Quijotes desde el balcón

jueves, 3 de noviembre de 2016

EL ÁRBOL (Juan Alfredo Luque)


Innumerables   veces   había   oído   hablar   de   aquellos   seres   mitológicos provenientes   principalmente   de   las   regiones   de   Europa   del   este.   Unas   criaturas extrañas,  sin  un  rostro   conocido.   En el   país de donde yo provenía, estaban muy presentes. Sin embargo, donde me hallaba ahora, muy pocos habían oído nombrarlas o conocían   algo   sobre   estas.   Habitantes   de   la   noche,   deambulaban   por   páramos desolados y poblaciones que dormitaban pacíficamente a la luz de las velas y al calor de las chimeneas. Hablamos aquí, de un suceso que ocurrió en la provinvia de Hunan, en la China. Se dice que a finales del siglo XIX , vivió allí un inglés, muy alto y delgado, que invariablemente vestía de etiqueta, sombrero de copa y bastón negro. Aquellos que llegaban a ver su rostro, quedaban estupefactos, ya que aseguraban que el tono de su piel era blanco como la cera, mientras que de su boca asomaban un par de inusuales y puntiagudos colmillos.  La  noche  era su elemento natural. Salía  de su alojamiento en torno  al crepúsculo y no regresaba hasta altas horas de la madrugada. Unos cuantos años, más tarde,   un   extraño   fenómeno   ocurrió   en   el   pueblo;   varios   animales   de   granja desaparecieron. Días mas tarde, encontraron tan solo sus cadáveres completamente desangrados junto a un río o un lago del lugar. Y no sólo una vez, sino varias. ­ ¿Qué clase   de   criatura   infernal   podrá   querer   la   sangre   de   nuestras   bestias?  Se preguntaban los asustados campesinos, mientras fervientemente se encomendaban a sus dioses. A partir de ese momento, varios de ellos montaron guardias nocturnas con el fin de descubrir al ladrón de ganado. Finalmente uno de los cuidadores lo avistó agazapado, al acecho entre la maleza y logró disparar en una pierna a un individuo, oscuro y enjuto que al parecer trataba de robar unas ovejas.

De la boca de aquel siniestro   ladrón   salieron   unos   chillidos   espantosos,   semejantes   a   los   los   de   un murciélago o una rapaz nocturna, mientras corría y trataba de ocultarse entre los arbustos y la oscuridad.  Tras de sí, y herido, iba dejando un gran rastro de sangre. Sin embargo, ese vital líquido no era del tono habitual rojo que conocemos, sino más bien presentaba un color violeta. La persecución continuó hasta que los primeros rayos del sol comenzaron a asomar por el horizonte. El singular individuo fue cercado y trató de taparse las manos y el rostro con su abrigo, pero ya era muy tarde. Su piel albina y cerúlea se tornó verdosa. Después, uno a uno, los huesos de su cuerpo comenzaron a salirle por encima de la piel, con unos horribles siseos y crujidos. Lo increíble fue, que tanto   su   vestimenta   como   su   esqueleto   quedaron   convertidos   inmediatamente enardientes cenizas, disipándose rápidamente en el aire. Los campesinos, dejaron los restos allí, con la esperanza de que todo aquello se lo llevará el viento. Sin embargo, al poco tiempo comenzó a brotar en el lugar, un árbol.  de las profundidades de la tierra.






Creciá y crecía y su corteza era roja como la sangre.  Gran   parte   de   sus   hojas   tenían   espinas   de   horripilantes formas. De sus brotes, manaba un nauseabundo olor que el viento repartía por doquier, atrayendo a toda suerte de insectos y alimañas, hacia su tronco. Algunos lugareños trataron de talarlo y arrancarlo de raíz, pero cesaban rápidamente en su empeño al percatarse de que al clavarle las hachas, del tronco, brotaban unos espantosos chorros de sangre negruzca y maloliente. Buscaron la forma de impedir que siguiera creciendo, apuntalando el tronco del árbol con una capa de materiales de construcción bastante gruesa y cubriendo la copa, colocaron una techumbre para evitar que el agua de lluvia lo pudiera alimentar. No obstante, el árbol continúo creciendo con inusual normalidad, arrancando de cuajo los  tablones  y  aquel  techo  improvisado, retorciendo   sus  pútridas  ramas  entre  las astillas de la construcción. Los mas supersticiosos decían que el alma de aquel ser, poco a poco se estaba regenerando y al mismo tiempo esperaba el momento exacto para emerger de nuevo a la superficie con amplia sed de venganza. Los campesinos, asustados, optaron por ofrecerle en sacrificio varios animales, que el  árbol maldito exprimía para extraerles el jugo vital hasta convertirlos en un amasijo sanguinolento de vísceras, músculos y huesos prácticamente triturados. Algunos, desesperados y arruinados, optaron por satisfacer el voraz apetito de la planta, ofrendándole a sus propios hijos recién nacidos, a cambio de acabar con aquella pesadilla, pero tal fue su sed de sangre, una vez probada de nuevo la humana, que sus ramas y tronco junto con aquellas horribles hojas, comenzaron a extenderse por toda la aldea, como la hiedra, acabando con toda  la  vida a su paso.

Cuentan los más ancianos que un noche, intentaron acabar con aquel horror, mediante el fuego. Y casi lo consiguieron, pero aquella criatura horrenda, desprovista de su follaje y su poder, huyó despavorida, para ocultarse medio ardiendo, en las sombras mas profundas del bosque. De repente, me desperté con un enorme bostezo. La calma de la tarde y la copiosa comida con la que me agasajaron en la Embajada China, habían hecho mella en mi y de tal forma que me había quedado dormido, leyendo,  apoyando mi espalda sobre un cerezo del jardín del Consulado. El cielo tenia un color azul intenso y una suave   brisa   invadía   el   atardecer,   dejando   un   aroma   suave   y   delicado,   que   por momentos,   me   rodeaba.   Intente   incorporarme,   pues   tenía   las   piernas   dormidas. Habría cerrado los ojos quizás un par de horas. Respiré de nuevo profundamente, pero esta vez la brisa no me resulto tan agradable.

Diría que el aroma me era familiar. Como   a   muebles   viejos   o   como   el   de   un   animal   muerto   hacía   días.   Aquella desagradable sensación hizo que volviera mi cabeza hacia el árbol, golpeándomela con una de las ramas. De mi frente mano entonces, un regueríllo de sangre, como un último recuerdo, pues una extraña rama roja que rezumante de resina violácea, se abalanzó sobre mi cabeza y luego todo quedo oscuro y silencioso a mi alrededor.

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