy formales.


   — ¿Qué pasa Emilio, qué pasa? Son las tres de la madrugada, has despertado a todos por aquí.

   — José, José, José, José…. le susurraba entre llantos Emilio. Ven rápido a urgencias del Clínico a Carmen le ha pasado algo. –Y colgó.

   — ¿Qué pasa José? le preguntó Teresa frotándose los ojos. Nada Tere, nada, el exaltado de Emilio que no se encuentra bien y voy a hacerle compañía en urgencias. Vuelvo en menos de una hora, verás.

   — Es familiar, puede pasar, le decía Emilio a la enfermera de urgencias mientras José se acercaba a Carmen que estaba con la cara rojiza y llorando casi entre ahogos.

¿Qué te pasa Carmen? –Le preguntó José en voz bajita mientras está le apretó las dos muñecas con sus manos. Sois unos hijos de puta sin cabeza y sin alma. Ojalá os pillen y peguéis los dos en la cárcel. Su boca estaba a punto de soltar espuma de la rabia y el odio que sentía hacía ellos en esos momentos. 

   — Calma, Carmen, relájate. – Le dijo Emilio mirándola a los ojos intentando que no montar más espectáculo aún.

   — ¡Os odio! –les volvió a gritar mientras se daba la vuelta delante de José y se subía el camisón mostrándole el gran triangulo perfecto con un ojo en su interior que a modo de culebrilla rojiza e hinchada abarcaba toda su espalda.

Aquella misma noche, más treinta mujeres ingresaron en urgencias del Hospital Clínico Universitario de Badajoz con un gran eccema rojizo en forma de triángulo con otro eccema o culebrilla como le decían ellas en forma de ojo en su interior. Los médicos nunca pudieron dar con el origen ni la solución a aquellas erupciones tan perfectamente definidas.


EL FINAL DE MI BODA_por Lourdes Siles Atienza

 


Lo vestí con sus mejores galas, escogí el traje de boda que llevaba guardado tantos años y que pensaba regalar desde hace ya algún tiempo.

Puse nuestra música favorita, la que siempre dijimos que era nuestra canción.

Después de todo, no quedaba tan mal en ese sofá deshilachado en contraste con su traje azul. Los zapatos se perdieron en la mudanza pasada, pero le puse sus deportivas favoritas. Esas que yo tanto odiaba.

Encendí diez velas, una por cada año que pasaba con la esperanza de que los siguientes meses mi deseo se cumpliese y todo fuese a mejor.

Las coloqué formando un corazón, y cuando estaban lo suficientemente derretidas, las derramé sobre el tapete dibujando el nombre de mi más ansiado deseo: Mateo.

¿Le podrá pedir perdón? ¿Se lo aceptará? Me preguntaba mientras me entraban las prisas.

Siempre me he arrepentido de esas cosas que nunca hice, como por ejemplo de dejarlo plantado en ese altar mientras mi padre me miraba con rabia, obligándome a mantenerme firme. También me arrepiento de aquella vez que pude escapar hacia la libertad, con esa persona que más que humano parecía Ángel y quería concederme todos mis anhelos.

He pasado media vida arrepentida de las cosas que no hice, pero hoy puedo decir que mi mayor arrepentimiento es no haberte hecho esto antes.

Termino de cerrar la maleta y tiro a la basura mi ropa teñida de sangre sin preocuparme de quién la encuentre y te dejo las llaves sobre la mesa, yo sí te doy la libertad de huir.

Coloco mis dos yemas sobre tus puentes azules, y siento que ya es demasiado tarde para echarte de menos. La mancha de la cocina desaparecerá en unos años y otra familia llenará de vida esta casa que tanto me consumió. Mientras tanto dejaré que el diablo te pille por sorpresa, yo intentaré recuperar eso que me quitaste de mis entrañas.

¿A quién quiero engañar? No quiero irme a ningún sitio, me pondré mi vestido de boda y todo acabará donde empezó. Pues llevo muerta todos estos años y no me había dado cuenta.


Espero encontrarme contigo, Mateo.

Te quiere, mamá.




LECTURAS VITALES _ por Ricardo San Martín Vadillo

 



Libros donde la muerte es la protagonista… Me quedo pensando. Recuerdo algunos: El libro de los muertos escrito en tiempo de los egipcios. Según ellos el camino hacia el más allá está plagado de dificultades. No lo sé; ¿no era la vida la que está plagada de dificultades? Al menos para algunos o en ciertos lugares: Burundi, Malawi, Sudán, Siria, Afganistán, Ucrania…

Recuerdo la lectura juvenil de las Coplas por la muerte de su padre, de Jorge Manrique, tan certeras, tan llenas de sabiduría y de advertencias. Me quedo con este fragmento: “Recuerde el alma dormida, / avive el seso y despierte / contemplando / cómo se pasa la vida, / cómo se viene la muerte / tan callando, / cuán presto se va el placer, / cómo, después de acordado, / da dolor; / cómo, a nuestro parecer, / cualquiera tiempo pasado / fue mejor”.

Y cómo no identificarme con lo escrito por Antonio Machado para Leonor, casado y viudo en Soria. Soria, donde también vivimos Dama y yo aquel estupendo curso de 1976-77: “Señor, ya me arrancaste lo que yo más quería. / Oye otra vez, Dios mío, mi corazón clamar. / Tu voluntad se hizo, Señor, contra la mía. / Señor, ya estamos solos mi corazón y el mar”. Sin embargo, hay que mostrarse esperanzado, seguir el camino de la vida, como Machado concluía su poema “A un olmo seco”, el olmo que está en el cementerio de El Espino: “Mi corazón espera / también, hacia la luz y hacia la vida / otro milagro de la primavera”.

De igual modo, me inspiran estos versos de Miguel Hernández, que nos hablan de la vida y de la muerte. Así me siento yo, como el poeta de Orihuela: “ Aquí estoy para vivir / mientras el alma me suene, / y aquí estoy para morir, / cuando la hora me llegue, / en los veneros del pueblo / desde ahora y desde siempre. / Varios tragos es la vida / y un solo trago es la muerte".

La vida y la muerte. La muerte, cualquier  muerte, no puede detener el fluir de la vida y el tiempo va curando la herida. Para cauterizarla necesitamos dos cosas: aceptación y resignación. Algo similar dice Rosa Montero en su libro La ridícula idea de no volver a verte: “La vida es tan tenaz, tan bella, tan poderosa, que incluso desde los primeros momentos de la pena, te permite gozar de instantes de alegría: el deleite de una tarde hermosa, una risa, una música, la complicidad con un amigo. Se abre paso la vida con la misma terquedad con la que una plantita minúscula es capaz de rajar el suelo de hormigón para sacar la cabeza”.

