Quijotes desde el balcón

domingo, 27 de septiembre de 2020

El perro de Churchill por Enrique Hinojosa

 


Lasciate ogni speranza, voi ch'entrate
 Dante – La divina comedia

 

                Abandonad toda esperanza, vosotros que entráis. Estas palabras están grabadas en piedra en la puerta del Infierno de Dante, en el que se retuercen eternamente las desdichadas almas atormentadas que habitan los nueve círculos del infierno dantesco. Hay, sin embargo, otros infiernos distintos.

Quizá pocos de vosotros habréis oído hablar antes de hoy del perro negro de Churchill, pero nunca olvidaréis su historia.

Se dice de Churchill que tenía un perro negro, que siempre le seguía a todas partes. Movía su larga cola detrás de Sir Winston Churchill, pegado a él como la sombra que nunca le abandona, que le sigue y le mordisquea juguetón los tobillos. Fue en apariencia un perrito pequeño que acompañó a Churchill en sus peores momentos, que, como sabréis, fueron muchos y muy negros.

                Estratega brillante, Churchill combatió como oficial del ejército británico, y cosechó algunas trágicas derrotas en alguna batalla. Su perro negro siempre estuvo con él, y fue creciendo y haciéndose cada vez más grande. Creció tanto que Churchill ya apenas era capaz de arrastrar la lustrosa cadena que le colgaba del cuello. Años después, fue nombrado Primer Ministro, y aquel viejo perro negro seguía lento los pasos de un viejo y melancólico Churchill que desbordaba vitalidad y energía en sus apariciones públicas y en casa enjugaba con whisky sus mañanas, tardes y noches, siempre whisky con soda, siempre más whisky que soda. Sir Winston ofrecía whisky a su perro, que pronto le cogió el gusto, y ambos terminaban tumbados por el suelo del Nº 10 de Downing Street.

Churchill se volvió insoportable los últimos años de su vida, tan castigados su cuerpo y su espíritu tras continuos achaques, ataques y estoques del destino… y el viejo Churchill ya no soportaba más a aquel maldito perro negro que le persiguió toda su vida y le mordía hasta el desgarro, y estuvo presente en sus peores momentos. Intentó deshacerse de él, lo ahuyentó como pudo; sin embargo, el perro, enorme y empedernido, siempre volvía con su amo a lamer su mano con desdén. Si caminas, te sigue; si te despiertas, se despierta contigo; nunca te deja.

Churchill pateó a aquel perro asqueroso con su pierna buena, lo golpeó con su bastón, pero de noche siempre escuchaba los lúgubres ladridos de su compañero fiel.



Quizá pocos de vosotros habréis oído hablar antes de hoy del perro negro de Churchill, pero nunca olvidaréis su historia: porque nunca nadie pudo ver a ese perro negro que acompañaba a Churchill a todas partes.



Churchill    nunca    tuvo    perro.  Sir Winston siempre se refirió como “mi perro negro” a la atroz y melancólica depresión que sufrió durante toda su vida.

Llegados a este punto, ¿dónde cabe la esperanza en esta historia? Churchill nunca habría podido sobrevivir a la tortura, a las derrotas; nunca habría podido sobreponerse a los terribles retos que afrontó; ni soportado la presencia de ese terrible perro negro, nunca, sin contar con la compañía de una pequeña perrita blanca llamada Esperanza, que trotaba alegre delante de él, y que de vez en cuando mordía la cola del perro negro de Churchill, y lograba distraerle.

Con esperanza se completan las palabras grabadas en la puerta del Infierno… Abandonad toda esperanza, vosotros que entráis en vuestra alma y no encontráis nada; pero mientras tengas algo por lo que merezca la pena luchar, la esperanza te acompañará trotando alegre delante de ti para que nunca te rindas.

“Lucharemos en las playas, lucharemos en los campos y en las calles, lucharemos en las colinas: nunca nos rendiremos”.                                                                                    Sir W. Churchill

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