Quijotes desde el balcón

lunes, 22 de agosto de 2011

Jair El Tarek



(Versión audiodescrita / Pulsar PLAY)

Al amanecer siempre saludaba al nuevo día oteando el sol resplandeciente que asomaba tras el cerrillo del otro lado y que iluminaba como un baño de oro la muralla en la que él quedaba extasiado hasta que todos los rayos bañaban por completo la alcazaba, los arrabales y la ciudadela.

Con apenas siete años, uno no tiene mucho más que hacer y Jair se dedicaba cada día a admirar el movimiento del sol por encima de su ciudad. Calculaba el tiempo que tardaba en asomar y volver a ocultarse por las montañas que quedaban a la parte de atrás, camino de otras tierras de Al Andalus, de Córdoba y Sevilla, ciudades que su padre le describía antes de dormir y que hacían a Jair soñar cuando la noche caía en la bulliciosa Qal’at Banu Said. A los diez años Jair ya era un consagrado astrónomo. Conocía todos los astros, su altura sobre el horizonte según la época del año y predecía con extraña exactitud algunos fenómenos inimaginables para los habitantes de la ciudad.

Los niños de su edad lo admiraban por su inteligencia y los mayores lo respetaban por su audacia y sabiduría. Jair mientras tanto permanecía ajeno y se conformaba con esperar la llegada del verano, para comprobar cómo el campo amarilleaba en los largos días del estío y cómo el otoño hacía todo explotar en una sinfonía de verdes, rojos y anaranjados en espera del invierno, sus hielos y sus nieves en la altura de la impresionante fortaleza. Su padre condujo a Jair por los caminos de la lectura. Desde muy pequeño conoció el Mugrib y la obra de Ibn Said Al Magrhibi. También la de tantos y tantos sabios árabes. Pero no descuidó el conocimiento de la cultura judía y también la cristiana, de las que conocía sus textos, liturgia y filosofía.

Jair contaba algo menos de veinte años y se consideraba un sabio. Era conocido en todo Al Andalus. Él mientras tanto coqueteaba con sus astros y estrellas, jugando a conocer su comportamiento y aplicando en ello todos sus conocimientos en matemáticas y física. Iba escribiéndolo todo y permanecía ajeno al ambiente de guerras y asaltos que existía en toda la comarca y que, por precaución, le impedían desde hacía tiempo salir a caminar por los senderos, buscando referencias y aprendiendo de la naturaleza, como desde pequeño siempre hizo en compañía de su abuelo.

Jair sufrió mucho cuando el rey castellano asedió su fortaleza. Intentó por todos los medios animar pactos y convenios, pero tanto el gobierno de la ciudad como los emisarios enviados por las tropas de Castilla se estrellaban una y otra vez contra la razón y sólo conseguían endurecer aún más las condiciones de vida dentro de las murallas. Fueron ocho meses interminables, hasta que al final, por extenuación de la población y agotamiento de sus recursos, entregaron las llaves de Qal’at Banu Said a Alfonso XI. Ahora los pactos ya no convencieron a Jair, que se limitó a decir:

- No puedo firmar un pacto y dormir tranquilo, sabiendo que no seré capaz de cumplirlo. Y no podré vivir sabiendo que los critianos no van a respetarlo.

Jair entonces sufrió un doloroso exilio voluntario; pues no quiso ver morir el lugar en el que había nacido. Camino de Granada se detuvo en un lugar conocido hoy como la Peña del Yeso. Desde allí volvió la vista atrás y, como si de una precuela anunciada se tratase, exhaló un profundo suspiro cuando sus ojos perdían de vista las torres de su alcazaba, la mezquita y las murallas de la que había sido su ciudad. Ya nunca más volvería a verla con los ojos.

En su retiro granadino, Jair siguió sus trabajos y profundizó en las matemáticas, la gramática, la astronomía y la física. Se reunió con grandes hombres, algunos de ellos llegados desde lugares muy lejanos, movidos sólo del interés por conocerlo. Él atendía a todos y les hablaba de Castilla, del cristianismo, de los judíos, con los que había tenido contacto en Qal’at Banu Said. Presumía de aquellos frescos veranos, de sus crudos inviernos y de la profundidad de su cielo estrellado. Les hablaba de las leyendas que se forjaron y de cómo la población aguantó el envite de las tropas castellanas durante aquel tiempo hasta que hubieron de entregar las llaves de la muralla. Los jóvenes, de nuevo, lo miraban extasiados y los viejos se sonreían entre ellos, sabedores de su condición de sabio; una condición que degustó sin freno durante toda su vida y que se agrandó aún más después de su muerte.

Pero cada tarde Jair se asomaba a su amplia ventana de la casa del Albayzín, y desde allí miraba la puesta de sol, la forma en la que los apagadizos rayos bañaban las torres y palacios de la Alhambra. Cerraba sus ojos y lo que se le aparecía eran las coquetas torrecillas de su alcazaba de Qal’at Banu Said, los colores rojos y anaranjados de los otoños, el aire fresco que traía la lluvia y el intenso color amarillento de los campos durante el verano. Escuchaba los rumores del agua de las fuentes y recordaba sus caminatas desde casa al pozo, y las palabras de los Imanes en la mezquita.

Jair murió en 1390. Una centuria después Boabdil tuvo que entregar también las llaves de Granada y, como él, exhalar un suspiro de desventura al experimentar el dolor de desprenderse para siempre de algo bello, sabiendo además que los ojos no podrán volver a contemplar tanta hermosura y que sólo la fuerza del corazón será la que posibilite el recuerdo y la imagen para siempre en la memoria. Muchas generaciones después se han alimentado con los conocimientos de Jair, y sin querer han visto, olido y gustado la posición de los astros en el corazón de Al Andalus, en el que él jugó de pequeño a ser sabio y en el que cada noche aquellas estrellas, sus amigas, parecen apuntar hacia las murallas en las que un niño vigilaba sus movimientos, y del que un día, como casi todos los hombres buenos hacen, y con el mismo punzón en su alma, tuvo que huir.

4 comentarios:

Nono Vázquez dijo...

Ojo. Aviso para navegantes. El tal Jair El Tarek NO EXISTE. Todo el relato es ficticio y no quiere ni puede ser fiel a una realidad o leyenda previamente escrita.

ruyelcid dijo...

Impresionante... Impresionante!!!

Nono.. eres un crack... lo he flipado en colores....!!!!

Nono Vázquez dijo...

Agradezco tus elogios y agradezco, por supuesto, a Alfredo su colaboración prestando la voz al experimento de la versión audio.

Anónimo dijo...

jeje, ha quedado fenomenal torpedo!!!

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