En su día leí y me gusto el libro de Marcos Giralt Torrente, Tiempo de vida, una reflexión sobre su tempestuosa relación con su padre, ahora muerto y añorado. En una parte del libro el escritor se dice: “Tu padre vive ahora en ti”. También en mi caso “mi padre vive en mí”: viven sus consejos, sus cuidados y correcciones, los ratos de asueto compartidos; en definitiva su lección de vida. Pero, de igual modo, todos mis familiares que me quisieron y a quien quise viven en mí. Ya lo dice Carlos Ruiz Zafón en su precioso libro La sombra del viento: “Existimos mientras alguien nos recuerda”.

El libro de mi idolatrado Miguel Delibes Cinco horas con Mario tiene como protagonistas a Mario, ya muerto, de cuerpo presente, y a Carmen, su mujer, llena de recuerdos y de reproches durante las horas del velatorio. Apenas se habla de la muerte en el libro, es la vida de ambos, de sus familiares y amigos lo que Carmen le recuerda.  Tan sólo he encontrado un pequeño fragmento sobre la muerte, cuando Carmen confiesa al principio: “Nunca vi un muerto semejante, te lo prometo. No ha perdido siquiera el color. Carmen experimenta una oronda vanidad […] Como Mario, ninguno; era su muerto, ella misma lo había manufacturado”. Esto es ironía. Y lo que sigue es humor negro: Borja, el hijo pequeño de Carmen y el difunto Mario, vuelve del colegio dando voces con esa ingenuidad infantil: “¡Yo quiero que se muera papá todos los días para no ir al colegio!”. Su madre, Carmen, le había golpeado despiadadamente, hasta que la mano empezó a dolerle”.

Pero el libro que realmente disfruté de Miguel Delibes fue La hoja roja. Sí, me gustaron El camino, Las ratas, Los santos inocentes, El príncipe destronado, El hereje… Y me desazona la lectura de su primer libro La sombra del ciprés es alargada, donde la muerte es la protagonista. Pero de esa novela sombría me quedo con una frase niveladora. Dice Pedro, el protagonista, hacia el final: “Sentí abalanzarse sobre mí una oleada infinita de paz […] -Mi sitio está aquí -me dije-; entre los vivos y mis muertos, actuando de intercesor”.

He dicho que mi libro favorito de Delibes es La hoja roja porque me causó una honda impresión. Ya sabéis La hoja roja es una reflexión sobre la vida y la muerte, pero sobre todo trata de la vida, una vida solitaria. Don Eloy, ha visto morir a su mujer y recientemente a su amigo y compañero de paseos, Isaías. Su única compañía es “la Desi”, la criada, una joven pueblerina con la que comparte confidencias. El libro tiene unas reflexiones profundas. Opina don Eloy que “La jubilación era la antesala de la muerte”. Sin embargo, yo no estoy de acuerdo en eso con Delibes: la jubilación para mí ha sido otra fase más de mi vida y me ha servido para viajar, hacer deporte, escribir, investigar… Y lo más importante: estar con mis hijos y mis nietos. Ellos me unen a la vida, me transmiten ganas de vivir. “El tiempo le sobraba de todas partes como unas ropas demasiado holgadas”. Tampoco en eso coincido con Delibes. Lleno todo el día de actividades y disfruto de estar vivo y de las cosas que hago. “El tiempo se va sin sentir, ni te das cuenta”. Ahí sí estoy de acuerdo con Miguel Delibes. Miro atrás y me veo recién casado, un poco más atrás y estoy en Granada, estudiando en la universidad, disfrutando por todos mis poros de la juventud, y en una nueva mirada retrospectiva me veo como Caíto, feliz e ingenuo niño a la vera del Nela. Todo eso fue casi ayer mismo.

Pero bueno, ¿por qué el título del libro La hoja roja? Se lo dice don Eloy a Desi al final del libro: “Lo quiera o no, me ha salido la hoja roja en el librillo de papel de fumar. Es un aviso”. 

Yo conocí en mi infancia esos librillos de papel de fumar, se los veía utilizar a mi abuelo para liar sus cigarros de picadura. Ahora se suelen usar para liar los porros. Aquellos librillos de papel de fumar llevaban casi al final una hoja roja que servía para avisar al fumador que el librillo estaba a punto de acabarse. Don Eloy, con setenta años, siente que le ha salido la hoja roja. Y yo con setenta y tres me pregunto cómo estará el librillo de mi vida de hojas de fumar y por dónde andará mi hoja roja.


jueves, 22 de septiembre de 2022

Rafalito Peña (por Ricardo San Martín Vadillo)

 

Conocí a Rafalito Peña al poco tiempo de mi llegada a Alcalá, entre aquel aluvión de caras nuevas. Rafalito me saludó desde su carro de inválido y me dijo en tono desenfadado:

–¡Una hemorragia de satisfacción el conocerte!

Después, fueron muchas las veces en que tuve ocasión de coincidir con él en aquel bar, al final del Llanillo, donde servían un vino de Montilla suave y transparente, acompañado de unas tapas de callos que inundaban de sabor el paladar.

Allí, sentado en su carrito, que era como su trono, Rafalito reinaba en el mundo de “los chinos”:

–¡Tres con las que saques! –decía mientras escondía en su mano izquierda las monedas y daba cortos sorbos de placer al Montilla.

Solía tocarnos a cualquiera del grupo pagar las copas y las tapas, pero si alguna vez perdía y se descubría su envite exclamaba:

–¡Hiotilla, me ha pillao!

Yo, viniendo del norte, no entendía aquella exclamación.

–Hijo de putilla. Eso significa. Es que no te enteras, chico. Claro, como tú hablas tan fino… –me decían los amigos del grupo.

Rafalito Peña se movía en su carro de inválido, pero esa realidad (sobrevenida desde el mismo momento de su nacimiento) no le impedía ejercer de forma eficiente su trabajo: era fotógrafo, pero no fotógrafo de estudio. Rafalito era un cotizado y reconocido fotógrafo deportivo. Pero no os confundáis, no hacía fotos de futbolistas o equipos, de tenistas, altos jugadores de baloncesto… No, su especialidad era la fotografía deportiva de riesgo.

