Quijotes desde el balcón

jueves, 14 de julio de 2016

Flores Caídas

FLORES CAÍDAS
Hacía ya años que Antonio no hablaba con su almendro. Simplemente se saludaban al pasar; con una sonrisilla de oreja a oreja por parte de Antonio, y un suave agitar de ramas de la parte alta del almendro. En definitiva, la satisfacción del entendimiento mutuo.
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1995, venía cargado de energía; luz, caras nuevas, y feromonas jugando al pilla pilla dentro de Antonio. El curso pasó de él y él pasó del curso entre licores y sus consecuentes primeras borracheras. Sobre todo, comenzaba de sopetón en su nuevo despertar: el majestuoso mundo del ligoteo. No había día que no quedara con las nuevas. Bea fue la que consiguió que todo lo demás que giraba a su alrededor careciera de importancia alguna.
Una tarde de finales de mayo, ya casi anocheciendo, sin cómos ni porqués, se vieron paseando por la parte trasera  de La Mota; donde se junta el antiguo caminico de San Bartolomé con la actual carretera que sube hacia nuestra Fortaleza. Venían desde la plaza de San Blas tocándose el pelo; dándose empujoncillos, mirándose y con sonrisillas de presagio, de esas que no hace falta añadirle ni una sola palabra más. Antonio cogió la mano de Bea, y ayudándola a sortear un pequeño muro de piedra que delimita la carretera con la zona de árboles en las faldas del castillo, la llevó hasta un almendro solitario entre tanto olivo. Al mirar aquel tronco ennegrecido de mil batallas; aquellas curvas quebradas de su escuálido tronco, y sus ramas, cual biblioteca real, dispuestas a contarte mil historias, Antonio se quedó fascinado de lo oportuno y maravilloso, de aquel refugio en las afueras. Ella se sentó a su lado, apoyando la cabeza en los hombros de Antonio. Sin más, ambos estaban besándose sin prisas, sin miedos, y con los ojos cerrados, que es como de verdad se accede al alma mediante un buen beso. En unos segundos de respiración que se dieron, mientras volvieron a mirarse con sonrisilla tontasca, una flor perfecta de aquel almendro cayó entre sus manos, una única flor. Antonio miró alrededor del almendro y vio que no había ninguna flor más caída, ni era época aún para eso, pues estaban recién abiertas. Comprendió que eso fue una señal, no sabía de qué, ni quién; pero sí el porqué. Bea sería su gran amor; la primera persona que le entrecortase la respiración, y que le hiciese flotar día a día en un calendario carente de obligaciones y calificaciones académicas si ella estaba presente. Y así fue. Siguieron subiendo algunos años más a aquel rincón, su rincón. Bea se hizo un camafeo con aquella flor, y jamás se lo quitaría.
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Pasaron muchos años desde aquello. De aquel beso y de aquella señal definitiva del almendro hacía Antonio.
 Fran y Merce eran sin duda dos calcos de sus padres, todo el mundo se lo repetía a ambos desde pequeños. Habían escuchado tantas veces la historia de aquel primer beso; de aquel almendro, de aquel rincón, etc, que el regalo de las bodas de plata de sus padres, de Antonio y Bea, lo tenían muy claro años antes de que llegara dicho aniversario.
Investigarían aquel lugar; aquella señal, aquel almendro a lo largo de la historia, y se lo regalarían a sus padres de la manera más ornamental posible. A modo de cuento, a modo de escrito histórico envejecido o algo así que pudieran mostrar a todos para reforzar la historia de la flor de almendro entre sus brazos.
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Said no podía irradiar más felicidad aquella noche. Llegó al lugar acordado, y tan solo podía hacer otra cosa que esperar el canto del primer pájaro de la mañana junto al tronco señalado con un pez de cola en forma de estrella. Aquel árbol, estaba empezando a crecer entre extraños a su alrededor, y la marca que Said había acordado con Zahrah destacaba en la base de aquel joven tronco. Debían de ser lo más discretos posibles en su reencuentro, pues los soldados fieles a Alfonso XI vigilaban la fortificación noche y día, sabedores de que muchos de los expulsados no soportarían dejar allí a sus mujeres e hijas trabajando como sirvientes de aquellos enemigos de Dios.
De pronto, corriendo inclinada y sin despegarse de un pequeño muro de contención entre las proximidades de la muralla principal y la zona de arboleda, apareció Zahrah, se arrojó en brazos de Said y empezó a besar sus arañazos; magulladuras propias de las noches de invierno entre aquellos parajes, y empezó a envolverse en el dolor de su alma, un reciente amor, arrancado de cuajo, por las guerras entre Dioses y sus representantes en la tierra, los hombres. Hacía pocas semanas que Saíd había conseguido huir de aquel vuelco en sus vidas. Pero el rincón donde juró amor con Zahrah, seguía intacto.
Casi sin llegar a digerir sus primeros besos. Una flecha llovida de la nada, atravesó la espalda de Zahrah, dejando a ésta unos segundos para suspirar - إلى الأبد  - 'iilaa al'abad  (¡Para Siempre!). Said, casi sin tiempo a reaccionar, vio como la sangre brotaba a borbotones del pecho de Zahrah, por donde aparecía una pequeña punta de flecha, bañando sus manos, y la parte superior de aquel árbol, que debería haberles devuelto la felicidad tras aquel estudiado reencuentro. Apenas dio lugar a que su amada yaciera en aquel suelo lleno de escarcha y fuertemente contrastado del blanco de la madrugada y el rojo de aquella muerte cuando Said, cerró los ojos, arrancó la flecha del cuerpo de Zahrah, reclinó su cuerpo sobre aquel tronco de almendro, y se hincó la flecha a la altura del corazón, gritando, también, en voz alta -  'iilaa al'abad  (¡Para Siempre!).
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Pasó casi un minuto hasta que Fran y Merce retomaran el aliento tras leer aquella historia que acababan de imprimir del archivo municipal. Un favor que les hizo el cronista local tras explicarles éstos el regalo que querían hacer a sus padres. - ¡Buahh, lo van a flipar! - exclamó Merce, a la vez que Fran asentía con la cabeza. - ¡Están a años luz de imaginarse la realidad de su rincón, de su almendro, de su flor, del porqué! -  ¡Impresionantes los giros del destino! -  volvió a resoplar Merce.

1 comentario:

Felisa Moreno dijo...

Es un relato magnífico, cargado de poesía que llega al alma. Sigue así, Raúl, cada vez escribes mejor. Un abrazo.

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