No es que haya perdido la fe; es que nunca la encontré. Y no
será por búsquedas, individuales y colectivas. Grupos de apoyo, de todos los
colores y tamaños; libros y podcasts
de autoayuda, para dar y regalar. Si aparece un nuevo iluminado capaz de
reconducir la vida del más tirado de los seres humanos, tarde o temprano lo
suyo cae en mis manos. Sinónimo automático de desplome de la teoría de turno. Conmigo
no hay manera. Sin más, soy incompatible con todo esto.
Empecé a drogarme muy pronto, y si hubiera podido lo habría
hecho antes. Pero fue demasiado pronto. Los de mi edad intercambiaban cromos de
Leal, Cunningham o Carrete… yo intercambiaba la jeringuilla con el primero que
me encontraba en el lugar habitual de chute.
¿Esperanza? Para mí no dejaba ser una puta más, solo que esta, decían, iba vestida
de verde.
Muchas veces me preguntaba qué habría sido de mi vida si…
Pero siempre era un efecto secundario del mono.
Ni de lejos vislumbraba una vida distinta a la que llevaba: lejos de mi
familia, repudiado por el mundo y buscado por la ley y el orden. Muchas veces,
consciente de ser yo la única persona que me quería, pensé en mí mismo como un despojo humano. A saber lo que
pensarían los que solo me veían pasar por su lado.
Conocí bien la cárcel. Sin forzar la memoria, dos
correccionales y tres prisiones. Delitos menores, al principio, posesión y
desorden público. Más tarde el atraco a mano armada y, por último, delito
contra la salud pública y homicidio en grado de tentativa. Mi currículum tiene
varias páginas y se puede consultar en cualquier comisaría de policía.
Ya se han hecho todas las películas sobre gente como yo. No
he visto ninguna; el escaparate de cualquier tienda ya me sirve como espejo.
Además, las películas siempre mienten. Un yonki
es una mierda apestada al que nadie se acerca, y no una botella en cuyo fondo
aparece un héroe por arte de magia. Vivimos mal y morimos peor. No solemos
recibir pena o compasión en nuestro buzón; nos lo buscamos, tenemos lo que nos
merecemos.
Seropositivo y condenado casi de por vida. Algún día dejaré
la celda para acabar mis días conectado a un puñado de máquinas. No habrá final
feliz para esta obra, convertida por mi propia decisión en un monólogo
perpetuo, vacío y repetitivo, que ya me sé de memoria antes incluso de ser
escrito.
¿Y me pregunta qué cambiaría de mi vida si volviera a
vivirla? Mi vida ya está vivida y escrita en piedra; podría abandonarla pero yo
ya no puedo cambiarla. Solo vine a su consulta porque me obligaron a ver a un
psicólogo. Le agradezco su tiempo; no son un buen conversador y no hablo
demasiado con la gente de por aquí, no me fío ni de mí. Pero creo que debemos
dejarlo; diga lo que diga, yo no puedo ni quiero ser la esperanza de nadie.
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