Un día me invitó a su casa, a su estudio, donde en aquellos tempranos años setenta él mismo revelaba sus fotos. Así pude ver sus instantáneas y saber de sus viajes: allí estaban los campeones de fórmula uno, sus adelantamientos imposibles, sus terribles accidentes, sus podios de gloria, todo recogido en color o en blanco y negro por Rafalito. Supe de sus viajes a Mónaco, Silverstone, LeMans, Heckenheim, Long Beach, etc.

Tenía fotos espectaculares de esquiadores descendiendo veloces por las pronunciadas pistas de Sierra Nevada, Chamonix, Val d’Isere, Garmish, Verbier, Lech, etc.

Me enseñó fotos de vértigo, con montañeros colgados en una pared de Nepal. Se reía complacido al ver mi cara de estupor y admiración:

–¡Hiotilla, qué aventura fue el que me pudieran subir hasta aquella roca para tomar mis fotos!

Igual o mayor sorpresa me causaron varias instantáneas de paracaidistas en el momento de saltar desde el avión y otras en pleno descenso:

–¡Pues claro que yo estaba allí! ¿Cómo si no iba a tomar las fotos? Compartí sus emociones: vértigo, miedo, la adrenalina del descenso, la alegría del aterrizaje y, como ves, hice fotos increíbles. 

Ya ves, chico, yo que estoy varado en esta silla he encontrado en mi trabajo la ocasión de sentir y compartir la emoción del riesgo, de la velocidad. Somos nosotros quienes nos ponemos los límites. Mientras viva, quiero sentir, a través de la fotografía, el vértigo de vivir a tope.

Rafalito Peña era vital, positivo, no conocía límites. Así fue su vida mientras ésta duró: una aventura, un reto, un éxito profesional.

Un día me llamó el grupo de amigos y me dijeron que Rafalito había muerto mientras dormía, apaciblemente, lejos del riesgo, en la tranquilidad de su casa y de su cama, junto a su estudio de fotografía en Alcalá.

Hicimos lo que nos tenía dicho mientras tomábamos unas copas de vino de Montilla y las tapas de callos en aquel bar donde solíamos reunirnos cuando no estaba de viaje y descansaba del ajetreo de su vida como fotógrafo de deportes de riesgo: en el féretro metimos, junto a él, una de sus cámaras fotográficas; por si allí arriba (más alto de lo que había subido con los paracaidistas y el avión) practicaban las carreras, el esquí, los saltos imposibles, las escaladas sobre el vacío eterno, para que él los retratase.

–¡Hiotilla, Rafalito, qué tío más audaz!



Le Mans 1979




Catherine Destivelle en la montaña del Annapurna.






Saltos de Esquí en Garmish. Alemania





miércoles, 21 de septiembre de 2022

NO TE DETENGAS (por Alfredo Luque. Poema de Walt Whitman)

 

Walt Whitman (1819 - 1892)











No dejes que

termine el día sin haber crecido un poco,

sin haber sido feliz, sin haber

aumentado tus sueños.

No te dejes vencer por el desaliento.

No permitas que nadie te quite el derecho a expresarte,

que es casi un deber.

No abandones las ansias de hacer de tu vida algo extraordinario.

No dejes de creer que las palabras y las poesías

sí pueden cambiar el mundo.

Pase lo que pase nuestra esencia está intacta.

Somos seres llenos de pasión.

La vida es desierto y oasis.

Nos derriba, nos lastima,

nos enseña, nos convierte en protagonistas de nuestra propia historia.

Aunque el viento sople en contra,

la poderosa obra continúa:

Tu puedes aportar una estrofa.

No dejes nunca de soñar,

porque en sueños es libre el hombre.

No caigas en el peor de los errores: el silencio.

La mayoría vive en un silencio

espantoso.

No te resignes.

Huye.

«Emito mis alaridos por los

techos de este mundo»,

dice el poeta.

Valora la belleza de las cosas

simples.

Se puede hacer bella poesía sobre pequeñas cosas,

pero no podemos remar en contra de nosotros mismos.

Eso transforma la vida en un

infierno.

Disfruta del pánico que te provoca tener la vida por delante.

Vívela intensamente,

sin mediocridad.

Piensa que en ti está el futuro

y encara la tarea con orgullo y sin miedo.

Aprende de quienes puedan enseñarte.

Las experiencias de quienes nos precedieron

de nuestros «poetas

muertos»,

te ayudan a caminar por la vida

La sociedad de hoy somos nosotros:

Los «poetas vivos».

No permitas que la vida te pase a ti sin que la vivas …

Mi investigación, mis informantes y yo (por Jon Sigurdur)

 

Hay personas que no saben tomar la vida en serio. Son capaces de estar tocando música o escribiendo poesía mientras el fuego convierte Roma en ruinas. No pueden contar noticias de sus amigos y familiares sin imitarlos, burlándose de ellos y adornando los acontecimientos con chascarrillos. Para esta gente, cada anécdota les aporta bastante inspiración para hacer, por lo menos, una canción o en algunos casos una ópera entera. Basta con cambiar una bombilla en una farola de su pueblo para que ellos se pongan a producir un musical sobre el suceso. Son incapaces de escribir un informe oficial sin llenarlo con chistes y burlas. 


A lo mejor ese defecto no se debe a una inmadurez, sino a una búsqueda por la felicidad, la cual, para esta gente, consiste en ser como un niño con zapatos nuevos. Por eso, a menudo parecen borrachos en los ojos ajenos o drogados o simplemente mentecatos. Sin embargo, a veces pueden dar la impresión de que son completamente cuerdos y por lo tanto hay algunos casos donde estos individuos se han encontrado en altos cargos, justo donde un niño adulto nunca tendría que hallarse. Son ineptos para puestos directivos debido a su tentación de dirigir con el corazón y no con la mente. Todavía peor se les da las investigaciones ya que van desde el grano por las ramas, buscando solamente lo que ellos ven divertido, aunque escasee totalmente de importancia. Pedirles que hagan algo que no es jovial es pedir peras al olmo. 


