Quijotes desde el balcón

miércoles, 2 de noviembre de 2022

Soy Juán (por Robert y Valerie Andrews)

 

Os he contado mi muerte, ahora quiero contaros la historia de mi corta vida. Nací en el año 1502 en Cadiz y desde los once años tuve que vivir en las calle para sobrevivir. Había oído que el puerto ofrecía la oportunidad de robar comida, pero era un lugar peligroso donde muchos niños desaparecían. Impulsado por hambre fui el puerto y en unos pocos minutos estaba en garras de un hombre grandullón, bruto, feo y aterrador. Me agarraron bajo sus brazos al borde un gran galeón para arrojarme a los pies del capitán, Hernán Cortés. Me llevaron a la parte trasera del galeón y me pusieron bajo el control de otro bruto, tan terrible como mi captor. Tuve que aprender obedecer sus órdenes rápidamente puesto que él tenía muy mal genio. Zarpamos y muy pronto Cádiz despareció en el horizonte. Mi rutina diario fue correr de una estación a otra, llevar herramientas y materiales al carpintero, llevar verduras, agua y sal al chef, y agua a mis tripulantes durante sus días más duros bajo el sol. No había tiempo para descansar pero muy pronto enteré de que había otros tres chicos a bordo, uno en la parte delantera y dos bajo la cubierta. No me gustaría ir bajo la cubierta, he escuchado los gritos y los lamentos durante la noche y he visto los cuerpos siendo arrojadas por la mañana. No quiero ni pensar las condiciones que tendrán allí abajo. Tras una eternidad llegamos a nuestro destino, un país que desconocido para mí. Pudimos atracar en el embarcadero donde los puntos de carga de nuestro rey nos aguardaban con grandes cajas que habíamos oído que estaban llenos de oro, joyas y artilugios robada a los incas y que en este viaje llevaríamos a España el artefacto más importante de los incas, una estatua dorada de su sagrado Dios, Viracocha




Viracocha



Después de dos días habíamos cargado todo lo necesario para viajar a España, y lo más importante para el rey, el oro, joyas y artefactos que usaría para financiar sus guerras. Zarpamos temprano y pronto, como Cádiz, la tierra se perdió en el horizonte. Al principio el viaje transcurrió sin consecuencias, buen viento, mar en calma y una tripulación bastante calmada y feliz con su carga. Durante la segunda noche nuestra suerte cambio. Salida de la nada estalló una gran tormenta, el viento aulló más de las gritos que había escuchado bajo cubierta y las olas eran tan altas que nos impedían ver la luna o las estrellas. Era como si las olas tuvieron dados de espuma y furia suficiente como para arrojar a cada individuo bajo las olas. Los tripulantes estaban aterrorizados y querían tirar por la borda el Dios inca, Viracocha. Era demasiado tarde, ya estábamos condenados, el barco comenzó a hundirse al fondo del mar con todo al bordo. No quería ahogarme y con la ayuda de una caja madera fui remontando las olas hacia un atolón seguro de arena. Helado caí rendido en el atolón pero mi pesadilla continuaba porque no tenía agua ni comida. Durante los días y noches esperé morir pensando que los dioses de los incas ya tenían su venganza.


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