Quijotes desde el balcón

viernes, 12 de noviembre de 2010

Black Luck

El gato negro giro una vez más sobre sus patas enroscando su cuerpo menudo y brillante sobre el vetusto techó de lona que una vez perteneció a un Citröen 2CV azúl, ahora corroído por la interperie. Se estiró al sol del mediodía y maulló al aire un par de veces, se lamió y relamió las patas y continuó  mirándome fijamente mientras yo caminaba cabizbajo hacia el bar de la esquina. Soy un tipo de costumbres sencillas, leo los periódicos del día mientras tomo una cerveza. Charlo del tiempo y de cosas banales. De Mourinho y del desempleo. De los días "torcidos felices", como decía un amigo mio, con acertada expresión, mientras consumo la cerveza y paso las páginas en silencio. Son las dos de una tarde soleada y fresca de noviembre y los parroquianos se agolpan a esta hora en la barra, pidiendo, entres voces y risotadas.
El gato negro busca mi mirada tras los cristales del local. Quizás tenga hambre, pienso. Con esta crisis, hasta para un gato es difícil buscárselas. Sigo leyendo. Malas noticias. Accidentes de tráfico. Puentes de fin de semana. Sube la mendicidad en la localidad...Al fondo se adivina entre el gentío el vendedor de Cupónes, un muchacho bonachón que, sonriente como de costumbre, entraba a esta hora en el bar abarrotado: ¡...Dame el cero!,!...a mi el tres!...!..Yo quiero para el viernes!.El tipo que tengo delante compra unos boletos, paga rápido y se marcha. El gato da un hábil salto y grácil, desaparece de mi vista. Veo al hombre que acaba de salir que cruza a la acera de enfrente. Casi tropieza con el gato, que, a sus pies, se roza con un sutil ronroneo. El hombre se coloca la chaqueta apresuradamente y se marcha calle abajo. 
Apuro lo que queda de caña, pago y salgo también. El aíre era fresco y suave. No sabía si volver a casa o tomar  la "penúltima" que se dice en el argot de los tabernáculos. Decidí lo último. Tal vez me viniera bien un paseo hasta el otro lado del pueblo. Me gusta subir al casco antiguo de vez en cuando y mirar los viejos edificios mientras pienso quien los habitaría ahora. Estaba volviendo la esquina distraído, pensando en mis cosas, cuando pisé algo blando, suave."Puñetas...!, pense, !ya he pisado una...! Era el gato. Aquel gato negro y brillante del techo de lona. Parecia extraño, pero al pisarle el rabo no emitió sonido alguno. Ni tampoco se había largado poniendo los pies en "polvorosa". Siguió allí, rozándose conmigo y ronroneando. Me agaché para comprobar si le había hecho daño, pues el pisotón parecía mayúsculo. No tenía nada. No me había percatado de que parecía sujetar algo en la boca, que acercaba insistentemente a la pernera de mi pantalón. Parecía un papel doblado, que cogí y lo guardé sin darme cuenta en el bolsillo junto con las llaves que en ese momento se me deslizaban al suelo. Me incorporé al ver que el gato estaba bien y sin darle mas importancia y continué hacia el bar. Me extrañé un poco. ¿Como había llegado el gato hasta allí antes que yo?No tenia sentido, pero bueno, puede que...no!, que va...anda ya!...Volví la cabeza. Ni rastro del gato. ¿Ves?. me dije, ¡puede que fuera otro gato, pero aquellos ojos....no se!.. Sin darle mas vueltas me metí en el bar de al lado y pedi mi caña habitual.
La jornada de bares se extendió más de la cuenta y sin saber como eran casi las nueve.Parece que había perdido la noción del tiempo, charlando con unos y con otros y bebiendo. Tenía un leve dolor de cabeza. Salí y respiré un poco. Fuera hacía frió. Tenía ganas de irme a casa, pero una extraña sensación me invadía. Caminé calle abajo de nuevo cabizbajo rumiando mis pensamientos. Tropecé apabulladamente con un mendigo que en esos instantes doblaba la esquina. Le pedí disculpas y metí la mano en mi bolsillo rebuscando unas monedas, que salieron rebotando hasta el suelo, entremezcladas con un papel doblado. Las cogí como pude, se las dí al mendigo, y continúe acera abajo hacia casa. El mendigo quedó atrás musitándo algo parecido a un "gracias señor" mientras algo captaba su atención. En la televisión de un escaparate cercano, unas bolitas verdes rebotaban incesantemente en un gran bombo metálico, mientras una chica rubia, resultona y algo metida en carnes, las extraía lentamente, como si de un extraño ritual se tratase. Con una voz jovial y un tanto falsa cantó el resultado de las bolitas verdes: 8...1....8....5...0, serie 0...1... NUEVE MILLONES DE EUROS, al cupón y a la serie...!...
Asomaba ya por la esquina de mi calle. Las piernas me pesaban tanto como la cabeza. El bar de la esquina seguía abarrotado como al medio día, pero no podía distinguir las caras tras los cristales. Solo quería echarme un rato. Continué hacia mi casa. Un gato negro me miró fijamente desde el techo de lona de un vetusto Citröen 2CV. No estoy seguro. Pero, al mirarlo por el rabillo del ojo, la expresión de su cara parecía sonriente... 

3 comentarios:

ruyelcid dijo...

los duendes del cupón,
El calvo de la lotería de navidad,
Pancho, el perro de la lotería,
o el gato negro ronrronero de las esquina de lo hondo de tu calle; son los mismos..

Nono Vázquez dijo...

¿Ficción o realidad...? Historias cotidianas bien contadas, eso es literatura. Felicidades por ambas cosas.

oicor dijo...

Me suena a realismo "mágico". A veces la suerte no nos llega ni aunque el gato negro se ponga de nuestro lado.

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