Quijotes desde el balcón

jueves, 17 de febrero de 2011

LA AMANTE VENECIANA DE GUTENBERG (por Franciso De Paula Martínez Vela)


LA AMANTE VENECIANA

DE GUTENBERG



(Por Francisco de Paula Martínez Vela. Alcalaíno, escritor y tipógrafo)


Hoy te quiero contar la historia más increíble que quizás hayas escuchado nunca, la de una mujer italiana que se llamaba como tú. Unos dicen que es leyenda, otros directamente que mentira, pero te puedo asegurar que si no es por ella, hoy seguíamos escribiendo los libros, uno a uno, a mano.

Su nombre era Lauretta, que en Italia es como te llamarías tú, querida Laura, y hacia 1430 era la amante en la ciudad de Estrasburgo de Johannes Gutenberg, un alemán al que todos tienen por el iniciador de la imprenta, ese arte con el que durante 500 años se han hecho muchos, pero que muchos libros como este.

Como te digo, esta Lauretta, además de caricias, besos y, sobre todo, comprensión, le hizo entrega a su amante de una cosa que terminó cambiando el curso de la historia. Cuando más atascado estaba en sus primeras investigaciones sobre un mecanismo para hacer libros como los que hacían los escribas, pero de otra forma, y andaba cogiendo ideas de aquí y de allí para poner en práctica lo que su imaginación cocía, Lauretta, a la vuelta de un viaje a casa de su madre, le trajo un cajoncito de madera lleno de unos cuadraditos de metal, estos tenían en uno de sus extremos grabadas unos dibujos incomprensibles para ellos, pero que dejó a Gutenberg ensimismado y a partir de ese momento ya no estuvo ni para nadie, ni para nada, durante la primavera y buena parte de aquel verano. Bueno, para Lauretta si, quien sin saberlo le había dado a nuestro inventor la clave para hacer prosperar su idea.

Y te preguntarás ¿Dónde había conseguido Lauretta este cajoncito con letras chinas de imprenta hechas de metal? Pues veras, además de la historia de Gutenberg, todos conocemos las increíbles peripecias de Marco Polo en China gracias a que las dejó recogidas en su “Libro de las Maravillas”, lo que casi nadie sabe es que además de con su padre y su tío, Marco contó con la ayuda de una docena de sirvientes, y mira tú por donde, entre ellos se encontraba el abuelo de la amante de nuestro impresor, Callisto Liciano, él fue uno de los venecianos que en 1275 pudo ver con sus propios ojos la corte del Gran Khan. La corte no, más bien la calle. Como sirviente que era pudo conocer unos lugares y unos oficios a los que su señor ni se acercó, ni le interesaron y que, por supuesto, nunca aparecieron recogidos entre las maravillas descritas en su libro.



En el verano de 1282, Genghis Khan les encomendó a los Polo una delicada embajada a los reinos del norte, a la ciudad de Song-do, capital de lo que había sido el reino de Goryeo. Allí Callisto, paseando entre sus callejuelas, descubrió un lugar donde unos artesanos se afanaban fundiendo pequeños bloquecitos de metal que él tomo por algún tipo de adorno para las espadas. Ante la curiosidad mostrada por la comitiva de extranjeros, aquellas gentes le entregaron a cada uno de ellos un cajoncito con tipos que acababan de fundir.

Es curioso, querida Laura, que doscientos años antes de que a Gutenberg se le ocurriera la brillante idea de fundir letras en metal, el abuelo de su amante recibiera un regalo que él tomó como una guarnición para las espadas y que como tal se trajo de vuelta de su viaje y lo mejor de todo, lo conservó en su casa como algo muy especial sin saber realmente para que servía, hasta que Lauretta viendo que se parecían mucho a las piececitas de madera que su amante manoseaba continuamente en su taller pensó, que a lo mejor a él le podían servir.

1 comentario:

ruyelcid dijo...

No te acostarás sin saber algo más... jejeje..

Muchas Gracias Don Francisco por hacernos partícipes de esta bella historia y tan cercana a su profesión.

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