Quijotes desde el balcón

domingo, 27 de septiembre de 2020

Por obligación por Nono Vázquez Cañadas

 

No es que haya perdido la fe; es que nunca la encontré. Y no será por búsquedas, individuales y colectivas. Grupos de apoyo, de todos los colores y tamaños; libros y podcasts de autoayuda, para dar y regalar. Si aparece un nuevo iluminado capaz de reconducir la vida del más tirado de los seres humanos, tarde o temprano lo suyo cae en mis manos. Sinónimo automático de desplome de la teoría de turno. Conmigo no hay manera. Sin más, soy incompatible con todo esto.

Empecé a drogarme muy pronto, y si hubiera podido lo habría hecho antes. Pero fue demasiado pronto. Los de mi edad intercambiaban cromos de Leal, Cunningham o Carrete… yo intercambiaba la jeringuilla con el primero que me encontraba en el lugar habitual de chute. ¿Esperanza? Para mí no dejaba ser una puta más, solo que esta, decían, iba vestida de verde.

Muchas veces me preguntaba qué habría sido de mi vida si… Pero siempre era un efecto secundario del mono. Ni de lejos vislumbraba una vida distinta a la que llevaba: lejos de mi familia, repudiado por el mundo y buscado por la ley y el orden. Muchas veces, consciente de ser yo la única persona que me quería, pensé en mí mismo como un despojo humano. A saber lo que pensarían los que solo me veían pasar por su lado.

Conocí bien la cárcel. Sin forzar la memoria, dos correccionales y tres prisiones. Delitos menores, al principio, posesión y desorden público. Más tarde el atraco a mano armada y, por último, delito contra la salud pública y homicidio en grado de tentativa. Mi currículum tiene varias páginas y se puede consultar en cualquier comisaría de policía.

Ya se han hecho todas las películas sobre gente como yo. No he visto ninguna; el escaparate de cualquier tienda ya me sirve como espejo. Además, las películas siempre mienten. Un yonki es una mierda apestada al que nadie se acerca, y no una botella en cuyo fondo aparece un héroe por arte de magia. Vivimos mal y morimos peor. No solemos recibir pena o compasión en nuestro buzón; nos lo buscamos, tenemos lo que nos merecemos.

Seropositivo y condenado casi de por vida. Algún día dejaré la celda para acabar mis días conectado a un puñado de máquinas. No habrá final feliz para esta obra, convertida por mi propia decisión en un monólogo perpetuo, vacío y repetitivo, que ya me sé de memoria antes incluso de ser escrito.

¿Y me pregunta qué cambiaría de mi vida si volviera a vivirla? Mi vida ya está vivida y escrita en piedra; podría abandonarla pero yo ya no puedo cambiarla. Solo vine a su consulta porque me obligaron a ver a un psicólogo. Le agradezco su tiempo; no son un buen conversador y no hablo demasiado con la gente de por aquí, no me fío ni de mí. Pero creo que debemos dejarlo; diga lo que diga, yo no puedo ni quiero ser la esperanza de nadie.

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