Era una leyenda
urbana generalizada, pero refutada en infinitos casos entre amigos y amigas
cercanos a él.
¡Si! Eolo había
aprobado la beca Erasmus, y con el primer destino que había solicitado,
Amsterdam.
Itziar, frente a él
justo cuando abrió el correo electrónico de la UPV (Universidad del País Vasco)/Facultad de
Ciencias Sociales de la
Comunicación, trato, tras los saltos de jubilo de Eolo, de
disimular su sonrisa de miedo, pena y toalla tirada, pues era de las que se
incluía en la formula matemática absoluta de
Erasmus = Cuernos = Ruptura de la relación.
Pasó el verano
(amigos, días de campo, atardeceres, rutas, noches, piscinas, alguna playa
esporádica, fiestas rurales, etc) y su relación, ya de años, parecía más
reforzada que nunca. Despertando al amanecer en recónditos parajes junto a
orillas del Nervión, viendo puestas de sol, en playas casi solitarias, como la
de los alrededores de la playa de Arrigunaga y estando frescos cada día para
echar unos pintxos con sus amigos en las tabernas con más telarañas e historias
de la ciudad.
Entró el otoño y la
marcha de Eolo era ya inminente, el día 20 de octubre tenía que empezar las
clases en Amsterdan (y ya iba esa fecha, por traspapeleos de la administración,
con bastante retraso del resto de Erasmus del lugar). Así que Itziar y Eolo
vivieron ese año, la aburrida comida familiar en las fiestas de Nuestra Señora
de Begoña como si de una gran despedida se tratara. Y, por la tarde anduvieron por
todas las calles y rincones de Torrevieja, llenándose los bolsillos de
promesas, peticiones, algunas lágrimas, sobre todo de ella, y besos a cada
paso, como si el mundo se fuera a destruir al caer el sol esa misma tarde. Al
caer la noche, y sabedor de que partía en avión a las seis de la mañana
siguiente, para pasar en la ciudad unos días, y acostumbrarse a su nueva
vivienda, sus gentes y a ese ambiente, Eolo consiguió despegar los brazos de
Itziar de alrededor suyo... y con dos besos, uno en los labios y otro en la
mejilla le dijo: <<¡Tranquila, nos vemos pronto, todo saldrá
bien!>>. Esa parte final de la frase fue la que arrancó otra vez las
lágrimas de Itziar, sabedora de que nada saldría bien, ya le habían hablado
bastante sus amigas del ambiente Erasmus, y toda las hormonas que, como un buen
cóctel cargado de azúcar, allí se entremezclan. Y, como los segundos previos a
los test de embarazo que por desgracia ya conocían en sus cinco años de
noviazgo, un escalofrío de miedo e incertidumbre inundó su cuerpo mientras veía
a Eolo subir al coche de sus padres dirección a Bilbao de nuevo.
Fueron pasando las
semanas y, como se prometieron, Eolo escribía cada domingo por la tarde, una
breve carta resumen de lo acontecido y llena igualmente de promesas de amor y
continuidad. Ella cada lunes por la mañana hacía lo mismo con lo suyo, y según
lo que él hubiera contado.
La semana que
entremezclaba noviembre con diciembre no le llegó la correspondiente carta de
Eolo, e Itziar bastante sorprendida, preocupada y molesta pidió a los padres de
Eolo el número de teléfono de la casa de la familia con la que se había
hospedado aludiendo que habían quedado que ella lo llamaría por que era una
fecha especial, sin dar más argumentos ya que sus suegros siempre le habían
parecido algo rancios y estrictos en demasía. Iztiar llamó desde su casa,
aprovechando que sus padres habían salido a andar un rato como hacían cada día
a eso de las siete de la tarde, y sin saber muy bien con quien iba a hablar, en
que idioma, y como se iba a entender, todo le salió redondo pues contestó el
hijo mayor de la familia y en un inglés lento y pronunciado consiguieron
entenderse. Eolo había aprovechado la tarde libre para irse a adelantar
trabajos a la biblioteca. Poco más habló con aquel muchacho sabedora de la
regañara paterna cuando llegara la próxima factura, y de las veces que le
habían advertido que nada de teléfono fino al extranjero, que ni se le
ocurriera.
Al jueves de la
semana siguiente, y con Itziar llena de dudas, certezas instadas por sus amigas
("¡te los ha puesto, si o si, es obvio!") y la incertidumbre de la
incomunicación, consiguió que por fin le cambiara algo la cara, (la tenía como
si la bruja de Blancanieves se hubiera quedado encerrada en una cámara
frigorífica), al ver que había carta en su buzón, pequeña y con sellos de
Holanda:
<< Perdona
que no te haya escrito a tiempo, estos últimos días nos están apretando al máximo
en la universidad con trabajos, individuales, y en grupo, y paso allí más horas
de las que quisiera. No he salido a ningún lado este finde, ni he visto ni
hecho nada más notable de la cuenta. Con ganas de verte. Te quiero.>>
Y en la gran parte
sobrante del folio, tras esas escasas líneas, una pegatina con el logo de la
universidad.
