Lasciate ogni speranza, voi ch'entrate
Dante – La divina comedia
Abandonad
toda esperanza, vosotros que entráis. Estas palabras están grabadas en
piedra en la puerta del Infierno de Dante, en el que se retuercen eternamente
las desdichadas almas atormentadas que habitan los nueve círculos del infierno
dantesco. Hay, sin embargo, otros infiernos distintos.
Quizá pocos de
vosotros habréis oído hablar antes de hoy del perro negro de Churchill, pero
nunca olvidaréis su historia.
Se dice de
Churchill que tenía un perro negro, que siempre le seguía a todas partes. Movía
su larga cola detrás de Sir Winston Churchill, pegado a él como la sombra que
nunca le abandona, que le sigue y le mordisquea juguetón los tobillos. Fue en
apariencia un perrito pequeño que acompañó a Churchill en sus peores momentos,
que, como sabréis, fueron muchos y muy negros.
Estratega
brillante, Churchill combatió como oficial del ejército británico, y cosechó algunas
trágicas derrotas en alguna batalla. Su perro negro siempre estuvo con él, y
fue creciendo y haciéndose cada vez más grande. Creció tanto que Churchill ya
apenas era capaz de arrastrar la lustrosa cadena que le colgaba del cuello.
Años después, fue nombrado Primer Ministro, y aquel viejo perro negro seguía
lento los pasos de un viejo y melancólico Churchill que desbordaba vitalidad y
energía en sus apariciones públicas y en casa enjugaba con whisky sus mañanas,
tardes y noches, siempre whisky con soda, siempre más whisky que soda. Sir
Winston ofrecía whisky a su perro, que pronto le cogió el gusto, y ambos
terminaban tumbados por el suelo del Nº 10 de Downing Street.
Churchill se
volvió insoportable los últimos años de su vida, tan castigados su cuerpo y su
espíritu tras continuos achaques, ataques y estoques del destino… y el viejo
Churchill ya no soportaba más a aquel maldito perro negro que le persiguió toda
su vida y le mordía hasta el desgarro, y estuvo presente en sus peores
momentos. Intentó deshacerse de él, lo ahuyentó como pudo; sin embargo, el
perro, enorme y empedernido, siempre volvía con su amo a lamer su mano con desdén.
Si caminas, te sigue; si te despiertas,
se despierta contigo; nunca te deja.
Churchill
pateó a aquel perro asqueroso con su pierna buena, lo golpeó con su bastón,
pero de noche siempre escuchaba los lúgubres ladridos de su compañero fiel.
Quizá pocos de
vosotros habréis oído hablar antes de hoy del perro negro de Churchill, pero
nunca olvidaréis su historia: porque nunca nadie pudo ver a ese perro negro que
acompañaba a Churchill a todas partes.
Churchill nunca
tuvo perro. Sir
Winston siempre se refirió como “mi perro negro” a la atroz y melancólica
depresión que sufrió durante toda su vida.
Llegados a
este punto, ¿dónde cabe la esperanza en esta historia? Churchill nunca habría
podido sobrevivir a la tortura, a las derrotas; nunca habría podido
sobreponerse a los terribles retos que afrontó; ni soportado la presencia de
ese terrible perro negro, nunca, sin contar con la compañía de una pequeña
perrita blanca llamada Esperanza, que trotaba alegre delante de él, y que de
vez en cuando mordía la cola del perro negro de Churchill, y lograba distraerle.
Con esperanza
se completan las palabras grabadas en la puerta del Infierno… Abandonad
toda esperanza, vosotros que entráis en vuestra alma y no encontráis
nada; pero mientras tengas algo por lo que merezca la pena luchar, la esperanza
te acompañará trotando alegre delante de ti para que nunca te rindas.
“Lucharemos en las playas, lucharemos en los
campos y en las calles, lucharemos en las colinas: nunca nos rendiremos”. Sir
W. Churchill
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