Desde Entre Aldonzas y Alonsos queremos agradecer a todos los participantes el mero hecho de ponerse a escribir un relato; pensar en él, visualizarlo, estructurarlo, y compartirlo. Gracias a la Asociación Huerta de Capuchinos por contar con nuestra colaboración un año más en forma de concurso de relatos. Espero que disfruten este fin de semana que están celebrando sus fiestas, las fiestas del barrio.
- Los relatos ganadores del II Concurso de Relato Corto Huerta de Capuchinos "Quijotes Urbanos" han sido:
- Primer Premio: Marina León López con el relato "Un Héroe Torpe".
- Segundo Premio: Fátima Jímenez Pérez con el relato "Quedará o no quedará vuestra usía en Alcalá".
¡Enhorabuena a las dos finalistas!
A continuación los relatos ganadores en si, disfrútenlos pues merecen la pena:
Un Héroe Torpe
(por Marina León)
Emilio
era un hombre extremadamente bueno, que se preocupaba por sus vecinos
y las cosas que pasaban en su pueblo. Siempre atento a las
necesidades de su familia y amigos. Lo que Emilio no sabía es que la
mayoría de las veces su ayuda era innecesaria, y más que ayudar,
entorpecía la vida de los demás.
Con
Emilio la gente del pueblo nunca estaba aburrida. Era tan torpe que
le mandaban tareas adrede solo para ver cómo iba meter la pata.
Así,
el día de Navidad no pudieron encender el tendido eléctrico porque
Emilio ayudó a colocar las luces, que explotaron todas por un error
en la corriente. El guiso anual de las fiestas de la Patrona, se echó
a perder cuando mandaron a Emilio a la cocina a por la sal, y en su
lugar cogió el azúcar. Y la calle principal estaba toda marcada con
huellas de pies, porque Emilio no se dio cuenta de que estaba recién
asfaltada cuando iba corriendo para llevarle la compra a una vecina.
Pero
el día en que decidieron engañar a Emilio fue cuando el Presidente
de la Diputación fue a visitar el pueblo. Era una aldea del sur de
tan pequeñas dimensiones, que era todo un honor que un político tan
importante fuera de visita. Por ello, habían preparado un hermoso
espectáculo con bailes, cantes regionales y una última exhibición
donde querían soltar una banda de palomas. El alcalde estaba muy
orgulloso del espectáculo que habían preparado, así que insistió
a la madre de Emilio para que lo mantuviese encerrado en casa, y
evitase por todos los medios de que se enterase de la visita del
Presidente.
Cuando
el día llegó la madre de Emilio fingió estar enferma y pidió a su
hijo que se quedase a su lado. Sin saber cómo, había conseguido
mantener a Emilio alejado de todas las preparaciones para el festivo
día. Pero en un momento de debilidad, en el que no pudo evitar
caerse dormida, Emilio salió de casa. Cuando despertó, llamó a su
hijo a gritos. Al ver que no le contestaba, se visitó y se dirigió
a la plaza del pueblo, donde se estaba realizando el espectáculo.
Cuando estaba llegando, escuchó varios gritos de asombro. La madre
de Emilio se temió lo peor. Al llegar a la plaza vio como el
Presidente de la Delegación se alejaba muy a prisa mientras el
alcalde y Emilio lo seguían. Se acercó a una mujer y le preguntó
qué había ocurrido.
—Pué
tu hijo ha sío toa una zorpreza hoy. Cuando el alcalde ha zoltao lah
palomah, ze ve que de estah tanto tiempo encerráh, lah pobrecitah
tenían zu necezidadéh acumuláh. Al empezah a volar zoltaron caca
por tó laos. No ze zabe cómo Emilio llegó corriendo y fue capáh
de tapar al Prezidente ¡Quién noh lo iba a decir!
La
madre de Emilio no pudo sentir más vergüenza de sí misma, por
haberlo intentado engañar. Su hijo podría meter la pata de vez en
cuando, pero no había nadie en el pueblo con mayor corazón y con
más características para ser un héroe. Incluso llenándose de
mierda, literalmente, si hacía falta.
Quedará
o no quedará vuestra usía en Alcalá
(por Fátima Jímenez)
Dulcinea,
vislumbrando la Mota, se despierta temprano a pesar de que esta dura
crisis la ha dejado sin trabajo y lo más duro aún, sin vistas de
encontrar alguno. Los truhanes titanes han arrasado con toda
esperanza de tener un futuro halagüeño en Alcalá.
Se
agarra a su única alegría del día, su crío, que le da un aliento
de aire fresco, aunque también convive con los menesteres de esta
vicisitud, su sonrisa nunca falta.
Un
día menos, un currículo más a la espera, un desaire creciente, un
rechazo acrecentado, en definitiva una descortesía en vilo. ¿Hasta
cuándo bellacos vais a tenerme a merced de vuestras aspas, como si a
modo de gigantes, de un molino se tratara? ¿Hasta cuando el aire
soplará para unos pocos villanos y asfixiará al resto? – se
pregunta desalentada.
Se
dispone a salir, poco puede comprar, al menos las monedas le llegan
para un trozo de pan. De repente, en un lugar del llanillo, de cuyo
nombre no quiere acordarse, se encuentra con un hidalgo quijotesco,
después de escuchar los sollozos de la doncella, le brinda su
consuelo: - ¡Dulcinea entiendo tu pesar si trabajo tuviera, te
daría, ahora sólo mis palabras te brindo que al bien hacer jamás
le falta premio!
Sancho
que salía de las Dominicas, al ver a su señor se paró a hablar y
escuchando la conversación dijo: - ¡que el retirar no es huir, ni
el esperar es cordura, cuando el peligro sobrepuja a la esperanza!
-
¡Vete pues, Dulcinea, a tierras germanas, que aunque duela el
corazón por dejar tu familia, tus vecinos y tu terruño, el alma se
calma! ¡Yo velaré por tu memoria y tu buen hacer en este lugar,
así, si es tu deseo volver, encontrarás, este tu señor, a tus pies
orgulloso de tu hidalguía! Sabed que soy el valeroso Don Quijote de
Alcalá la Real, el desfacedor de agravios y sinrazones.
Dulcinea
con lágrimas en sus mejillas, se fue a Consolación y se encomendó
a su protectora recordando las palabras del caballero: -
¡Siempre
deja la ventura una puerta abierta en las desdichas, para dar remedio
a ellas!
Dulcinea
al poco tiempo partió con su hatillo a la aventura, nuevas batallas
a librar, nuevos caballeros que conocer, pero nunca como aquel, El
Hidalgo Don Quijote de Alcalá.
Pasó
el tiempo, pasaron los años, aunque canoso y un poco demente, bajo
los árboles del paseo, le seguía nostálgicamente esperando su
alcalaíno Don Quijote.
Pasaron
aún, algunas primaveras más, y Dulcinea regresó, con verdadera
hidalguía sobre sus hombros. Demasiado tarde, el corazón de su
apasionado Hidalgo hacía apenas un mes había dejado de luchar
contra las injusticias y tiranías.
La
valiente moza ahora ya vetusta, se marchó buscando sobrevivir,
dejando lo que más quería, ya no había vuelta atrás, recordó de
nuevo sus consejos: - ¡que
no hay memoria a quien el tiempo no acabe, ni dolor que la muerte no
le consuma!
Ahora
le quedaba vivir con este desconsuelo y esperar yacer junto a su
tumba. Compartiendo un epitafio cuya leyenda sea – Quedo a vuestra
merced aquí en Alcalá y para la eternidad.
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