Quijotes desde el balcón

martes, 7 de diciembre de 2010

Los Almendros de mi Abuelo Marino




Aquel día mi abuelo me enseñó a podar los almendros. Los plantó, casi con mi nacimiento, en la lindera de un pedazo de tierra de calma que unos años le daba cebada y otros girasol. A pesar de los hielos y de las sequías, los almendros crecieron fuertes y tan arraigados a la tierra como lo estaba él, tanto que el olor a olivo y a tierra seca seguía emanando de sus poros aunque pasaran los días sin ir al campo. Me decía que de cada rama nunca tenían que salir más de dos tallos, que cortara el que estuviera desviado hacia el suelo para que el almendro creciera hacia arriba, pero para entonces los nuevos brotes familiares ya estaban más apegados a los libros que a los útiles de labranza, y por mucho que lo intentara siempre metía algún corte inoportuno que lo obligaba a no despegarse de mí. Me parecía un prodigio que unas manos casi centenarias, tan callosas y rajadas como la tierra recién labrada, pudieran seguir injertando olivos y podando almendros con la precisión de un cirujano.

Desde pequeño solía llevarme por los cultivos cercanos al cortijo de la Calabaza para explicarme aquel pequeño universo de olivares que arropaban las lomas de Melera, Peñolilla y San Marcos, salpicado de higueras, huertas y algunos retales de monte que escaparon a la rotulación que hizo su padre. Según me contó en alguna ocasión, a su madre le vino el parto tan de inmediato que asomó la cabeza cuando ella todavía estaba de pie. Se echó al suelo, junto a la chimenea, y allí lo parió en la soledad de la urgencia un 27 de diciembre de 1921, cuando toda su familia se encontraba cogiendo aceituna. La tierra fue su primer abrigo y a ella le dedicó la vida.

Pero llegó el día en que las piernas no le dejaron ir a la Calabaza, y aun así la siguió sintiendo tan cercana que parecía intuir el color de los olivos y la fuerte floración de los almendros con tan solo mirar al cielo. Desde entonces, cada vez que me veía venir de la Calabaza me preguntaba

- ¿Cómo están los almendros, Marino?

- Ahí siguen abuelo, les acabamos de coger cuatro sacos de almendras.

- ¿Están muy grandes?

- No te preocupes abuelo, este año los podaré por ti.


4 comentarios:

ruyelcid dijo...

Gracias Marino.

Está muy bien y se nota que cada palabra que vas escribiendo es sangre viva de tu abuelo que correrá siempre, alentando todos tus pasos.

Los abuelos es un rango familiar que siempre nos ha marcado muchísimo, sabios, rectos en sus conductas; han vivido muchísimo, sufrido, trabajado, reído y disfrutado. Y todo esa sabiduría acumulada, han tratado de inyectarla en pequeñas dosis a sus nietos, personas tan queridas por ellos.

Un abrazo. Tu abuelo velará ya siempre por los alrededores de La Calabaza llenando de vitalidad toda esa tierra, todos esos frutos.

Nono Vázquez dijo...

Firmas como las de Marino mejoran, aumentan y corrigen cualquier espacio para la cultura. Lección de narración no creativa, y muestra de apego a la tierra y vivencias. Gracias y espero verte más por aquí.

Marino Aguilera dijo...

Gracias por vuestros comentarios. Espero volver pronto por aquí con mejor ocasión.
Un abrazo.

Anónimo dijo...

Bien escrito, con humildad y sencillez. Como deben ser las cosas.
Un abrazo

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