Quijotes desde el balcón

martes, 1 de noviembre de 2022

LECTURAS VITALES _ por Ricardo San Martín Vadillo

 



Libros donde la muerte es la protagonista… Me quedo pensando. Recuerdo algunos: El libro de los muertos escrito en tiempo de los egipcios. Según ellos el camino hacia el más allá está plagado de dificultades. No lo sé; ¿no era la vida la que está plagada de dificultades? Al menos para algunos o en ciertos lugares: Burundi, Malawi, Sudán, Siria, Afganistán, Ucrania…

Recuerdo la lectura juvenil de las Coplas por la muerte de su padre, de Jorge Manrique, tan certeras, tan llenas de sabiduría y de advertencias. Me quedo con este fragmento: “Recuerde el alma dormida, / avive el seso y despierte / contemplando / cómo se pasa la vida, / cómo se viene la muerte / tan callando, / cuán presto se va el placer, / cómo, después de acordado, / da dolor; / cómo, a nuestro parecer, / cualquiera tiempo pasado / fue mejor”.

Y cómo no identificarme con lo escrito por Antonio Machado para Leonor, casado y viudo en Soria. Soria, donde también vivimos Dama y yo aquel estupendo curso de 1976-77: “Señor, ya me arrancaste lo que yo más quería. / Oye otra vez, Dios mío, mi corazón clamar. / Tu voluntad se hizo, Señor, contra la mía. / Señor, ya estamos solos mi corazón y el mar”. Sin embargo, hay que mostrarse esperanzado, seguir el camino de la vida, como Machado concluía su poema “A un olmo seco”, el olmo que está en el cementerio de El Espino: “Mi corazón espera / también, hacia la luz y hacia la vida / otro milagro de la primavera”.

De igual modo, me inspiran estos versos de Miguel Hernández, que nos hablan de la vida y de la muerte. Así me siento yo, como el poeta de Orihuela: “ Aquí estoy para vivir / mientras el alma me suene, / y aquí estoy para morir, / cuando la hora me llegue, / en los veneros del pueblo / desde ahora y desde siempre. / Varios tragos es la vida / y un solo trago es la muerte".

La vida y la muerte. La muerte, cualquier  muerte, no puede detener el fluir de la vida y el tiempo va curando la herida. Para cauterizarla necesitamos dos cosas: aceptación y resignación. Algo similar dice Rosa Montero en su libro La ridícula idea de no volver a verte: “La vida es tan tenaz, tan bella, tan poderosa, que incluso desde los primeros momentos de la pena, te permite gozar de instantes de alegría: el deleite de una tarde hermosa, una risa, una música, la complicidad con un amigo. Se abre paso la vida con la misma terquedad con la que una plantita minúscula es capaz de rajar el suelo de hormigón para sacar la cabeza”.

En su día leí y me gusto el libro de Marcos Giralt Torrente, Tiempo de vida, una reflexión sobre su tempestuosa relación con su padre, ahora muerto y añorado. En una parte del libro el escritor se dice: “Tu padre vive ahora en ti”. También en mi caso “mi padre vive en mí”: viven sus consejos, sus cuidados y correcciones, los ratos de asueto compartidos; en definitiva su lección de vida. Pero, de igual modo, todos mis familiares que me quisieron y a quien quise viven en mí. Ya lo dice Carlos Ruiz Zafón en su precioso libro La sombra del viento: “Existimos mientras alguien nos recuerda”.

El libro de mi idolatrado Miguel Delibes Cinco horas con Mario tiene como protagonistas a Mario, ya muerto, de cuerpo presente, y a Carmen, su mujer, llena de recuerdos y de reproches durante las horas del velatorio. Apenas se habla de la muerte en el libro, es la vida de ambos, de sus familiares y amigos lo que Carmen le recuerda.  Tan sólo he encontrado un pequeño fragmento sobre la muerte, cuando Carmen confiesa al principio: “Nunca vi un muerto semejante, te lo prometo. No ha perdido siquiera el color. Carmen experimenta una oronda vanidad […] Como Mario, ninguno; era su muerto, ella misma lo había manufacturado”. Esto es ironía. Y lo que sigue es humor negro: Borja, el hijo pequeño de Carmen y el difunto Mario, vuelve del colegio dando voces con esa ingenuidad infantil: “¡Yo quiero que se muera papá todos los días para no ir al colegio!”. Su madre, Carmen, le había golpeado despiadadamente, hasta que la mano empezó a dolerle”.

Pero el libro que realmente disfruté de Miguel Delibes fue La hoja roja. Sí, me gustaron El camino, Las ratas, Los santos inocentes, El príncipe destronado, El hereje… Y me desazona la lectura de su primer libro La sombra del ciprés es alargada, donde la muerte es la protagonista. Pero de esa novela sombría me quedo con una frase niveladora. Dice Pedro, el protagonista, hacia el final: “Sentí abalanzarse sobre mí una oleada infinita de paz […] -Mi sitio está aquí -me dije-; entre los vivos y mis muertos, actuando de intercesor”.

He dicho que mi libro favorito de Delibes es La hoja roja porque me causó una honda impresión. Ya sabéis La hoja roja es una reflexión sobre la vida y la muerte, pero sobre todo trata de la vida, una vida solitaria. Don Eloy, ha visto morir a su mujer y recientemente a su amigo y compañero de paseos, Isaías. Su única compañía es “la Desi”, la criada, una joven pueblerina con la que comparte confidencias. El libro tiene unas reflexiones profundas. Opina don Eloy que “La jubilación era la antesala de la muerte”. Sin embargo, yo no estoy de acuerdo en eso con Delibes: la jubilación para mí ha sido otra fase más de mi vida y me ha servido para viajar, hacer deporte, escribir, investigar… Y lo más importante: estar con mis hijos y mis nietos. Ellos me unen a la vida, me transmiten ganas de vivir. “El tiempo le sobraba de todas partes como unas ropas demasiado holgadas”. Tampoco en eso coincido con Delibes. Lleno todo el día de actividades y disfruto de estar vivo y de las cosas que hago. “El tiempo se va sin sentir, ni te das cuenta”. Ahí sí estoy de acuerdo con Miguel Delibes. Miro atrás y me veo recién casado, un poco más atrás y estoy en Granada, estudiando en la universidad, disfrutando por todos mis poros de la juventud, y en una nueva mirada retrospectiva me veo como Caíto, feliz e ingenuo niño a la vera del Nela. Todo eso fue casi ayer mismo.

Pero bueno, ¿por qué el título del libro La hoja roja? Se lo dice don Eloy a Desi al final del libro: “Lo quiera o no, me ha salido la hoja roja en el librillo de papel de fumar. Es un aviso”. 

Yo conocí en mi infancia esos librillos de papel de fumar, se los veía utilizar a mi abuelo para liar sus cigarros de picadura. Ahora se suelen usar para liar los porros. Aquellos librillos de papel de fumar llevaban casi al final una hoja roja que servía para avisar al fumador que el librillo estaba a punto de acabarse. Don Eloy, con setenta años, siente que le ha salido la hoja roja. Y yo con setenta y tres me pregunto cómo estará el librillo de mi vida de hojas de fumar y por dónde andará mi hoja roja.


No hay comentarios:

Archivo del Blog