Son las ocho y cuarto, se han terminado los aplausos por la sanidad pública en la avenida Blas Infante de la capital hispalense. Dos niños, Paula y Daniel, sentados en el suelo, miran a través de la barandilla del balcón, y charlan animosamente.
—¿Conoces a los vecinos que viven en nuestra calle? —preguntó Paula.
—No, a ninguno —contestó Daniel pensativo.
—Ni yo —continuó Paula con mucha tristeza— ¡Qué pena que no conozcamos las personas que vemos cada día desde nuestro balcón!
—¿Por qué no escribimos una historia para cada uno de ellos? —propuso Daniel dejándose llevar por su imaginación.
—¡Gran idea! Así no nos aburriremos estos días encerrados en casa —exclamó Paula mientras se le iluminaban los ojos de alegría.
Comenzaron a pensar en quienes salían a diario a aplaudir. Ambos, como si se hubieran leído la mente, se acordaron de la misma persona: una mujer mayor del bloque de enfrente.
—¿La vieja del elefante? —preguntó Paula pensativa.
—¡Sí! siempre sale con una camiseta con un gran elefante —le confirmó entusiasmado Daniel.
—Es la simpática anciana que toca con una guitarra pequeñita, ¿verdad?
—¡Sí! ¡Sí! —le responde Daniel aplaudiendo— Me gusta un montón gritarle bravos y más bravos.
Se inventaron que Pepi era su nombre, que tenía unos 70 años y que vivía con una hermana algo mayor que ella.
—Vamos a meter más personajes en la historia de Pepi —insistió Paula apenada porque en momentos así vieran siempre sola a la anciana.
Y fue así cuando los dos hermanos, Paula y Daniel, echaron a volar su imaginación…
…
Son las siete y media, estamos en la avenida Blas Infante, y comienza el ritual que, cada día a esta misma hora, Pepi realiza desde que su hermana Conchi le animara a salir al balcón aquel 20 de marzo para... Con mirada pícara coge una camiseta con el dibujo de un elefante con trazos infantiles y colores llamativos, y se la pone con mucho cariño. Y sí, desde aquel día, cada vez que sale al balcón siempre es para tocar, con su vieja e inseparable bandurria, la misma canción. Aquélla que tanto le gustaba de niña, y que ahora, a pesar de los años, tan bien recuerda, aunque su título haya olvidado.
Falta muy poco para que los vecinos salgan a aplaudir por todos nuestros héroes sin capa.
Es la hora. Pepi cierra sus ojos y… vuelve la joven frailera con los nervios lógicos de quien va a dar un concierto en un popular programa de televisión lleno de gente. Sobre el escenario, encantada con su agradecido público, comienza a tocar. Justo en ese momento escucha una voz infantil que le dice: ¡Bravo! ¡Bravo! De su bandurria salen las mejores notas de su infancia, de su pueblo, ante la mirada enamorada de ese niño. Al finalizar es ovacionada por todo el público que aplaude de pie.
Pasan unos segundos y llega el silencio. Las lágrimas de alegría de la anciana poco a poco dejan paso a una mirada que se pierde entre bloques y más bloques de frío hormigón llenos de personas que no conoce. Con los ojos ya abiertos… mira a su alrededor y ve que está en un balcón, en un piso ¿su casa?
—Hermana, ¡qué bonito! No me canso de escucharte —palabras emocionadas de Conchi, que le pasa el teléfono para que hable con su mayor fan.
—Hola mamuchi, soy yo, Paco. ¡Qué ganas de estar contigo! Más pronto que tarde volveremos a verte -dice una voz al otro lado del teléfono, mientras Pepi se muestra confundida.
—Anoche soñé que volvíamos a estar en el concurso de Canal Sur. Sí, ése en el que tú con tu rondalla conseguiste el primer premio con la canción “Volver a Frailes”. Aún recuerdo como si fuera ayer, los aplausos, y los bravos que te gritaba; y hasta la camiseta de elefante que me pusiste, y que tanto me gustaba —Pepi seguía sin entender nada.
—¡Qué vergüenza pasé! Sí, cuando me escapé del público para darte mi elefante de la suerte. Y ¡mira!, ganaste —La abuela quería reconocer en esa voz a alguien familiar, pero no lo conseguía.
—No me extraña que tu nieta Silvia tenga la misma manía ¡Jajajaja!
—Abuelita Pepi —se pone al teléfono Silvia—, ¿te has puesto hoy la última camiseta que te envié? la del elefante con un virus dibujado. Es importante. Te dará suerte y te protegerá.
Fue así cuando esta anciana esbozó una lúcida y amorosa sonrisa al tocar con sus dedos el contorno del elefante de su camiseta.
Fue así cuando los aplausos de la avenida Blas Infante no fueron sólo para los sanitarios, sino también para ella.
Fue así cuando Pepi con su vieja amiga, la bandurria, soñó con “Volver a Frailes”
Y ahora… ¿seguirán saliendo al balcón?
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