Quijotes desde el balcón

jueves, 22 de septiembre de 2022

Rafalito Peña (por Ricardo San Martín Vadillo)

 

Conocí a Rafalito Peña al poco tiempo de mi llegada a Alcalá, entre aquel aluvión de caras nuevas. Rafalito me saludó desde su carro de inválido y me dijo en tono desenfadado:

–¡Una hemorragia de satisfacción el conocerte!

Después, fueron muchas las veces en que tuve ocasión de coincidir con él en aquel bar, al final del Llanillo, donde servían un vino de Montilla suave y transparente, acompañado de unas tapas de callos que inundaban de sabor el paladar.

Allí, sentado en su carrito, que era como su trono, Rafalito reinaba en el mundo de “los chinos”:

–¡Tres con las que saques! –decía mientras escondía en su mano izquierda las monedas y daba cortos sorbos de placer al Montilla.

Solía tocarnos a cualquiera del grupo pagar las copas y las tapas, pero si alguna vez perdía y se descubría su envite exclamaba:

–¡Hiotilla, me ha pillao!

Yo, viniendo del norte, no entendía aquella exclamación.

–Hijo de putilla. Eso significa. Es que no te enteras, chico. Claro, como tú hablas tan fino… –me decían los amigos del grupo.

Rafalito Peña se movía en su carro de inválido, pero esa realidad (sobrevenida desde el mismo momento de su nacimiento) no le impedía ejercer de forma eficiente su trabajo: era fotógrafo, pero no fotógrafo de estudio. Rafalito era un cotizado y reconocido fotógrafo deportivo. Pero no os confundáis, no hacía fotos de futbolistas o equipos, de tenistas, altos jugadores de baloncesto… No, su especialidad era la fotografía deportiva de riesgo.

Un día me invitó a su casa, a su estudio, donde en aquellos tempranos años setenta él mismo revelaba sus fotos. Así pude ver sus instantáneas y saber de sus viajes: allí estaban los campeones de fórmula uno, sus adelantamientos imposibles, sus terribles accidentes, sus podios de gloria, todo recogido en color o en blanco y negro por Rafalito. Supe de sus viajes a Mónaco, Silverstone, LeMans, Heckenheim, Long Beach, etc.

Tenía fotos espectaculares de esquiadores descendiendo veloces por las pronunciadas pistas de Sierra Nevada, Chamonix, Val d’Isere, Garmish, Verbier, Lech, etc.

Me enseñó fotos de vértigo, con montañeros colgados en una pared de Nepal. Se reía complacido al ver mi cara de estupor y admiración:

–¡Hiotilla, qué aventura fue el que me pudieran subir hasta aquella roca para tomar mis fotos!

Igual o mayor sorpresa me causaron varias instantáneas de paracaidistas en el momento de saltar desde el avión y otras en pleno descenso:

–¡Pues claro que yo estaba allí! ¿Cómo si no iba a tomar las fotos? Compartí sus emociones: vértigo, miedo, la adrenalina del descenso, la alegría del aterrizaje y, como ves, hice fotos increíbles. 

Ya ves, chico, yo que estoy varado en esta silla he encontrado en mi trabajo la ocasión de sentir y compartir la emoción del riesgo, de la velocidad. Somos nosotros quienes nos ponemos los límites. Mientras viva, quiero sentir, a través de la fotografía, el vértigo de vivir a tope.

Rafalito Peña era vital, positivo, no conocía límites. Así fue su vida mientras ésta duró: una aventura, un reto, un éxito profesional.

Un día me llamó el grupo de amigos y me dijeron que Rafalito había muerto mientras dormía, apaciblemente, lejos del riesgo, en la tranquilidad de su casa y de su cama, junto a su estudio de fotografía en Alcalá.

Hicimos lo que nos tenía dicho mientras tomábamos unas copas de vino de Montilla y las tapas de callos en aquel bar donde solíamos reunirnos cuando no estaba de viaje y descansaba del ajetreo de su vida como fotógrafo de deportes de riesgo: en el féretro metimos, junto a él, una de sus cámaras fotográficas; por si allí arriba (más alto de lo que había subido con los paracaidistas y el avión) practicaban las carreras, el esquí, los saltos imposibles, las escaladas sobre el vacío eterno, para que él los retratase.

–¡Hiotilla, Rafalito, qué tío más audaz!



Le Mans 1979




Catherine Destivelle en la montaña del Annapurna.






Saltos de Esquí en Garmish. Alemania





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