Hasta recientemente se desconocía el origen de la disfunción, aunque algunos psicólogos de ocio habían escrito y hablado sobre el tema como si fuera ciencia cierta. Tampoco faltaron las especulaciones de los escritores y otros artistas que divertían a la gente con este tema tan delicado. Pero que quede claro, los científicos no habían desvelado el misterio en el cuerpo del paciente que luego se manifestaba como trastorno en la sociedad. Por eso, fue un gran logro, que me impresionó enormemente, cuando la empresa genética española ReCode, anunció que había encontrado el gen que causa este síndrome, a veces llamado síndrome de Peter Pan. Sorprendentemente, descubrieron que dicho gen es más común en unas zonas que otras. Es decir, que escasea en ciertos lugares mientras sobra en otros. Gradualmente trazaron el gen este en una abundancia asombrosa en un pueblo aislado en los fiordos del oeste de Islandia donde, coherentemente, los habitantes se comportaban como si estuvieran todos los días de feria. Fue entonces, cuando la empresa española reclutó a unos antropólogos, yo entre ellos, para investigar los individuos de dicho pueblo y en especial a los que padecían del recién descubierto gen que ahora le ha sido dado el nombre científico B-13. 


En la primavera de 2014 me instalé en la Universidad de Islandia en Reikiavik que coordinaba el proyecto. Ahí me presentaron a Hallvarður Indriðason, que resultó ser un hombre mucho menos complicado que su nombre, el cual dirigía la investigación y tuvo también la labor de inspeccionar el trabajo de los antropólogos españoles. Me recibieron bien y me dieron un despacho y acceso a laboratorio y otras comodidades de la universidad. Tras duros preparativos me trasladé al pueblo donde el B-13 habita, llamado Bildudalur, y ahí disponía de una oficina en un edificio que también albergaba un museo de monstruos marinos. Aunque la convivencia con los bildudalenses no acabó de la mejor manera tengo que decir que admiro su habilidad de no dejar el aislamiento cerrar las grilletas sobre sus tobillos gracias a una imaginación hiperactiva que les permite viajar por playas sureñas, bosques tropicales o donde les apetezca a sus tremendas ganas de vivir. También pueden convertir cualquier choza en palacio y un bacalao en burro si tal cambio favorece a la diversión. Este talento viene sobradamente bien, ya que puede resultar difícil, para los trescientos habitantes, salir de su lugar puesto que las carreteras están cerradas a cal y canto durante largas temporadas en el invierno e ir con el avión es adecuado únicamente para los más valientes. De hecho, fue el transporte que elegí, en mi ignorancia, para mi llegada y sigo sin querer ver un avión, aunque fuese en pintura, a consecuencia de aquel viaje. 


A pesar de parecer muy ajeno a todo lo que fuera español hay un dato importante que vincula este lugar, tan exótico, a mi patria: Fue construido solamente para dar techo y trabajo a los que se dedicaban a la pesca, y a las labores relacionadas a ella, en el siglo XIX. ¿Y quién consumía luego este pescado que llegaba a las varas de Bildudalur? Pues sí, los españoles. Igualmente, en su apogeo exportaba bacalao directamente a ciudades como Bilbao y Barcelona. Es decir, el pueblo, a lo mejor, debe su existencia a España y a las ganas de los españoles para un buen bacalao. Esta exportación llegó a su fin definitivamente cuando Islandia privatizó el caladero con la consecuencia de que grandes empresas de otros lugares se ocuparon de la pesca mientras las fábricas de Bildudalur, y otros muchos pueblos, iban a banca rota. Este cambio fue uno de lo más impactantes de la historia reciente del país. 


Hasta el momento del comienzo de la investigación había recibido varios reconocimientos importantes en mi carrera, pero ser participante en un proyecto tan importante, cuyo resultado todo el mundo científico esperaba con expectación, fue un gran honor que aceleraba a todas mis ambiciones. Sin mencionarlo, había puesto mi ojo en un alto cargo en España tras concluir mis tareas en Islandia, creyendo que mi estancia ahí en el norte iba a ser un salto grande hacia los altos estratos universitarios. La realidad fue, sin embargo, muy distinta. Llegué a España, tras mis aventuras islandesas, hecho una catástrofe personal y académica. Conforme avanzaba la investigación, mi imaginación vigorizaba hasta que parecía el mismo Don Quijote, mi alma se abría frente a todos los poderes naturales y me hizo frágil como una flor en el viento y mi mente empezó a sufrir por una severa despreocupación que luego aniquilo mi investigación. Al principio estos cambios de carácter me ofrecían grandes alegrías pero luego resultaron en hipersensibilidad, mal humor y hasta depresión. Mi comportamiento tomaba imprevisibles direcciones en varias situaciones, hasta en un momento llegué a insultar a pobre Hallvarður por el simple hecho de haber puesto guisantes en mi plato. Lo tomé como un insulto puesto que Bildudalur es famoso por sus guisantes, que ya no son enlatados en el pueblo, y todo lo que me recordaba a este maldito lugar me enfurecía. Por eso tire los guisantes al suelo y el inspector los miraba asombrado mientras corrían por las baldosas como unas bolas de bingo.  A veces me encerraba en el despacho de la universidad y nutria mi cólera con maldecir a este pueblo y a sus habitantes que habían destrozado mi investigación y arruinado mi reputación. Pero a nadie deseaba un lugar más hostil, más quemador y más bajo en el infierno que a mis dos informantes: Elfar Logi y Jon Sigurdur. Ellos fueron sinónimos de desdicha. 


Por desgracia, mi mayor responsabilidad en todo el proyecto era investigar a estos dos individuos, que padecían ásperamente de los síndromes causados por el B-13. Parecía pan comido puesto que ambos hablaban español. El único inconveniente era que Elfar Logi vivía en otro pueblo a cien kilómetros de Bildudalur pero Jon Sigurdur vivía en España lo cual me permitía venir a menudo a mi país con el pretexto de entrevistar a bildudalense ese expatriado. El otro aprendió nuestro idioma mientras estudiaba teatro cómico en Madrid en los noventa. Ambos tienen el gen B-13 y padecen de su síndrome. La meta de mi trabajo era entender como es la niñez de unos pacientes que no quieren salir de ella. Laboriosamente, empecé a coleccionar datos sobre estos imbéciles, perdón por el lenguaje, y de pronto tenía un cúmulo importante de material hasta que un día me enteré de que todo fue en vano. Es decir, me di cuenta, un mal día, de que meses enteros de trabajo solo me habían servido para convertirme en un chiste en los pasillos de la universidad. Cuando Hallvarður solicitó ver mi trabajo me inventaba cualquier cosa para posponer la entrega para que no se hiciera oficial mi hecatombe. Muchas veces he estado a punto de poner fuego a este montón de papeles que he transcrito de largas grabaciones con los dos subnormales estos pero algo en mis entrañas me lo impedía siempre. Esto cambió una noche cuando ya me habían ingresado en un reformatorio para alcohólicos donde intentaba llegar a mi propio ser otra vez pisando el camino de la vida con los doce pasos, como llaman el manual de los embriagados que buscan recuperar sus vidas. Uno de los dichos doce pasos te obliga a perdonar la gente que te ha amargado la vida y sanar las ásperas vivencias que luego te llevaron al dominio de Dionisos. Fue entonces cuando empecé a revisar estos datos, lo cual me llevó a la conclusión de adaptarlos a lectores españoles y publicarlos y gracias a ello los tienes ahora editados entre tus manos. Son, en su mayor parte, historias de los dos pacientes bildudalenses que revelan el misterio de cómo es crecer y llegar a la edad de adolecente padeciendo del dicho síndrome. También revela cómo llegué a arruinar mi carrera y las consecuencias que la aventura islandesa tuvo para mí personalmente. Además, el lector podrá ver mi análisis antropológico sobre los protagonistas y su aislado pueblo. Aunque gran parte de mi trabajo puede parecer cómico quiero subrayar que se trata de una investigación seria y académica.


