Quijotes desde el balcón

domingo, 1 de noviembre de 2020

Algo contigo por Raúl Góngora


(cantado) ☝¿Hace falta que te diga que me muero por tener algo contigo?

¿Es que no te has dado cuenta de lo mucho que me cuesta ser tu amigo?☝


   — ¿De verdad, Anabel, no me lo vas a contar? Llevamos aquí día y medio, los dos sabíamos desde jóvenes que tarde o temprano nos veríamos aquí, tal vez haya sido demasiado pronto ¿no crees? El caso es que tú sabes porque estoy aquí, lo sabías desde aquella noche que dormimos en las faldas del Veleta, pero por más que intento pensar en algo extravagante o rebuscado no puedo adivinar ni suponer por qué estás tú aquí tan pronto.

Lo último que supe de ti es que por fin te habías decidido con Juan, ya era hora, eso llevaba ya muchos años a fuego lento y al final los guisos de deshacen y pierden su fuerza si se cocinan demasiado.

Anabel desvió rápido la mirada de los ojos de Héctor en un vano intento de que no se notara el acierto directo que éste había tenido al meter a su amado universal Juan en la conversación sobre los porqués.

   — ¡Hostias, hostias, te pillé! Lo sabía, sabía que tarde o temprano tu causa para el hospedaje gratuito en este antro eterno sería el mal de amores (o el bien de ellos, según quien los mire). Venga Anabel, nos conocemos de toda la vida. Empecemos de nuevo. Mírame a los ojos y sácalo.

    — ¡Joder Héctor contigo no se puede una guardar nada! Detective tendrías que haber sido. ¿No tienes hoy aquí más calor que otros días?

    — No me cambies de tema, Anabel. Si, hace más calor, pero es que está entrando bastante carne nueva estos días y están echando a arder al fuego final a una partida de condenados históricos que ya se habían arregostado demasiado al calor del infierno.

   — Mira Héctor, han sido muchos…muchos años ¿recuerdas? Desde que te dije que me gustaba Juan. Estos dos últimos años, comenzó a contestar más a menudo mis charlas; whataspps, privados en Facebook, en fin. El caso es que, flipauras del destino, yo estaba por segunda vez en mi vida, intentando visitar las miles de recomendaciones de la ciudad de Nueva York que no pude ver en mi primer viaje y vi que su empresa estaba teniendo un simposio sobre nuevas tecnología y sus beneficios en el sector turístico en la misma Nueva York. Aluciné al saber que estaba allí. 

Ahora viene la parte “más bonita” de la historia, Héctor. Como sabes, te he hablado muchas veces de, por extrañezas inexplicables, a los dos, a Juan y a mí, nos gustaba de siempre la película “Algo Para Recordar” la de Tom Hanks y Meg Ryan y su famosa escena final en el Empire Street. Pues le planteé que podríamos recrearla, y después de muchos años, vernos en las alturas. Le encantó. Quedamos esa misma noche a las ocho allí. ¡Aiiinnsss! -Suspiró Anabel con fuerza.

   — Sigue, sigue, me tienes intrigadísimo! –le dijo Héctor con los ojos como platos de atención máxima.




Él estaba ya allí, subido en el bordillo que rodea la terraza, ese en el que se sube un pelín la gente para asomarse y comprobar la altura del asunto, con una rosa blanca en la mano. Yo salí directamente del ascensor y sin titubear ni un solo paso me fui hacía él, le brillaban los ojos a distancia de la emoción. Me subí al bordillo, cogí la flor, le arreé uno de los mejores besos que he dado jamás a nadie y le empujé fuertemente edificio abajo. Bajé, me senté junto a ese pudding de sesos, huesos y sangre que se formó junto al borde de la acera y con mi rosa blanca siempre en la mano esperé que llegase la policía y fin. Aquí estoy Héctor. Lo de la inyección lo pedí yo mismo. Juicio rápido y fin. Le dije al juez que me encantó lo que hice, que lo volvería a hacer por muchos años que me tuvieran vestida de naranja y que no me iba a arrepentir jamás. 

Héctor permaneció unos segundos con los ojos como platos y una sonrisa extraña, como de complicidad sumisa. 

   — ¿Has alucinado, eh? Ahora tú, cuéntame, aunque te he puesto el listón muy alto ¿eh?

   — Vas a alucinar tú también. Hace unas tardes me llamó Juan todo ilusionado, que había quedado contigo para una especie de reencuentro tras muchos años de tensión amatoria no resulta. Me alegré por los dos y le dije ve sin falta, no te arrepentirás jamás. Lo clavas si le llevas una rosa blanca, son sus favoritas. Suerte Juan. 


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