Quijotes desde el balcón

jueves, 1 de noviembre de 2018

La Criatura

por Rafa Vera

La diferencia entre conocimiento y sabiduría:
conocimiento es decir que Frankenstein no era el monstruo,
sabiduría es decir que sí lo era.

Intenté mejorar el mundo. Sólo un poco, sólo con lo que tenía a mano. Años y años de estudios dedicados exclusivamente a hacer de este erial en el que habitamos algo más parecido al vergel que nos prometieron. Mi intención era buena. Incluso me atrevería a decir que era la correcta. Aun no entiendo como aquellas puras e inocentes intenciones se tornaron en el grotesco y denigrante vestigio que he legado.

Merezco la muerte, lo sé. Bien sea por crímenes de lesa humanidad, bien por creerme Dios y moldear una vida sin ser apenas un aprendiz de la misma. Sea quien sea que deba juzgarme, seguro que halla culpa en mis acciones.

No hay defensa contra la grotesca criatura que he creado. Esa forma escatológica de existencia no es más que mi currículum, y por él he de pagar sólo yo. La Criatura, la patética forma de existencia que salió de mi torno como quien moldea un jarrón de arcilla, no tiene culpa de nada más que de existir.

De nada sirven a estas alturas las típicas excusas de es que yo creía, es que yo pensaba. Es mi responsabilidad. Erré, tal vez, en el proceso, pero mis fines era en pos de la verdad científica y en el ansia por conseguir mejorar la experiencia.

Me lamento, por eso no culpo a nadie de mi muerte, y me castigo a mí mismo quitándome la vida. Sé que se me tachará de cobarde por no saber afrontar mis errores, por no tratar de subsanarlos. Cosas peores me dirán, pero he de asumirlas sin rencores.

Hace apenas un año que comencé mi experimento. No llega a los trescientos días. En él insuflé vida a una existencia apenas insulsa y sin sentido. Traté de darle eso que le faltaba: honor, estima, valor, orgullo. Una razón de ser, en resumen. Pero de aquella insulsa masa madre no se creó un pan para apaciguar del hambre de la humanidad. Muy al contrario se maceró en asquerosa condescendencia y fermentaron en la Criatura las más patéticas y nauseabundas virtudes del ser humano.

Pido perdón, en este justo instante en el que doy fin a mi vida por todo lo que hice. Pido perdón por haberme creído un dios creador cuando apenas estaba deformando una creación casi perfecta. Pido perdón por aquel catorce de agosto. Jamás debí comenzar el experimento. Jamás debí decirle a mi sobrina que cantaba reggeaton como pintaba Miguel Ángel en la Capilla Sixtina.

Ahora, espero que con vuestra misericordia, voy a ponerme los auriculares y escuchar su último L.P. Ya pagaré en la otra vida el daño que en esta he hecho.

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