Quijotes desde el balcón

domingo, 3 de noviembre de 2013

Guiscard

Relato de Nono Vázquez (leer en su blog)




No podía reprocharles nada. Yo no soy precisamente un hombre amado en Orleans. Por eso cuando aquellos otros quemaron mi casa conmigo dentro pensé que tal vez era la hora y que se trataba de una manera de descansar. No ocurrió así, y tengo el infortunio de permanecer con vida. Pero lo que aquel día me ocurrió no podré olvidarlo nunca. Cuando el aire me faltaba y pensé que el sopor era el preámbulo de la muerte recé con todas mis fuerzas, y pedí a Dios perdón por todos mis pecados. Eran muchos, la verdad. Tantos que tal vez también al Creador le pareció demasiado y me dejó vivo, aunque no del todo…
...recé con todas mis fuerzas, y pedí a Dios perdón...
Cuando creí morir, noté que mis ojos veían otras estancias aunque yo no me movía. Me vi a mí mismo rodeado de llamas y humo, y como en un segundo me atravesaron rayos frenéticos que me transportaron a un lugar oscuro y sombrío, en el que me pareció distinguir un fuerte olor a húmedo. Si había muerto, desde luego aquello no era el cielo. Sólo quedaba, pues, una opción. Estaba, sin duda, a las puertas del averno.

Solo, de pie, en el medio de un corredor por el que circulaba un río negro y denso, desfilaban ante mí algunos de los que murieron bajo mis herramientas. Me miraban con asco, y me escupían al pasar por mi lado. Yo intentaba disculparme ante ellos. Los reconocí para mi desgracia a todos. Les dije que era mi obligación, que me veía obligado, pero de todos ellos recibí el mismo trato. Su desprecio y su odio fue la moneda con que pagaron el servicio que les di. No podía quejarme; al fin y al cabo aquello era el infierno.

...verdugos tan certeros...
Busqué con la mirada a otras de mis víctimas, pero no las encontré. Mujeres y niños a los que también acompañé en su último viaje, pero aquellos desgraciados eran inocentes y su destino después de morir era también irremediablemente otro. Me arrodillé pidiendo piedad, porque un fuerte dolor en el pecho no me dejaba ni respirar, y fue entonces cuando otra vez me vi envuelto en la maraña de rayos que me llevó hasta allí, esta vez para alejarme.

Al abrir los ojos comprobé que varios de mis vecinos me habían sacado a la calle. Elis me golpeaba fuerte debajo del gaznate intentando hacerme reaccionar, y junto a él se encontraba el padre Estienne. Él fue el que me habló con su voz de cuervo y me dijo:

- Menudo susto nos has dado, Guiscard. Ya creíamos que te perdíamos. El obispo se va a poner muy contento. No es fácil encontrar verdugos tan certeros como tú en estos tiempos.

Casi sin ganas, hizo frente a mí la señal de la cruz y se fue como una rata azuzada entre la muchedumbre.

Al día siguiente volví a mi trabajo, y de nuevo descargué el hacha sobre el pescuezo del desgraciado de turno. Al separarse del cuerpo, su cabeza se giró para darme la cara. Sus ojos aún abiertos parecían decirme nos vemos pronto… en el infierno. Yo asentí convencido de que sería así. Escribo estas líneas el 5 de diciembre de 1270. Estoy seguro; a estas horas ya estoy allí.

1 comentario:

ruyelcid dijo...

Toma yaaaaaaaa!!!

Acabo de escuchar la versión "audio" y conmueve muchísimo más ...

Genial el dúo de calvos en el podcast (Nono y Pablo J.)

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