Quijotes desde el balcón

domingo, 27 de septiembre de 2020

Esperanza por Rodrigo García

Gotas de sudor y sangre recorrían mi rostro mientras que mis entumecidos músculos sentían el dolor que habían sufrido previamente, no sabía si era por la desastrosa situación o por el miedo que sentía, pero no podía moverme. Yo que una vez fui un hombre feliz y próspero, no era el más rico ni el más famoso, pero tenía lo que todo campesino querría como mínimo para ser feliz, tenia tierra fértil y buena cosecha, pero además tenía una familia, mi mujer y mis dos hijos (un niño y una niña, el primero de dieciséis años y la pequeña de siete) y aunque parezca mentira, esos fueron los mayores logros de mi vida.

Sin embargo la vida es una cruel odisea llena de sufrimiento, una sucia arpía que recoge la poca alegría que tienes y te deja solo sufrimiento en el camino. Tal es así que la guerra vino hacia nosotros un día soleado y apacible de verano, mi hija jugaba en el jardín con el perro y los demás nos relajábamos después de haber cogido la cosecha del mes, cuando un estruendo de miles de pasos caminando a la vez y el olor a pólvora me hicieron tenerme lo peor, lo más espeluznante que me podía imaginar había sucedido, el ejército del país de al lado nos estaba invadiendo, metí a mis hijos y a mi mujer en casa e intenté que pasáramos desapercibidos, pero en mitad del campo una casa nunca es algo que se pueda esconder, con lo que aporrearon la puerta con fuerza murmurando unas palabras que desconocía totalmente, tras la insistencia de estos personajes decidí abrir la puerta, no por respeto ni cortesía, sino porque iban a tirar la puerta abajo.

Tras unos instantes más aguante detrás de la puerta pero finalmente la abrí encontrándome con una figura alta y robusta, que me apartó de un empujón y pasó dentro, intenté incorporarme y echarlo de mi casa, pero los cañones de los fusiles me tocaron la ropa y sabía que no podía moverme. Mientras mi mujer salía por la puerta de atrás con los niños, pero al abrir la puerta se encontraron con otros tres soldados esperando junto a ella. Amordazaron a mí mujer y a mis hijos pequeños, el mayor trato de soltarse, lo consiguió y le propinó un puñetazo, ante esta acción el comandante no dudo en pegarle un tiro a mi hijo en la cabeza.

La sangre goteaba por la cabeza de mi hijo y su rostro estaba desfigurado por el disparo, tapé los ojos a mis hijos para que no presenciaran el macabro espectáculo, después de atar bien a los restantes miembros de mi familia, me dieron una paliza y me dejaron, se fueron con todos y yo me quedé solo, solo,  mis pensamientos y yo, solo pensando en la frase que dijo de forma forzada el oficial, “si quieres volver a ver a tu familia, no huyas, porque volveremos”.

Veía lo poco que tenía arder delante de mis ojos, con un método tan antiguo y anticuado habían conseguido que lágrimas brotaran de mis ojos, me habían quitado media vida de esfuerzo y sufrimiento con una simple cerilla, me lo habían quitado todo, absolutamente todo, sin dejarme nada salvo con mi fría vacía y destrozada casa. En los siguientes días que transcurrieron no se me pasaba otra cosa por la cabeza que mi familia, o parte de ella, mientras comía, mientras trabajaba, mientras dormía, solo pensaba en ellos. Mientras esos pensamientos rondaban por mi cabeza llegó día que temía y esperaba a la misma vez. Esta vez vinieron menos, y subidos sobre un tanque, todos con fusiles, entre ellos reconocí al oficial de la otra vez, nos miramos fijamente un largo rato, cuando de repente su expresión se tornó desafiante, y luego pasó a ser burlona, con una palabra en su lengua materna dos de los soldados me agarraron, y otro me propinó un golpe en la nuca que me dejó inconsciente, todo se volvía oscuro, veía llegar un coche militar, después todo fue oscuridad.

Me desperté en el salón de mi propia casa, amordazado a una silla, una ligera luz iluminaba levemente la estancia pero en general la habitación se encontraba en penumbra, volví a ver el rostro del oficial mirándome, lo único que hizo fue hacerme una pregunta: ¿dime si se esta haciendo un experimento militar por aquí? Yo nunca había escuchado sobre eso ni sabía que existía en el caso de que la información fuera cierta, así que una y otra vez le dije que no lo sabía, pero empezaron a torturar e, uña tras uña y golpe tras golpe seguía repitiendo lo mismo, hasta que tras una hora de interrogatorio cesaron y me dejaron tirado en el suelo de mi propia casa. 

Como dije antes gotas de sudor y sangre recorrían mi rostro mientras que mis entumecidos músculos sentían el dolor que habían sufrido previamente las rojas costras de mis dedos me ardían y se me congelaban al mismo tiempo, mientras pensaba que iba a ser de mi, no sabía lo que hacer, hasta que mi raciocinio se detuvo y solo me quedó una cosa, acabar con todo, me dirigía al gran cedro, con paso pausado y cansado, hice todos los preparativos, pero cuando iba a trepar al árbol una voz familiar me detuvo, me paré a observar y vi de donde venía esa voz eran mis hijos, que venían hacia mí, su voz dulce pero asustada me devolvió la cordura, fui a abrazarlos ñ, y bajo aquel cedro me contaron todo lo que sucedió, lo del experimento militar y lo de que mi mujer todavía seguía retenida en el infierno en el que los tenían confinados. Todo cambió en ese momento, un sentimiento nuevo para mí, la esperanza que sentía de que todo volviera a ser como era o parecido a lo que había sido, pero para eso el primer paso era rescatar a mi mujer. 

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