Quijotes desde el balcón

lunes, 4 de marzo de 2013

Una copa a medio beber

...no era capaz de rematar las cosas...
Una copa a medio beber, un cigarro a medio terminar, otra novela a medio escribir... Era su sino; no era capaz de rematar las cosas. Su propia vida se componía de tentativas, muchas de ellas esperanzadoras, que no habían visto el fin de su conclusión. Unas veces fue por aburrimiento, otras por pereza, otras porque sencillamente no y quién sabe si la mayoría de ellas por cobardía.

- Hubieras sido muy mal torero -le dijo un día un buen amigo-. Después de una buena faena te hubieras cagado a la hora de matar.

Lo hacía todo bien, hasta que llegaba la hora suprema, que es precisamente la de entrar a matar. Ahí siempre el camino se le cerraba. Y en lugar de saltar, siempre dio media vuelta. La última historia inacabada, la que en ese momento le bloqueaba y le impedía todo avance, tenía que ver no obstante consigo mismo.

Ella también se marchó. Cansada de esperar el día bueno, la coyuntura adecuada, la fecha idónea, el momento justo, la alineación cósmica; un día hizo la maleta y compró billete de ida. También ese experimento acabó sin conclusión. Porque cuando observas el río correr, rara vez puedes seguir con los ojos una gota concreta. El río, qué duda cabe, es un todo, pero es impersonal. Las gotas son auténticas, son únicas.

Aquella gota era probablemente la buena y se escapó. Y él… solamente pudo llorar su marcha, porque ninguno de sus grandes argumentos de escritor, ninguna de sus rebuscadas y acertadas metáforas, ninguno de sus finos giros lingüísticos, estaban preparados para retener a la única persona que le aportaba una excusa para levantarse por las mañanas. Se fue, y se fue sin más. Pero lo peor fue descubrir que no habría otra mujer como ella; y que tendría que conformarse con lo que pudiera venir después. Otra historia a medio terminar, sin final feliz… ni triste. Mucho peor.

Se puede vivir sin un final de campanitas pero no se puede hallar descanso sin un final. Miraba cómo en su copa se fundía el poco hielo que pudo encontrar, y cómo aquel cigarro maloliente se consumía sin ni siquiera haberle dado una triste calada. Como en su vida; todo se desvanecía y no encontraba manera de detener el proceso lógico de las cosas; ese que le puso a su amada en las manos una maleta y una razón para marcharse muy lejos sin mirar atrás.

Sin un solo atisbo de inspiración en la cabeza, sin una maldita aventura que llevarse a la boca, abrió el ordenador y empezó a escribir, pero los dedos también parecían bloqueados. Sólo después de mucho tiempo mirando fijamente la pantalla blanca, limpia, sin una letra, pudo comenzar a escribir sobre una copa a medio beber, un cigarro a medio terminar y otra novela a medio escribir… Igual, después de todo, era la idea feliz que le faltaba.

5 comentarios:

ruyelcid dijo...

Aunque te acabo de decir: "¡Lo leo mañana!" - es como cuando sabes que hay unas natillas guardadas del mediodía y te acuestas, sabiendo que a los seis minutos te levantarás a buscarlas..jejeje!

Muy..muy bueno... Nono... ¡Gracias! por des-lunearnos.

Nono Vázquez dijo...

Y yo he vuelto a mirar... Como los mochuelos, hay quien duerme con un ojo abierto siempre. Gracias.

Anónimo dijo...

peazo relato Nono,eres un artista

(Morales)

Nono Vázquez dijo...

Gracias, compañero. Muvhas gracias.

Rove Rivera dijo...

Cuánto nos cuesta reconocer los finales, y nos cuestan porque sencillamente no son los que proyectamos. No podemos verlos. Pedazo de relato, Nono, condensado y, para mí, lleno de luz. Me ha hecho reflexionar sobre los finales y ahora puedo decir que ya no me preocupan los principios, que al fin y al cabo son los que siempre dejo a medias!!!

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