Quijotes desde el balcón

viernes, 29 de agosto de 2014

Demasiado brillante

Caminaba aquella noche, hacía su casa, o al menos eso pretendía, pero la verdad es que caminaba sin rumbo fijo en una especie de desasosiego interior, donde sobraban las palabras. Había llovido. Se diría que casi hubiera granizado, a juzgar por los fragmentos brillantes que asemejaban pequeños diamantes, esparcidos por el asfalto. El aire era frío y de un gélido intenso. La madrugada le caía sobre los hombros de forma escarchada y leve. El vaho le subía hacia la cara y la respiración pausada, se le entrecortaba en forma de bocanadas azuladas, en contraste con la luz tenue y anaranjada de las farolas de la calle. Miró hacia arriba y vio, rutilantes en el firmamento de la ciudad, millones de puntos de luz de diferente brillo e intensidad. Titilaban de una forma sorprendente. Tal vez no se había percatado nunca de semejante fenómeno astronómico, pero le pareció como si brillasen demasiado. Más que en otras ocasiones, en las que estando sentado en la hamaca de su porche, en las cálidas noches de verano, contemplaba el anochecer, contando las primeras estrellas y planetas cuando aparecían en el horizonte.
Siguió andando con paso firme, pues de repente el frío le helaba las manos, aún teniéndolas metidas en los bolsillos de su parka verde. Tenía la sensación de que el mercurio bajaba y bajaba,  pues el vaho que su boca exhalaba, se le antojó más espeso. Más azulado. Casi cristalizado en su garganta.
Miró otra vez hacia arriba. Parpadeó un instante. El fulgor de los astros había tomado otro caríz, otro matiz más intenso, mas brillante, contrastado con un cielo cada vez más oscuro. De una negrura casi sólida. La enorme constelación de Orión, más conocido como “El Cazador”, según la mitología griega, apareció de repente ante sus ojos con un esplendor inimaginable. Casi pudo palpar la Gran Nebulosa y las estrellas que coronaban sus brazos, Betelgeuse, la estrella supergigante roja, Rigel, ese sistema estelar triple, y muy brillante, Bellatrix, la gigante azul, y el conjunto formado por Mintaka, Alnilam y Alnitak, vulgarmente conocido como “Las Tres Marías”, que completan la figura del cinturón del famoso cazador.
Intentó recordar sus escasos conocimientos de Astronomía, otrora un hobby, que ahora, tenía olvidado y muy alejado en el tiempo, y se percató de que aquel objeto, aquella constelación, estaba aumentando de tamaño a pasos agigantados, pues podía distinguir ahora perfectamente, el entramando de pequeños cuerpos celestes que orbitában y  conformaban la gigantesca constelación, que era capaz de contemplarse desde los dos hemisferios terrestres. Podía ver con claridad como la estrella Hatyisa, gigante azul, que conforma un sistema binario, ahora giraba vertiginosamente en torno a el, como si estuviera rodeado de una atmósfera tridimensional constituida por el mismísimo firmamento estrellado.
Miró hacia abajo, asustado y no vio sus propios pies. Parecía estar flotando. Un sudor frío le perló la frente bajo su viejo gorro azul de lana, pero al mismo tiempo una sensación de tranquilidad y bienestar le recorría la espina dorsal, dividiéndose en múltiples destellos de luz, que lo recorrían de arriba a abajo, como una corriente eléctrica. La nube de vapor de la Nebulosa de Orión le envolvió en un manto de colores inimaginables, indescriptibles, pasando del azul al morado, dividiéndose en puntos blancos brillantes, amarillos, rojos. Hervidero de estrellas. Cuna donde nacían nuevos soles. Era testigo, lo estaba viendo. No era posible. No era real. Era su mente trastornada que le jugaba malas pasadas. Pero estaba allí y podía sentir en su piel el calor, la energía latente de los millones de soles, la fusión de la materia. La creación de lo que él mismo era. El nacimiento de la vida. Se miró las manos y vio que ya no tenía dedos, que estos se convertían en un entramado de hilachos, volatilizándose en el polvo. Polvo estelar. Ya no sintió miedo. Ni dolor, ni sufrimiento. Podía verlo todo. Sentirlo todo. Tocarlo todo. Vio su calle desde arriba, el tejado de su casa, los coches aparcados calle abajo, aparecer como minúsculos insectos oscuros en el asfalto. El Sol a lo lejos en la distancia, brillaba al otro lado del universo, y ahora alumbraba otros mundos. Mundos de gas y polvo en expansión girando a través de él, en un halo cada vez más brillante y azul, hasta que todo fue convirtiéndose en una neblina de un blanco fulgurante y cegador.
A la mañana siguiente, los noticiarios de todo el mundo y la comunidad científica, junto con los astrónomos, desayunaron con la noticia de la aparición de un nuevo objeto en el firmamento, más brillante de lo normal, cerca del cinturón de Orión, visible incluso a simple vista, y que, al ser observado a través de los telescopios, o unos simples prismáticos, presentaba una extraña similitud con un curioso gorro,  de un color azulado intenso, como esos de lana, que su usan para abrigarse en invierno…

1 comentario:

ruyelcid dijo...

¡Ahí ... Ahí .. Ese Alfredo encaminando el tema...!

Nos leemos/vemos/escuchamos el 28/S

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