Quijotes desde el balcón

sábado, 11 de diciembre de 2010

Being David Hasselhoff

Ernesto siempre se había sentido raro, extraño, como si fuera otra persona encerrada en su cuerpo. Su infancia y preadolescencia fueron más o menos normales, como las de cualquier otro chaval de su edad. Sin embargo cuando empezó a salirle pelusilla en la cara y en el cuerpo, esa sensación de ser otra persona se hizo más patente.

Ese fin de curso, como todos los anteriores, estaba preparando la obra de teatro de su clase. Siempre lo llamaban a él. Tenía un talento innato para la interpretación. Más de un año hizo llorar a padres y madres con sus papeles dramáticos. Otros años los elegía cómicos y también llenaba de lágrimas el auditorio, pero en estos casos de carcajadas.

Aunque ese año pasó algo que le cambió la vida para siempre.

Los ensayos fueron excelentes. Los profesores salían de ellos con el corazón encogido. En varias ocasiones en las que ensayaba la muerte de su personaje por un impacto de meteorito sacaron los móviles para llamar a urgencias. Tal era el realismo con el que Ernesto interpretaba su papel.

Y llegó el gran día. El Día. La representación. El auditorio estaba a rebosar. No sólo había padres y madres de alumnos, sino que también habían llegado gentes de todos los pueblos de alrededor. En un sitio tan pequeño los teatros del colegio era uno de los eventos más importantes del año. Y si encima actuaba Ernesto más aún. Se fletaron autobuses para acudir al evento. Desde Madrid incluso vinieron actores para ver con sus propios ojos lo que llevaban años escuchando.

Se alzó el telón.

Apareció Ernesto con su traje de astronauta andando con dificultad en un mundo ingrávido. De repente algo paralizó su cuerpo. Se puso tieso como un palo y se desabrochó la cremallera del mono hasta casi el ombligo dejando a entrever una mata de pelo que bien podía ser un gato siamés en celo. Su cabeza comenzó a girar de forma espasmódica, incontrolable.

En el público unos pensaban que era parte de la interpretación y quedaron impresionados. Otra parte del respetable directamente creían, y con bastante acierto, que se había vuelto gilipollas. "Cosas de la edad" se decían.

La escafandra de su disfraz de astronauta salió disparada por los movimientos y Ernesto se quedó mirando fijamente al público con la cabeza de medio lado. Esa pose fue la última que pudo poner en su vida. Desde entonces le resulta imposible mirar de frente a nadie. Siempre con su medio perfil.

El profesor que hacía las funciones de apuntador desde un extremo del telón le hacía aspavientos. "Ernesto, cojones, di tus frases ya, que nos estás dejando en ridículo".

Ernesto lo miró fijamente... de medio perfil, y volvió a dirigirse al público. No dijo nada, sólo miraba de medio perfil y se iba bajando la cremallera del mono.

Finalmente se quitó la parte de arriba abrumando al público con una mata de pelo que más parecía un exoesqueleto de peluche. Y siempre de medio perfil, aunque esta vez lo acompañó con unos morritos más propios de las fotos chonis del tuenti.

"Ernesto, por tu puta madre, o haces tu papel o te vas o voy yo a por tí" gritaba ya sin disimulo el profesor-apuntador.

"Yo no soy Ernesto" dijo seriamente mientras se quitaba por completo el mono y quedaba sobre el escenario sólo con los pantalones de cuero cuatro tallas menos que llevaba debajo.

Cogió el micrófono que había colgado del techo y saltó al público dando un galante doble tirabuzón. Mientras andaba entre la gente besando con lengua a todas y cada una de las féminas que allí había, cantaba a grito pelado "Looking for freedom". Al llegar a la ventana tiró el micrófono al público que estaba dividido entre los que vomitaban y los paralizador por el pánico, y saltó rompiendo la ventana gritándole a su reloj "Kitt, te necesito".

Pocos auditorios hay en un quinto piso. Lamentablemente  era uno de ellos. En el suelo yacía el cuerpo de Ernesto. Descamisado, cubierto de pelo y con los pantalones de cuero.

Cuenta la leyenda que en esos momentos perimortem alzó su mano al cielo y dijo con las pocas fuerzas que le quedaban "no me recuerden como una estrella siempre borracha venida a menos, sino como el buscador de libertad y justicia que siempre fui. Que pongan en mi epitafio 'Aquí yace David Hasselhoff: actor, cantante, músico, poeta, filósofo, justiciero, amante. Todo un hombre del renacimiento que no fue comprendido más que por cuatro frikis'."

Otros dicen que no, que por el contrario simplemente murió murmurando "Kitt, hijoputa, tenía que dejarte aparcado en Almanjayar con las ventanillas bajadas".

En cualquier caso este fue el estúpido y triste final del Ernesto, el hombre que fue David Hasselhoff.



Nota del autor: No se si es más triste la muerte de Ernesto o el relato en sí.

1 comentario:

Rocío dijo...

No entiendo las disculpas, acaso alguien piense que escribir con sentido del humor es escribir sin calidad? Viva el David Haserjof!!

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