Quijotes desde el balcón

jueves, 17 de febrero de 2011

RATÁRICAS (por Rafael Álvarez Aguilera)




Las palabras son como las ratas: pequeñas, escurridizas y muy cobardes. Y siendo tan minúsculas, me sorprende que puedan llegar a dar tanto miedo. O mucho miedo. A mí las ratas me horrorizan, pienso en ellas y su imagen se queda buceando en la cabeza un buen rato, incluso pueden quitarme el sueño. O venirse conmigo. Y entonces tengo pesadillas donde miles de esos asquerosos roedores, con su pelo lacio y estropajoso y su aspecto sucio van tomando la habitación... Os contaré un secreto muy desagradable: una vez soñé que comía carne de rata, no recuerdo el sabor, aunque sí tengo en la memoria la sensación de que era algo ahogadiza, imposible de tragar, y entonces intentaba esculpirla, pero siempre quedaba más en mi boca. Con las palabras a veces pasa igual, se me quedan atragantadas y se enmohecen en mi garganta.

Dicen que las ratas transmiten enfermedades, la verdad es que no lo sé porque creo que nunca besé a una, pero sé que las palabras también son capaces de contagiarse... Sobre todo entre ellas. Van mutando. De hecho hay palabras que se parecen sospechosamente: Como "reto", que comparte muchas letras con "rata". Y a mí también me acobardan los retos, pero si espero un poco, la palabra reto se convierte en retórica. Rata, reto, retórica... Retirada. Las retiradas también se asemejan a las retóricas, que son un modo de no decir lo que no queremos decir, o mejor, de no decir lo que queremos decir, y así, escaparnos del reto.

Y entonces se cierra el ciclo, pues nos comportamos como las ratas y huimos... Entonces se nos ve corretear furtivas por las calles cuando creemos que nadie nos ve. Yo cuando utilizo retóricas para retirarme, me doy aún mucho más asco que las ratas, y también miedo. Pero no por nada, si no porque al final soy yo el que se queda roto, que también es una palabra parecida a "rata".
Lo más triste es cuando una estúpida rata tiene la mala suerte de morir a la interperie, queda a la vista de todo el mundo, como los ejecutados en la antigüedad. Y es profundamente humillada. Porque a la gente le da mucho asco, y a mí me parecen repugnantes. Y nos tapamos la cara, pasamos veloces, y damos un bocinazo onomatopéyico "¡uohhhh!" "!agggg!"... Las evitamos y la imagen de ese animal descomponiéndose, desnudándose poco a poco hasta ofrecernos sus huesos, nos persigue durante mucho tiempo. Igual que las palabras, que cuando las dejamos morir, también queremos hacer como si no estuvieran, y balbuceamos fonemas incomprensibles para evitarlas. Pero también perecen por las esquinas, sobre todo en los rincones oscuros a los que nos da más miedo ir.

Porque es donde más desafinadas suenan las ratáricas.

1 comentario:

Begoña dijo...

Las palabras se las lleva el viento,¡eso dicen! Pero no es así. Como tú describes, hay palabras que son como ratas, que producen un agujero en el corazón de quien las recibe, aunque sean palabras "pequeñas, escurridizas y muy cobardes". Buena metáfora la tuya.

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