Qué
asco me da ese puto gordo. Lleva años deseando estar ahí, con su
bata de medicucho y su sierra del joputonova abriéndome el pecho
para hacerme la autopsia. En una comisaría llena de capullos, él
sería la gran polla. Bueno no, el jefe de los minipenes científicos.
De los tiquismiquis que te echan en cara haber entrado a saco en una
escena del crimen. ¿Escena? ¡Esto no es una mierda de obra de
teatro de culturetas! Esto es la vida real, lo que hay más allá de
tu microscopio, de tu micropene y de tus putas pruebas de ADN. Que
además rima, soy el jodido Lorca.
Cuando
empecé se sacaban las confesiones a hostias, como debe ser. Ahora te
dejas una colilla tirada en la calle y saben hasta la talla de tus
gayumbos. La XXL es la mía. O lo era, hasta ese día. Si antes de
mediodía te han volado los cojones con un treinta y ocho, es que el
día no barrunta nada bueno.
Pero
empecemos como suelen empezar estas historias: presentando al héroe.
Mi nombre es Felipe, Félix para los amigos. Y no, no soy el “Pilis
Marlow” ese de las pelis incoloras. Ya quisiera el enano voz de
pito ser la mitad de hombre que yo. Soy un tío lo suficientemente
amargado como para ser policía, pero no tanto como para llegar a
inspector. Cuatro niñatos que pasan droga. Cuatro empresarios que se
creen por encima de todo. Cuatro politicuchos a los que hay que
lamerle las bolas como si fueran maná. Ese era mi día a día. A
unos entrullarlos rápido para que no den por culo. A los otros
hacerlo con cuidado, que los cabrones meten querellas por partirles
tres costillas de nada. Y los últimos... amigo, a esos hay que
echarles de comer aparte.
Pero
como pasa siempre en estos casos, tuvo que entrar ELLA en escena. Y
aquello si era una escena y no la de mi crimen. Yo estaba en la
trastienda, como siempre. En el negocio de un concejal nunca puede
verse un policía, a no ser que fuera para hacerse la foto de rigor.
El concejal en sí no era mala persona. Algo gilipollas, tontico de
más, pero sin llegar a ser mala gente. No llegaba ni a eso. Pero su
hijo trapicheaba sin esconderse lo más mínimo. Había que darle un
toque a ambos y, evidentemente, yo era el indicado. ¿Por qué?
Porque soy el mamón que tiene menos que perder en el cuerpo. En
estas entró ELLA por la puerta. Al ver su movimiento de caderas
busqué el tambor de boga que marcara ese ritmo. Y de caderas para
arriba casi mejor ni contarlo: un escote que pide a gritos echarse a
las armas para su conquista, y maquillaje como para pintar cuatro
Camp Nou's y sobraría aún para enlucir el Bernabeu.
Luego
supe que no es que simplemente pareciera una escultura, sino que lo
era. Y a base de talonario. A saber cómo sería antes de pasar por
quirófano, pero ahora era capaz de despertar hasta a un policía
cincuentón con más alcohol en sangre que histéricas en un
concierto de Justin Bieber.
Algo
me decía que no era de fiar. Aparte, obviamente, de ser la mujer del
concejal y madre, por lo tanto, del chaval del trapicheo. Pero en
aquellos momentos sólo podía pensar con la polla. Y parece que no
es tan despierta como lo aparentaba entonces.
Su
carne era tersa, la mía débil. Su hotel era discreto y la farlopa
que pasaba su hijo, la hostia. ¿Sigo contando? No creo que sea de
buena educación dar más detalles estando en una solemne mesa de
autopsias. Pero diré, en mi defensa, que si llega a ocurrir veinte
años atrás, me hubiera sobrado la farlopa y faltado más látex que
en una peli de Wes Craven.
Tardé
poco en darme cuenta de que todo era una artimaña. Primero por la
facilidad de acceso al catre. Segundo por la rapidez con la que el
concejal entró y fue directo a mi cartuchera a coger la pipa. Y
tercero, al ver como mi otra cartuchera y mi otra pipa se
desparramaban por el suelo. Para descojonarse. Esto lo pensé
después, pero hubiera sido una frase cojonuda si hubiera salido de
los labios del concejal. ¿Ves? Otra vez la puta manía de ser
ingenioso a destiempo.
Del
resto poco más que decir. Vi como llegaron los compañeros, como las
caderas salían por la puerta del brazo de aquel mamón chupapollas
con carnet, y como justo antes le explicaba a mi superior lo que
“tenía que haber pasado”: “Un agente medio alcohólico
decomisó unos gramos de farlopa y fue a un hotel a gastarlo con
putas. El chulo entró y se lió la que se tenía que liar. Y no se
preocupe, comisario, que de mantener intachable la reputación del
cuerpo, y de su ascenso, ya me encargo yo.”
En
esos momentos, o al menos en las películas, es cuando yo debería de
haber dicho una frase acusatoria, o una sentencia para la posteridad.
Lamentablemente lo último que este puto mundo me escuchó decir fue
“¿Pero habéis encontrado ya mis cojones?”.
Dicen
que al morir ves la película de tu vida. Y una polla. Yo sólo vi
como cuatro cabrones me enterraban en mierda para que un niñato de
apenas veinte años pudiera seguir jugando a ser Don Corleone. Como
película deja bastante que desear. Todo lo más dará para que
cualquier amargado escriba un relato soltando tacos a mansalva
creyéndose el puto Dashiel Hammett.
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