Antes de todo quiero destacar el punto más polémico de mi trabajo. En mi primera entrevista con Elfar Logi sucedió algo que marcaría todo el proceso. Al principio no se mostraba muy dispuesto a hablar sobre su niñez lo cual fue decepcionante, por no decir, desesperante. La presión fue muy alta y cualquier cosa que dificultaba el trabajo me sacaba de mis casillas. Pero la solución no tardó en presentarse. Un día le estaba enseñando mi péndulo y el paciente lo miraba fijamente hasta quedarse hipnotizado. Desde aquel momento hablaba hasta por los codos y no titubeaba a contestarme fuera la pregunta que fuera. Para mi asombro, necesitaba utilizar el mismo método con Jon Sigurdur que tampoco me iba a hablar hasta que balanceaba mi péndulo frente a sus ojos. A partir de entonces las entrevistas de ambos fueron sobre ruedas. 


El comer y el rascar, todo es empezar y ahora que he confesado mi controvertida metodología les hago llegar las historias una tras otra. La primera es fruto de una entrevista con Jon Sigurdur, bajo el efecto que he explicado anteriormente, donde él cuenta como se hizo amigo de Elfar Logi en edad temprana.



b-13


HISTORIA DE UN ROBO (por Juanjo Zafra)

 

Esta es la historia de un robo.


No es un hurto con un plan fantástico y un giro final espectacular que deja a todo el mundo

boquiabierto, ni el ladrón es un genio criminal que lo tiene todo preparado al dedillo y ha

trabajado en el crimen con mucha premeditación.


Esta es la historia de un robo normal con un ladrón algo peculiar.


Nuestro protagonista pasaba los días observando el objeto de su deseo mientras

descansaba junto a una esquina de la avenida paralela a la casa donde aguardaba su tesoro.

Un par de días cada semana, la señora que vivía allí sacaba la brillante maravilla plateada

y la dejaba un cuarto de hora o incluso algo más en una mesa junto a la ventana, para

envidia de todo el que pasaba junto a ella.


El joven ladrón llevaba más de un mes observando su anhelada pretensión y no podía

evitar esa sensación que se producía en su interior cada vez que lo veía. Una sensación de

necesidad. Un hambre voraz que casi le hacía saltar de su puesto de vigilancia, romper el

cristal de la ventana, agarrar la preciada pieza plateada y salir huyendo hasta perderse más

allá del horizonte. Pero el miedo a ser capturado anclaba sus pies al suelo y le dejaba allí,

en su esquina, deleitándose del brillo del sol reflejado sobre el lomo del susodicho.


La gente que pasaba junto a él, de vez en cuando, desviaba brevemente la mirada, pero

no le daban la importancia que realmente merecía. Tal vez algún niño curioso se detenía

en contadas ocasiones, pero no más de un par de segundos antes de continuar con su

camino. Esto agradaba a nuestro ladrón. Menos competencia.


Algunos días, cuando se veía infundido de valor, pasaba junto al alfeizar de la ventana,

donde casi podía llegar a tocarlo, y se detenía un instante. Un breve segundo que para él

era insoportable. Tan cerca pero tan lejos. Casi podía sentir su olor a través del cristal de

la ventana. Y sin darse tiempo a saborear el instante, el miedo se apoderaba de él y salía

huyendo del lugar volviendo la vista atrás de cuando en cuando.


La señora no lo dejaba expuesto más de un cuarto de hora o veinte minutos, y era muy

cuidadosa. Lo depositaba sobre un plato de porcelana fina, grabado con flores azules y

amarillas donde su brillo plateado destacaba aún más si fuese posible. El último día que

había pasado vigilándolo, el joven ladrón se había percatado de que la ventana estaba algo

entreabierta, probablemente debido al calor veraniego que ya se comenzaba a aposentar

en las calles del pueblo. Pronto llegaría su oportunidad.


Los dos días siguientes fueron lluviosos, pero nuestro protagonista, ávido por ver un solo

instante la joya, se mantuvo vigilante, resguardandose bajo el saliente del balcón de una

casa antigua, del cual habían comenzado a desprenderse algunas costras de la pintura azul

que lo recubría. Como siempre, la mujer que habitaba en el interior de la casa, mirando

hacia todos lados con recelo, depositó el plato y su valioso contenido en el lugar de

siempre, a la hora de siempre. Una leve sonrisita, casi invisible, se dibujó en el rostro del

ladrón, dejando ver brevemente uno de sus caninos.


El día del robo llegó un par de días después. Pasado el suave temporal, el clima de verano

entró con toda la fuerza que cabría esperar en un mes como junio, cambiando las

sudaderas, jerséis y pantalones largos, por vestidos, camisetas de manga corta y sandalias.

A la gente le encantaba esta nueva temperatura que auguraba la llegada de las vacaciones,

y todo el mundo lo celebraba con canturreos y sonrisas. Nuestro ladrón también. Como

suponía, la ventana estaba más abierta que la vez pasada, permitiéndole introducir por

ella el brazo casi hasta el hombro. Con disimulo, esquivó algunas personas a medida que

avanzaba por la acera y se acercaba lentamente al alféizar que protegía su tesoro. El

corazón le latía tan rápido que parecía a punto de estallarle. Tan grande era esta sensación

que tuvo que detenerse un momento a respirar para recuperar la calma que casi había

perdido totalmente. Una niñita distraída que caminaba de la mano de su madre casi le dio

un pisotón, pero fue capaz de esquivarlo a tiempo. No podía cometer ningún error.


