No eligió su destino, como nadie lo ha hecho en el mundo… Se vio un día, como por máquina, frente a un puñado de personas, vestido de forma extraña y diciendo palabras ininteligibles casi para él. Al acabar, muchos fueron condescendientes con él, le dieron cuatro palmadas en el hombro y le asignaron el oficio: se había convertido en actor.
Esas cosas ocurren; y cuando quiso darse cuenta ya recibía órdenes y más órdenes. Cuando quiso realmente proponerse la pregunta de si quería estar realmente allí, tenía más y más responsabilidades. Cuando, al final, recapacitó y pensó que en realidad él lo que quería era cantar… era tarde. Se había convertido en actor.
A la vuelta de años, pensaba y actuaba casi en la vida diaria como actor; y así tuvo a los micrófonos y las cámaras como habituales compañeros de faena. Se dedicaba cada día a poner su mejor cara, manifestar el placer que le proporcionaba estar allí, ser el del telediario, y soltar, unas veces más y otras menos acertado, una retahíla de palabras, muchas de ellas incomprensibles para él y siempre, siempre, vestido de forma muy extraña. No había duda: se había convertido en actor.
Hoy peina canas. Se dedica a hacer lo mismo. A veces con mayor acierto y otras con menos. Saca, si le es posible, su mejor sonrisa, adapta su rostro a las condiciones exigidas y convence a otros de que la vida es puro teatro. Mientras, algunos pasan a su lado y le miran por encima del hombro, acaso compadeciéndose de él, mientras murmuran entre ellos y se preguntan cómo aquel chico normal, más bien poca cosa, escasamente agraciado por los dones de la naturaleza, se había convertido en actor.
Mañana volverá al escenario y al pisarlo notará como el temblor de aquella primera vez en la Plaza del Ayuntamiento de su pueblo. Olerá profundamente el aroma de las maderas, tocará las cuerdas de las varas y las bambalinas y deambulará por las oscuras escalas metálicas en busca de Alfonsito… Al volver, casi seguro verá que muchos han sacado esa mañana su mejor cara y le esperan para hacer lo que él hizo tantas veces: vestirse de forma extraña y hablar de cosas que ni entienden. Él, recordando a aquel niño que interpretaba al mayordomo de un castillo encantado aquella primera vez, vociferará las explicaciones que Javier y otros le dieron, y contará esos chistes malos que ya todos se saben de memoria, y que al fin y al cabo es lo único que les devuelve la seriedad… o eso quieren hacerle creer. Se preguntará, en un soliloquio real, mientras alguien busca un sitio donde poder fumar y los demás repasan el texto o se desperezan en la butaca, qué hubiera sido de su vida de no haberse convertido en actor…
2 comentarios:
Entrañable!!! Te queda telón alzado para rato!!!
Como antes decía, quieres volver al 63 pero de repente estás en el 2035, lidiando contigo mismo, en el patio de butacas...
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