“Uno vuelve siempre a los viejos sitios donde amó la vida” (Armando Tejada Gómez)
Una noche más Natalio se quedó unos minutos en silencio, mirando su vieja tele, apagada ya hace muchos años. Natalio recordaba perfectamente pasajes de su larga vida, casi todos buenos, aunque al final se eclipsaban con la trágica muerte de su esposa en un absurdo accidente de tráfico. Llevaba ya 10 años de soledad absoluta en su piso estrecho del barrio de La Barceloneta, en plena capital. Su mujer murió a los dos años de jubilarse Natalio. Así, se fueron en un triste e invisible paso de peatones todos los planes futuros que, tras su jubilación, ambos tenían juntos.
Tras soñar un rato despierto frente al pantallón oscuro, Natalio se quedó dormido y tuvo un sueño revelador, de esos que te hacen plantearte decisiones sí o sí. Se vio en luminosos pasillos, jardines, salas de recreo y comedores, rodeado de otras personas, ancianos ya también, conversando, riendo, jugando al ajedrez, viendo una película, esta vez con la tele encendida y otras tantas aficiones propias de un buen asilo para la tercera edad. Se despertó, se fue del salón al dormitorio, sacó del cajón de su mesita de noche la cartilla de su cuenta bancaria, asintió con la cabeza, beso una foto antigua de su mujer y se echó a dormir.
A la tercera tarde de la nueva vida de Natalio en aquel bonito asilo a las afueras de la ciudad, observó que en la habitación 101 había una señora alta, pelo ex-rubio, y piel de tonos sureños.