La señora acababa de depositar el plato en su lugar y le había dado la espalda. Esa era su

oportunidad. De un increíble salto, atravesó la ventana, introduciéndose en el interior de

la casa y quedando frente a frente del objeto de su deseo. Ahora sí conseguía captar todo

su aroma. Su brillo plateado le cegó un momento, y todo el tiempo del mundo se detuvo

durante algunos segundos. Solo estaban el ladrón y su tesoro. Completamente solos en el

mundo, en el universo.


- ¡Maldito gato! – gritó la señora que se acababa de girar – ¿qué diablos haces aquí?

Y ese fue el momento decisivo. A medida que el tiempo volvía a la normalidad, todo se

volvió vertiginosamente rápido. La mujer agarró una cazuela que acababa de lavar y

reposaba en el fregadero, un hombre bastante más grande que la mujer entró en la

habitación corriendo preguntándose qué pasaba, y nuestro protagonista no dudo un

segundo en agarrar con su boca el premio y saltar al vacío a través del marco de la ventana.

Cuando rozó el suelo, comenzó a correr entre la gente todo lo que podía para dejar atrás

el lugar del crimen sujetando con todas sus fuerzas la pieza entre sus fauces. La adrenalina

invadió por completo su pequeño cuerpo. Nunca había corrido tan rápido.


En la cocina, la señora maldecía y golpeaba la encimera de la cocina con rabia ante la

impotencia del robo que se acababa de cometer allí mismo. Su marido, con un carácter

algo más relajado, se acercó a ella y le apoyó la mano en el hombro a modo de consuelo.


- Siempre te digo que haces demasiado pescado querida – comentó con una media

sonrisa, a lo que la mujer le respondió con una mirada de odio y salió de la habitación

dando un portazo. El hombre suspiró y miró por la ventana preguntándose un segundo

dónde estaría el gato ladrón, y acto seguido siguió a su mujer.


Nuestro protagonista no había ido muy lejos, y disfrutaba de su premio con tanta ansia

que casi no lo saboreaba. Algunos de sus compañeros felinos lo observaban desde la

distancia con envidia. Pero él los ignoraba sin perderlos de vista ni un segundo. El pescado

estaba delicioso. Todo había salido perfecto para nuestro ladrón.

Como dije al principio, es la historia de un robo. Algo ordinario, y al mismo tiempo

extraordinario. Consideré que debía ser contado.

En honor al trabajo de nuestro ladrón



¡Maldito gato!


OTOÑAL (por Jorge Romero)

 


Todo en la vida empieza con una hoja











Otoñal


Todo en la vida

Empieza con una hoja,

como un caos envolvente

que diluye entre suspiros

las páginas intactas de un libro,

todo late, en la vida

todo late a través del aire

que no pesa en las esquinas,

empujado de rigor y adrenalina

todo parece agua y humo

como una especie de gloria

dibujada en el vaho de los cristales,

un eco acogedor que sabe a lecho

como el latido flagrante

de un corazón perfecto.


Todo en la vida

empieza con una hoja,

lo bueno yace escueto

junto al yelmo eterno de lo malo,

el blanco sobre el negro

juega en el anhelo de la ira

pero exhala su sexo al beso agazapado

que muestra incauto su papel

y acomete su delirio, y al final

no hay velas en la ausencia,

ni vuelta atrás, ni primavera,

todo en la vida es incienso

en esa larga estancia pasajera,

la inevitable treta del tiempo

que se apodera sin nada,

como una pregunta extraña

bajo las alas empíreas del viento.

Todo en la vida, todo

empieza con una hoja,

desde la simple apariencia

de la dócil silueta, todo,

hasta el agua infinita

de la propia inmensidad.


domingo, 18 de septiembre de 2022

Horquillas de plastico

 

 

Fotografía: https://www.instagram.com/carlosdiazfotografia71/



   —No estás solo. –le repetía Sofía día si y día si.

Brais llevaba años hablando con teclas y aplicaciones de móvil. El péndulo de esperanza que le vendieron desde la primera hostia que le dieron en su escuela católica ya rujía de dolor por oxidación.

Aquellos bloques de piedras perfectamente cuadriculadas unas con las otras se habían convertido, a la par que el pelo de Brais, en blanquecinos recuerdos desgastados por el paso de pisadas que nunca se detendrían para bucear en mares sin señalizar.

La arena del reloj, desgastada por el roce, cada día bajaba con más velocidad a cada giro. Las decisiones de Brais, con el tiempo, dejaron de ser decisiones, tan solo vaivenes de viento que de vez en cuando refrescaban su corazón, nunca su mente.

Una mañana, mientras paseaba por los alrededores de su casita de campo, vio como una gallina, chiquituza e insignificante entre las demás, saltaba sin mirar atrás la alambrada de la jaula donde vivía y salía corriendo por la alameda de enfrente hasta perderse en el horizonte. Brais se quedó inmóvil hasta que sus ojos tan solo veían un puntito moverse hacia la libertad, su libertad, su impulso animal.

Con escalofríos y las lágrimas saltadas comprendió al instante lo que la vida le estaba diciendo con aquel pellizco de realidad.

Al día siguiente, en el buffet de comida rápida donde echaba dos turnos seguidos cada día seis días a la semana, comunicó a su jefe que se iba, que dejaba el trabajo en dos semanas. 

   —Me voy Nuno. 

Éste, callado y pensativo durante unos escasos segundos tan solo le contestó, con la frialdad propia de saber que había currículums de sobra sobre la mesa a diario para reemplazarlo.

  —Avísame el día de antes que liquidemos cuentas.

Ni una simple pregunta, ni porqués, ni adóndes ni cómos.

Aquella mañana de finales de agosto con Brais en el túnel de embarque hacia Zúrich, las nubes se esforzaban por intentar llorar, cargando de melosa pomposidad literaria la marcha de aquel coruñés amante de su tierra, de su gente y de los olores a confianza y espacios abiertos.

   — ¿Qué estoy haciendo? ¿Qué estoy haciendo? – se preguntaba atragantándose con su propia saliva amarga, mientras miraba fijamente la pantalla donde se mostraba el trascurso del vuelo y los pocos kilómetros que faltaban para aterrizar.