Itziar pasó el resto de la tarde llorando, ese no eral Eolo, su Eo. Eolo había sido siempre la parte más tierna, tolerante, no irritable y romántica de los dos. Y esa cutre carta maquillada por esa moderno logo universitario, era los más frió que había visto de él en mucho tiempo.
Pasaron
los días, e Itziar intentaba pasar con sus amigas, y fuera de su casa,
el máximo tiempo posible para no ponerse a pensar en él. Pero, cuanto
más tiempo pasaba con sus amigas (que con amigas como esas quién
necesita enemigos, pensaba ella) más sufría al oírlas hablar de la
obviedad de que su "aún" novio le estaba poniendo los cuernos.
<<¡El no me haría eso, ha sido siempre mucho más bueno y
enamoradizo que yo!>> - Les repetía ella. Pero un extraño
veneno lleno de certeza recorría todas sus venas...con los consecuentes
escalofríos que eso conlleva. Toda su pirámide, bien cementada durante
estos años, quedaba reducida a arena de playa en su mente, nada más
cerrar los ojos y pensar en lo que Eolo estaría haciendo, con quién
estaría paseando o si se atrevería a ... <<¡No, sé que de
eso no sería capaz!>>.
-
Era ya lunes, 16 de diciembre, a tan solo unos días de que Eolo
volviera, e Itziar bajaba los escalones de su piso cabizbaja, como lo
había estado haciendo desde esa breve carta llena de frió y soledad para
ella. Miró al buzón y vio que había una postal de la universidad de
Amsterdam. <<Voy a pasar las navidades aquí. Trabajaré
echando turnos en un restaurante tipo buffet que hay frente a la
universidad. Me vendrá bien para el idioma y para compensar gastos.
Habla con mi madre si quieres y te lo explicará mejor>>
Postal
gratuita de esas de las cafeterías, y ocho lineas mal escritas para tan
solo decirme eso. -"¡Qué forma más asquerosa de decir: ¡Lo dejamos,
paso de ti!" - pensó ella. Y se subió de nuevo al piso y se enclaustró
en su habitación, aludiendo a su madre que se sentía muy mareada y con
ganas de vomitar.
Por
supuesto que no iba a llamar a la madre de Eolo para preguntarle, no le
apetecía en absoluto escuchar la sarta de medias verdades que le habría
contado su hijo sobre el por qué de no pasar las navidades en casa.
Ya
tendría que ser bestial la chica y follar como los dioses para que
Eolo, con lo que le gustan las navidades con sus amigos y las comilonas y
risas en familia, no bajase.
Itzíar,
ya había tirado la toalla por completo, y había pedido expresamente a
sus mejores amigas, que la buscaran, la sacaran de bares, de cafés, de
desayunos y de botellón siempre que pudieran para des-amargar estos
días. Y, el cabrón ese que se pudra en Holanda (les decía ella
hacíendose la fuerte mientras hervía cada día el caldo interno formado
por sus lágrimas)
-
<<¿Cómo ha podido tirarlos todo si iba bien advertido y me
había llenado, las semanas de antes, de promesas de fidelidad y de
larga duración? ¿Cómo ha caído tan pronto?>>- Itziar pasó
semanas y semanas soñando con eso...
Ya
no hubo más cartas, ya no hubo más mentiras. De ahora en adelante ambos
se rigieron por esa ley no escrita de "el que calla otorga" y cada uno,
sobre todo él sigió con su vida hacía adelante sin girar demasiado la
vista atrás.
Atrás
quedaron sus playas, sus puestas de sol, sus amaneceres insólitos, sus
resacas, los ojos brillantes de ella, disimulando el placentero dolor de
sus primeras veces; atrás quedó demasiado, demasiado para quedar atras.
Eolo
se fue con vientos centro europeos. De vez en cuando regresaba por
eventos familiares, pero procuró hacer ya toda su vida lejos de Bilbao,
de su casa, de su gente, de su primera promesa firme de amor, de la
única guillotina que cortaría de cuajo lo poco que le quedó de dignidad
tras actuar con el silencio y la incertidumbre con la que actuó con
Itziar.
Itziar
fue de golosina en golosina, pero con el radar y el escudo de
protección siempre por delante. Ya nadie más jugaría a los dados con su
alma. Ahora sería ella la dueña de su propio casino, y todo giraría en
la forma que ella premeditara que girase. Atrás quedó el frió
antinatural, vendrían años de calor sobrante de las llamas del infierno.
De vez en cuando, cuando pasa con el coche con sus amigas cerca de un
parque, y vez una pareja de jóvenes con las bicis aparcadas y sentados
sobre las hojas cerca de un árbol mirando al cielo, suspira (por dentro)
y echa la cara a otro lado y grita a sus amigas...
<<¡Vamos que invito a una ronda de chupitos, o a
dos...!>>
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