Quijotes desde el balcón

lunes, 2 de septiembre de 2013

Breve I (de X)

Este relato está incluido en el libro Dibujos y relatos desde la Sierra Sur (Alcalá la Real, 2013), de Ricardo San Martín Vadillo. Aparece en nuestro blog por gentileza de su autor, al que agradecemos su colaboración con nosotros, esperando por supuesto muchas más.
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...arremetí contra el escaparate...
 Me enamoré de ti el primer día  en que te vi.

Te encontré esbelta, con unas piernas largas y delgadas, como dos chopos que se alzan al cielo; elegante, con aquel traje de satén y aquella chaqueta de finas solapas; con un gran lazo ciñendo tu mínimo talle; con las manos gráciles que parecían permitirte flotar en el aire. Ah, tu cara: proporcionada, con los ojos resplandecientes, los labios intensamente rojos y provocativos.

No me dijiste nada, pero debiste notar mi mirada de entregada admiración.

En días sucesivos me hice el encontradizo; pasaba por donde tú estabas aunque no era la ruta al trabajo o para ir de compras.

Así me fui obsesionando con tu figura, con tu aire de princesa, y volvía… Volvía una y otra vez a mirarte de soslayo, no queriendo romper el hechizo de tu indiferencia.

Me dolía que no me prestases atención porque tú debías haber notado mis reiteradas visitas, mi expresión de admiración por tu porte altivo.

Llegué a ir a verte más de cinco veces en el mismo día y cuanto más te veía, más te apoderabas de mis pensamientos.

Me di cuenta de que estaba celoso de que otros te mirasen porque yo ansiaba tenerte para mí solo.

Aquel día en que observé a aquel joven tomándote en brazos, alzando tu cuerpo, quitándote la ropa, no pude contenerme. Al paso, en un rapto de celos y de odio hacia los dos: a él por tenerte, a ti por consentir, cogí una piedra del suelo y arremetí contra el escaparate. El empleado que cambiaba la ropa que exhibías huyó despavorido, sin comprender mi acto de locura. Rota la luna, pretendí cubrir tu rota desnudez con mi gabardina, mientras lloraba de rabia por tu estática indiferencia.

Los transeúntes y los empleados de la tienda de ropa femenina me inmovilizaron hasta que llegó la policía.

Desde dentro del coche celular en que me llevaron detenido, mientras su luz intermitente lanzaba destellos azules y el dependiente de la tienda recomponía tus trozos desperdigados, me pareció ver una sonrisa de vanidad en tus labios, maniquí roto entre los cristales del escaparate.

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