En el tercer piso del número 53 de la calle Bahnofstrasse. Brais tocó al timbre con los dedos como sacudidas de tierra entre dos placas tectónicas. Una voz fresca y veloz le preguntó en alemán:

   —Wer? ¿Quién es?

   —Soy Brais respondió con una sonrisa de oreja a oreja.

Tras unos escasos segundos de silencio, sin destinatario ni remitente, se oyó un tartamudeante:

   — ¡No, no, no, no! Esto no lo hemos hablado nunca, esto no es así. No, no, no Brais no te abro.





¡No, no, no, no! No te abro.


NÚMERO SEIS (Lourdes Siles Atienza)

 


Un día, número Seis se puso a la fila mientras esperaba su turno para lo que siempre había soñado: alcanzar la felicidad.


Seis, que todavía era pequeño y no muy espabilado, creía que todo el mundo de su alrededor también era igual de feliz que él, que todos vivían de sus sueños y fantasías y que el mundo conspiraba a favor de que consiguiesen lo que se proponían.


Y allí estaba Seis, nervioso e inquieto por llegar a ese último lugar de la fila y que en la ventanilla le cumpliesen su primer deseo: empezar a trabajar de eso que siempre había soñado, BOMBERO.


Seis soñaba con ayudar a los demás y derrumbar los muros que hiciesen falta al otro lado del miedo para rescatar a personas que merecían seguir viviendo, que tenían ganas de seguir cumpliendo sus sueños como él.


Así que, todo ansioso y rozando con la nariz el cristal que le separaba de aquella empleada «cumplesueños», Seis podía saborear cómo sería su primer día como bombero.


—Lo siento, no quedan puestos, ese chico de ahí se ha quedado con el último. 


Seis mira hacia atrás y observa a Cero, el que fue su compañero de clase durante muchos años, y que nunca pareció haberle interesado nada de ayudar a nadie nunca. Lo observa celebrando la victoria con su familia, y se marcha por la puerta grande.


Seis no puede dar crédito a lo que ve. Lleva tantos años esperando este momento, preparándose, luchando por él... Qué cuando está preparado no le dan la oportunidad. Y no solo eso... ¡Si no que se la dan a un chaval que nunca se ha esforzado por ello y que tampoco es de sus mayores ilusiones!


Seis se siente abatido por el rechazo de la vida. ¿Es esto justicia divina? ¿Merece alguien cómo yo que le pase esto?


Mientras se sienta en un banquito de la calle resignado, una pequeña lágrima se escapa entre los dedos que tapan su cara. 


—¿Alguna vez has vivido el rechazo? —le dice una hormiguita que pasaba por allí.


—No, jamás. Siempre he pensado que si tenías ganas e ilusión las cosas se conseguirían.


—¿Y no has pensado en algún otro factor que influya en conseguirlas?


Seis se queda pensativo, a la vez que sorprendido por esa hormiguita parlante que no le deja expresar sus sentimientos en soledad.


—No —responde.


—A veces, el rechazo y el fracaso ante las cosas que más queremos, son justo la clave para poder conseguirlas.


—¿Por qué? —preguntó curioso Seis.


—Dime cuánto valoras ahora ese sueño y cuánto estarías dispuesto a hacer por conseguirlo —responde la hormiguita.


—Haría lo que fuera ¡es mi razón de vivir!


—Pues ahora, sal ahí afuera, y disfruta del proceso hasta llegar a el. Sólo en ese momento, tras fracasos y tempestad, serás el mejor bombero de todos.


La hormiguita desapareció como si de una alucinación se tratase, y Seis se quedó sin palabras.


¿Todavía estoy a tiempo de conseguirlo? Sé preguntó.


Seis nunca pensó que tendría que hacer algo más que mantener la ilusión para conseguir algo: y eso era disfrutar del camino que te lleva hacia el objetivo.





lunes, 25 de abril de 2022

Ciclados: nacimiento, vida y muerte (renacimiento)

 - Texto: Pili Gámez, Raúl Góngora y Marina León. - Pintura: Rafa Ruiz.



Esa mañana Oz abrió la ventana con el ademán preciso de quien sabe que nada nuevo habría tras los postigos. Por entre las rendijas entraba aquella luz mortecina que recordaba sin piedad lo que, desde hacía ya demasiado tiempo, aguardaba afuera. Un cielo plomizo envejecido, a veces, por el color del polvo suspendido en el aire, un calor asfixiante que permitía apenas la respiración a pequeñas bocanadas impidiendo así al fuego entrar en las vías respiratorias, y una tierra
cuarteada era el paisaje eterno que no les permitía sacar de sus cabezas aquella palabra maldita: sequía
Con la sequía llegaron las carencias, el miedo y un adiós que lo dejó desvalido y huérfano en el mundo. Cada nuevo día hacía el esfuerzo de repetir cada una de las acciones que antes le eran gratificantes y fructíferas, pero todo era en vano. Su cabeza y su corazón se habían secado como aquella tierra, que, aunque no lo había visto nacer, se había convertido en la mejor madre de acogida.




 

Como cada día Oz encaminaba sus pasos hacia el manantial, como si ese ritual pudiese hacer que el agua brotase de nuevo y él pudiese alimentarse de la música del agua jugueteando entre sus pies descalzos. Lo único que escuchaba era el crujir del suelo a cada uno de sus pasos. Y así, un día igual otro, los días se convirtieron en meses, los meses en años, y los años en una especie de eternidad convertida en piedra por una mirada de La Gorgona.

El tiempo continuó su avance inexorable y la desesperanza y el color gris de sus cabellos se habían convertido en los dueños de ese lugar donde no se podían diferenciar muerte y espacio y el concepto cambio había desaparecido del acervo popular. 

 Por la noche, en apenas un susurro, un remolino de viento inusual había cruzado el pueblo, levantando tras de sí toneladas de polvo que quisieron seguirlo, y posarse en lugares más proclives a la procreación, desvistiendo el lugar de aquel color ocre y mostrando todo aquel colorido de vida que había quedado enterrado. Los vecinos de vista más aguda pudieron ver como en el horizonte se avistaban pequeños jirones de nube que iban a terminar el proceso de desmemorización popular, empujándose unas a otras con algarabía hasta posarse sobre aquel desahuciado lugar.

