Quijotes desde el balcón

lunes, 30 de abril de 2012

La Sangre Digital

De entre todos mis vicios el peor es este infierno de máquina. Sin ella a veces me siento solo, y aunque hago lo imposible por apartarme, su magnetismo endiablado me seduce hasta límites que rayan en lo antihumano. Su brillo y sus luces son mi primera compañía de la mañana y la última antes de acostarme. Las historias que me cuenta son manidas y previsibles, pero no puedo dejar de visualizar mi propia vida a través de la ventana que fijamente me mira a diario, y que a fuerza de escudriñarme me convierte cada vez más en el protagonista de la novela de Orwell.

Observa mi desnudez y mi intimidad, mi tristeza y mi soledad… y hasta la hago confidente de mis pánicos. Cuando no está la añoro y cuando está la desprecio. Si no fuera porque toda mi existencia ya es parte de un corredor infinito de ceros y unos daría lo que tengo por escapar, pero me conozco y reconozco que al lugar donde fuera buscaría como un loco el más próximo punto de acceso inalámbrico, porque tengo este veneno en la piel y mis poros ya exudan su aroma sin que yo pueda hacer nada por evitarlo.

Mañana tendré una nueva excusa para huir, pero de nuevo aparecerán mil razones para acercarme a ella. El devenir de mis actos depende de un centenar de teclas y un puñado de cables y no puedo resistirme más. Mi sangre ya es digital, y la máquina me exige lo que yo ya no le puedo dar, acaso si no fuera con un nuevo yo que desplace al antiguo, como todo lo olvidado por mí en el instante en que ella llegó a mí…


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