Quijotes desde el balcón

lunes, 8 de noviembre de 2010

27/11



- ¿Azúcar o sacarina?
- Azúcar... nada más.
Restorm no tuvo más diálogo con el camarero. Era su bar y su hora habituales, las cinco de la tarde. Pero nunca llegó a intimar con los dueños o con otros clientes. Echó un vistazo a su alrededor, como si de verdad le importase quién o quién no pudiera haber, dejó su chaqueta en la mesa y se sentó.
Un hombre ocupó una mesa junto a la suya. Al hacerlo, alertó a Restorm sobre el pequeño paquete que había caído de su bolsillo y amablemente se lo acercó. Restorm agradeció con frialdad la amabilidad del desconocido, que ocupó su lugar.
La tarde casi era tan gris como el semblante de Restorm. Las primeras luces habían empezado a encenderse en la calle y el viento bramaba en las esquinas, haciendo que la gente caminase como si fueran fantasmas, escondidos entre su ropa luchando contra la humedad de los Muelles en otoño.
Los ojos de Restorm se mantenían abiertos, dándole aspecto de espantado. Repasaba una y otra vez la orden que Carpenter le había hecho llegar minutos antes junto con el paquete:
- Actúa rápido, en silencio y no dejes rastro. Una vez hecho yo ya no podré hacer nada si hay fallo.
Al pensar en aquellas palabras, Restorm repasó la nota que le había hecho llegar su confidente. Sin querer, deslizó su mano derecha por su costado y comprobó que el revólver estaba en su sitio, esperando también su momento; su minuto de gloria. Abrió entonces, justo en el momento ordenado, el paquete que su vecino de mesa había rescatado del suelo minutos antes. En su interior estaban los billetes que sumaban la cantidad convenida y la fotografía del hombre cuya última visita sería la suya. Tomó un sorbo de café mientras sus ojos, más abiertos y dramáticos si cabe, examinaron la imagen. Aspiró profundamente y anotó la fecha por detrás: 26 de noviembre.
Restorm sacó uno de los billetes y con él fue hacia el mostrador. Pagó y solicitó cambio para sacar una cajetilla de cigarros de la máquina. Tras pensar un instante optó por rubio americano, el de siempre, y sacó un pitillo, que se colocó en la boca, casi colgando del labio inferior. Rebuscó por todos sus bolsillos y no halló el encendedor. Al pasar junto al tipo de la mesa de al lado le dirigió la palabra.
- Perdone amigo ¿tiene lumbre? -a lo que el desconocido respondió:
- Claro, tenga -acercando su encendedor.
- ¿Quiere uno? -interrogó Restorm.
El hombre alargó el brazo izquierdo para tomar un cigarrillo de los que Restorm le ofrecía, y justo en ese momento, con un hábil movimiento éste extrajo con la otra mano el revólver, lo situó debajo de la axila del desconocido y descargó a la velocidad del rayo dos disparos sobre el corazón del sorprendido desgraciado. Como si nada hubiera ocurrido, el desconocido cayó un poco hacia atrás, con los ojos abiertos. Su cuerpo había hecho de silenciador y apenas habían sonado los dos tiros que ya habían terminado con su vida. Restorm se sentó a su lado, le colocó el cigarrillo en la boca y lo prendió con su propio encendedor. Lo dejó junto a la copa casi vacía, y a su lado un billete para abonar la cuenta del tipo al que acabada de matar en aquel bar.
Salió con naturalidad y, ya en la calle, abrió el siguiente sobre en el que había el doble de dinero que en el primero. La foto esta vez le resultó muy familiar; era Carpenter. Notó la vibración de su teléfono móvil y entabló con su confidente la conversación de rigor:
- Si…dime, Carpenter.
- ¿Ha habido problema?
- ¿Lo hubo alguna vez?
- Esta vez era un pez gordo
- Bueno, ahora ya no lo parece tanto.
- Eres el mejor, Restorm… ¿cómo lo haces?
- Hablo poco y observo mucho.
- Seguro que con el próximo te podrás retirar.
- Seguro que sí. Carpenter… ¿qué hay de ese café al que querías invitarme?
El confidente se quedó callado, y Restorm le volvió a insistir:
- Tenías mucho interés.
- Bueno, sí. Dicen por aquí que alguien de la organización puede caer pronto y quería alertarte.
- Estaré mañana en un bar que hay al final del Callejón de los Muelles. Ven a las cinco. Me gusta tomar el café a esa hora, sólo y con azúcar… nada más.

Restorm colgó, dio la vuelta a la fotografía y anotó la fecha del día siguiente: 27 de noviembre. Anduvo unos 10 pasos y se perdió entre la niebla y la oscuridad de la ya casi cerrada noche.

4 comentarios:

ruyelcid dijo...

Muy bueno Nono,

Restorm (LEON, el profesional) es un crack.
Doy por hecho que Carpenter ya se huele su final y que éste (con tilde), a la hora de la verdad, disparará primero.

Rove Rivera dijo...

Me ha encantado leer este relato. Es muy visual. Gracias, Nono!

Anónimo dijo...

Novela negra pura y dura...que bueno..Nono, te vas superando, jeje

oicor dijo...

Me gustan los relatos sencillos y directos como éste.

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