Y todo cambió con la lluvia…

El manantial deseoso de ruido comenzó a fluir alborotado. Oz sacudió el peso del polvo sobre sus cabellos y empezó a escribir, guiada su mano por el viento desbocado: negras, blancas y corcheas, claves, silencios y compases, fusas… ¡semifusas!, un lenguaje musical con el que parió la sinfonía que insuflaba la vida ausente en su casi muerto corazón. El agua se las iba dictando en una lengua caprichosa, chispeante, chismosa, a la que se dio el gusto en llamar Hierática sinfonía del manantial.

 

 

 

Las nubes, con faldas de vuelo alto, se ruborizaban ante los piropos tan brillantes y directos que ese vigoroso manantial de agua y esperanza les gritaba.

Oz, sentado en la orilla creciente de aquel romance de altos y bajos, contemplaba cual director de orquesta como la naturaleza, antes atascada y casposa, comenzaba a hilar aquel amor. Como aquellos jóvenes huéspedes de su mirada se deseaban sin guardar silencio, se acercaban, en la oscuridad se rozaban y por fin se desnudaban y se amaban.

La pasión del manantial, propia de una fiera de la selva en su recién entendida primavera, atraía aquellas gaseosas flotantes con sus excitantes deformidades. Ardiente in crescendo a cada minuto rozaba sin pudor los salientes de las nubes deseándolos, agitándolos, despertando bestias internas en las alturas que saltaban de arriba abajo cegando por momentos el horizonte.

La música que salía del corazón y las manos de Oz se veía cargada de inclusión sexual, se sentía partícipe en aquella orgía de la naturaleza, en aquel coito atmosférico cargado de gemidos luminosos de placer de arriba abajo y sudor, calor y verticalidad en sentido contrario El manantial ardía de placer en manos de las nubes. Las nubes gritaban con grandes ecos excitando a Oz, que como espectador involuntario se sentía más vivo que nunca. pronto un gran rugido celestial consumó aquel amor. 

La creatividad constante de los primeros elogios al manantial que tan vivo bailaba en las retinas de Oz se convirtió en un juego de voyerismo inolvidable. El joven manantial había excitado a las nubes y viceversa de tal manera que, sin importar vencedores o vencidos, dejaron que el placer de sentir antes que el de existir ganara aquella batalla.

   —¿Amor?  -Se preguntaba Oz ante aquel espectáculo que acaba de vivir y aprovechar. Y a lo lejos, como jóvenes videntes seguros de sí mismos, las nubes y lo que quedaba del manantial sabían de la insuficiencia de la palabra amor para describir los minutos de extrema pasión compartida.



 

La pasión compartida en un extraño trío formado por dos milagros de la naturaleza, nubes y manantial y, por una tercera parte, los maduros ojos de un Oz que, maravillado por lo contemplado, había dejado llevar el ritmo de sus manos en una erótica sinfonía que había surgido de una profunda fuente de creatividad musical llena de lívido nunca antes sentida en ninguno de sus placeres, ni propios ni compartidos.

A la vez que las nubes y el manantial se reunían en el horizonte y las manos de Oz terminaban de escribir más corcheas, negras y redondas, la música que plasmaba en el papel comenzó a surgir visualmente del propio manantial. Como si de un geiser se tratara el manantial respondía con potentes columnas verticales de agua a la música que Oz tenía en su cabeza. Al mismo tiempo, se iba expandiendo, formando amplios canales de forma fálica que llenaban los secos valles de agua, anunciando la prometida y ansiada primavera que los habitantes de la zona llevaban esperando desde hacía años.

La creatividad de Oz era el reflejo musical en consonancia con la naturaleza, que lo llamaba con los susurros del agua y los remolinos que seguían surgiendo. Las nubes se habían parado, como esperando a que el manantial se recuperase de ese momento compartido, para volver con más fuerza y más pasión a dar rienda suelta a esos momentos íntimos que la tierra, sedienta, esperaba con ansias.

Y el espectáculo comenzó otra vez. Pero esta vez Oz no se mantuvo al margen, quiso participar de tan grata experiencia. Se dirigió al lugar en el que nubes y manantial se aunaban, guiado por la música que surgía de su cabeza y que el manantial dibujaba con sus variados canales. Dejando atrás las partituras llenas de la hierática sinfonía del manantial, no pudo resistirse al movimiento del agua. Se sentía parte de él. Como llamado por un canto de sirena se dirigió a la orilla, sumergiéndose en el agua hasta que lo cubrió por completo y siendo uno con nubes, manantial y agua.

Lo que había sido la tierra seca en la que Oz había nacido, se convirtió en un valle próspero en el que cada año, para rememorar el día en el que la lluvia había vuelto a dar vida y esperanza, se realizaba un concierto sinfónico que llenaba el aire con las notas que Oz había plasmado ese glorioso día en el que su creatividad había formado parte de la vuelta a la prosperidad de la humanidad.




 

 

 

 

 

 



lunes, 13 de diciembre de 2021

MANJARES MUSICALES (por Sandra Quero)

 



Puedo mirar a través del tiempo,

ya conozco la inercia.


La fuerza de tus palabras me guía

en un viaje sistémico.

Mientras procesas todo esto

camino por tu interior,



te transito como el alimento;

con sabor,

nutriendo,

levantando asperezas inevitables

me envuelven tus papilas.


Con eso me basta,

mi fortaleza es así;

puedes descomponerla en texturas

sin reparo alguno.


Crecemos juntos como los manjares,

sustento que se cocina

a fuego,

en tu cazuela de barro.


                                                             Sandra Quero Alba

ARCANO (por Ana M. Jiménez)

 


Con el tarot me presento

Y desarrollo esta creación

El viaje del loco le dicen

Donde encontrar tu esencia

Con los ojos cerrados nacemos

Ante el primer aliento

Ahí se expresa el loco

El inicio, la chispa de vida



Caminando nos encontramos

Con estos arcanos

Y los integramos

Autosuficiencia, paciencia, creatividad, concreción, 

enseñanza, amor, disposición y equilibrio, sabiduría y ciclo nuevo

Que con este empieza

Después de todo lo encontrado

Otro camino de vida

Lo marca la fuerza

Asimilamos los arcanos

Para llegar a este momento

Donde lo absoluto es posible

Con dominio, control y valentía propia

De todo el camino andado

Que te ha preparado

Para este nuevo empezar

Estas preparado ya

No hay dudas ni miedos

Solo tú te sustenta

Para enfrentar cada día

Con fuerza


Ana M. Jiménez 

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