Quijotes desde el balcón

martes, 1 de noviembre de 2011

Un encuentro casual


Mi hija no pudo estar contigo ayer...
Grego no era amigo de fiestas. De hecho, cada vez que recibía una llamada o un sms de alguno de sus amigos, se echaba a temblar, porque casi siempre se trataba de una invitación o, más bien para él, una coacción para asistir a una de aquellas bacanales de alcohol y decibelios. Por lo tanto, cuando notó la vibración de su teléfono en el coche casi no quiso ni mirar… aunque se detuvo en un aparcamiento y lo hizo. Un escueto sms decía: mañana, party en la casona, lleva algo.

Su amigo Jesús firmaba la cita, en la que Grego volvió a ver un compromiso innecesario, amén de insignificante a nivel social, porque en especial las fiestas de la casona eran célebres. Lo eran porque la casona era la finca de los padres de Jesús, apartada del mundanal ruido y allí las reuniones presumían de alargarse en el tiempo de manera más que significativa. Lo eran además porque siempre acababan en borrachera general, estampida a los dormitorios y, en la mayoría de los casos, bravuconadas de machos en celo en edad de impresionar.
Y allí estaba Grego, parado frente al ordenador, mirando como las pistas de mp3 se iban cargando automáticamente y sonaban de manera atronadora, mientras a su lado volaban las copas, las chicas, la ropa interior y algún que otro pescozón, recordándole que aquello era una fiesta. Tocaron al timbre y Jesús le gritó a Grego: 

-    Abre, anda, seguro que es alguien rezagado.
 
Grego abrió y en la puerta había una chica de su edad, aparentemente despistada y con cara de haber pasado un mal rato reciente. Grego balbuceó un hola apenas perceptible e invitó a entrar a la desconocida. Le indicó el armario de las bebidas y justo cuando iba a llamar la atención a su amigo Jesús, ella le interrumpió.
 
-    Verás, me llamo Lucía y no estoy invitada a la fiesta; ni sabía que había una fiesta. Iba camino de la ciudad y el coche se me ha quedado parado, el móvil sin batería… ¿Me harías el favor de llamar a la asistencia?
 
Grego le respondió:
 
-    Con una condición. Llamamos y que se lleven el coche, pero te quedas en la fiesta. Por ahora eres la única persona que me gusta en ella. Yo te acercaré después a casa. Te lo prometo.
 
La chica asintió con una sonrisa y Grego le acercó su teléfono móvil. Ella habló a través de él, dando la referencia exacta del lugar en el que estaba el coche: punto kilométrico 78,800 de la carretera general.
 
-    Me toca cumplir mi parte -dijo Lucía-. ¿Qué tenéis para beber?
 
El muchacho se transformó en otro a partir de ese momento. Bebía y reía sin parar, y su invitada sólo tenía ojos para él. Nadie reparaba en ellos. Grego asistía como hipnotizado a las explicaciones de Lucía sobre sus estudios, sus amores y cómo tenía que hacer verdaderos malabares para engañar a sus padres cuando quería ir a alguna fiesta como aquella. Pero de repente detuvo su relato y dijo a Grego:
 
-    Es la hora. Tengo que irme.
 
Grego entendió que debía ir despacio y aunque aquella chica le gustaba era necesario acompañarla a casa. Al salir de la casona, Lucía se estremeció por el frío de la madrugada y Grego se despojó de su americana para echarla sobre sus hombros. Lucía le indicó el lugar, él condujo hasta allí, se detuvo en la puerta y la joven se despidió con un beso que Grego notó frío en sus labios.
 
-    ¿Cuándo puedo volver a recogerla…? -interrogó Grego mientras Lucía corría a su portal.  Ella se giró como no sabiendo a qué se refería-. La chaqueta.
-    Ven cuando quieras; la dejaré a la vista... es el 3ºA.

 
En la confianza de haber triunfado, Grego se arregló bien la tarde siguiente y se mostró dispuesto a recuperar su americana y, quizá, algo más. Se fue de nuevo a la casa de su amiga y picó en el portero automático. Una voz le indicó que se había equivocado, así que siguió tocando uno por uno en los botones hasta que una voz le respondió que sí, que aquel era el piso de Lucía, y le invitó a subir.
 
Una mujer de unos cincuenta años le esperaba en la puerta, con cara de asombro, con una mirada y en silencio le invitó a entrar y entabló con él un diálogo seco.
 
-    ¿Por qué vienes ahora en busca de Lucía?
-    Ayer estuvo conmigo, le presté una chaqueta y venía a que me la devolviera y hablar con ella.
-    No está bien hacer este tipo de bromas. Mi hija no pudo estar contigo ayer.
-    Yo mismo la dejé en la puerta, a las 4 de la madrugada. El coche lo trajo la grúa y…
-    Mi hija Lucía murió hace cinco años y el coche… quedó siniestro total. Fue al desguace.
 
Grego tuvo que sentarse donde pudo. La madre de Lucía entonces le explicó que su hija tuvo un accidente cinco años atrás, en el punto kilométrico 78,800 de la carretera general, cuando venía de una fiesta. Él le describió la ropa que llevaba , y la madre asintió admitiendo que era la del día del accidente: pantalón vaquero y jersey a rayas azules horizontales. El joven entonces explotó.
 
-    ¡Creo que es usted la que me está gastando una broma!
 
La madre le mostró una foto de su hija, que en efecto era la misma chica con la que él había bebido y bailado la noche anterior.
 
 -   Si tan seguro estás -dijo ella-, puedes ver lo que te digo. En el cementerio tendrás todas las respuestas. Su nicho es el 3A…
 
Grego salió corriendo, entró en su coche y marcó el número de su amigo Jesús. Este le preguntó por su huida de la fiesta, y su extraño comportamiento.
 
-    ¿Extraño? -dijo Grego.
-    Y tan extraño, macho. Estuviste toda la noche hablando sólo y te fuiste sin decir nada. Creímos que se te había ido la olla…
 
Grego rompió a llorar y casi se estrella al tomar la cerrada curva del cementerio, al que entró, buscando el nicho 3A… Era lo que ella le había dicho;  que estaría en el 3ºA, pero no se refería al piso. Le había indicado el número de su morada en el camposanto. Preguntó a un empleado que le condujo hasta el lugar. Al llegar sus piernas no lo pudieron sostener y cayó desplomado, al ver la foto de Lucía, la fecha de su muerte y también su americana, que colgaba de uno de los floreros del nicho, y que permanecía, como ella le había prometido, perfectamente a la vista.

2 comentarios:

Begoña Góngora dijo...

Se me han puesto los pelos de punta. Muy bueno Nono.

Nono Vázquez dijo...

Gracias, Bego. Lo expliqué allí. Esta historia surge una noche, en un piso de estudiantes, cada uno contando una cosa, con un par de botellas y velas encendidas encima de la mesa. Yo la he adaptado y dado forma, pero su origen es es.

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