Quijotes desde el balcón

sábado, 9 de noviembre de 2019

Un amigo especial (por DIEGO GARCÍA ZARZA)


Corría el año 1986 en un pueblo profundo de Asturias. Jaime era un niño de 10 años, el típico niño ‘rarito’, sin amigos, que se aburría mucho en el colegio… La gente se burlaba de él por su manera de ser, pero él se lo tragaba y se contenía. Procuraba estar al margen y no cometer errores.

Un día frío y lluvioso, Jaime no podía más y se escapó de casa. Sus padres intentaron impedírselo, pero fue demasiado tarde.

 Jaime se fue del pueblo, corrió por el campo. No tenía comida ni nada para sobrevivir.



"la gente se burlaba de él por su manera de ser" 



Pasaron dos días y él estaba muy débil. Había dormido poco y los pies le pesaban como nunca. Empezó a llorar y de repente vio, entre lágrimas, una casa abandonada dónde se apreciaban cenizas. Puso rumbo hacia allá al escuchar una voz procedente de la casa. Al llegar encontró a un niño más o menos de su edad sentado en unos escombros hablando sólo. Jaime le preguntó quién era o si se había perdido.

   -Ehh, ho-hola, ¿Qué haces aquí, cómo te llamas?
   -Me llamo Manuel Rodríguez. Estoy aquí, aburrido pasando el rato.
   -¿Aquí? ¿Y tu familia?
   -No me acuerdo
   -¿Pero te has perdido?
   -No

   Jaime, lleno de dudas, simplemente decidió preguntarle si quería ser su amigo e ir de vuelta al pueblo. Este respondió que sí.

   Al llegar a casa, Jaime, muy cansado y débil, recibió un abrazo de sus padres, bebió mucha agua y comió lo que encontraba. Se duchó y, como nuevo, presentó a su nuevo amigo.

-¿Dónde está ese tal Manuel, Jaime?
-Está aquí mismo
-Pero ahí no hay nadie.
 Jaime, pensó que se trataba de una broma de sus padres y los niños se fueron a jugar al parque más cercano. Por otro lado los padres pensaron que, tras estos días de huida, su hijo venía un poco ‘tocado’, así que decidieron dejarlo pasar.

   Pasaron semanas y se hicieron mejores amigos. Todos los días salían a jugar y a corretear.

   -¿Quieres venir a comer a mi casa? Le preguntó Jaime.

   -No, no puedo. No me dejarían.

   -¿Quiénes?

Hubo un silencio que se prolongó unos instantes. Todo era raro en Manuel, pero por una vez en la vida había encontrado un amigo como él que no hacía preguntas, que no se burlaba de él y siguieron jugando, no le dio importancia. Se les hizo tarde y empezó a anochecer. Pero cuando se dieron la vuelta, no sabían dónde estaban. Era de noche y hacía frío. Jaime cogió un palo y empezó y frotarlo contra una corteza de madera. Manuel vio lo que estaba haciendo:

   -¡No, no, no! ¡Para, por favor! ¡No hagas un fuego! Intentemos encontrar el camino de vuelta.
   Jaime, desconcertado, hizo caso a su amigo.

 Empezaron a andar y a andar…, dando vueltas sin sentido. Al cabo de un rato, Jaime preguntó:

   -¿Por qué hacemos esto? No entiendo por qué no querías que hiciese un fue… ¡Ahh!
Jaime tropezó con una piedra rectangular, y se dio cuenta de que había más piedras y cruces verticales.

   -He-hemos llegado a un c-cement-terio?  Dijo Jaime aterrorizado.

Se levantó y se fijó en la tumba con la que había tropezado y leyó:


MANUEL  RODRÍGUEZ
1952-1962
Murió con 10 años
en un incendio


   Un escalofrío recorrió la espalda de Jaime. Miró a Manuel totalmente petrificado, y entendió las cosas extrañas que le habían pasado con él. Por qué no le veían sus padres, por qué no tenía familia, por qué le temía al fuego…

   -Jaime, no se lo digas a nadie. No recuerdo nada de mi vida, sólo mi nombre y aquel abrasador día. ¡Por favor,  ayúdame a encontrar a mi familia y saber lo que pasó!

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