DAMA
CAPRICHOSA
Ricardo
San Martín Vadillo
Dama
del alba,
del
mediodía y
del
anochecer.
Ursulina
y Cornelio, extraños nombres para una pareja. Bueno, los nombres
eran extraños, pero ellos eran de lo más normal.
Nacidos
ambos en Alcalá, de niños fueron a la misma escuela y compartieron
juegos en su calle. Ya de adolescentes comenzaron a mirarse con otros
ojos, juntos aprendieron los secretos del sexo.
Ella
peluquera, él policía municipal se casaron en Consolación
acompañados de familiares y amigos. Con los años y la falta de
hijos, la vida de casados fue languideciendo para ambos y cada uno se
refugió en su propio mundo interior.
Cornelio,
más extrovertido, llevaba mejor esa vida monótona de una ciudad
tranquila. Ursulina, más introvertida, se fue encerrando en sí
misma como una ostra en su propia concha.
Vida
gris, sin sobresaltos para ambos. Hasta que un día un hecho inusual
rompió la paz de Alcalá: unos atracadores asaltaron una entidad
bancaria. Cornelio trató de detenerlos y éstos respondieron con
varios disparos. Milagrosamente el municipal escapó ileso, logrando
arrestar a los ladrones.
Aquella
conmoción pareció reavivar por algún tiempo su matrimonio. Imagino
que ambos valoraban la suerte de seguir juntos y vivos.
Pero
fue flor de un día. Para el año siguiente la relación matrimonial
zozobraba de nuevo y Ursulina entró en una profunda depresión que
fue degenerando en tendencias suicidas con el tiempo.
Y
allí aleteaba ella, dama caprichosa, como una mariposa volátil que
no sabe dónde posarse porque es incierta, extraña y veleidosa.
Sí,
ya sé, me diréis que os cuento historias inventadas. Porque no
tachéis mis relatos de fantásticos e imposibles, recogeré casos
reales e históricos. En todos, la protagonista es ella: esa dama
caprichosa, imprevista, a veces infiel a la cita.
Lo
leí hace tiempo: un hombre pasea por la calle de forma relajada. Por
encima de su cabeza, cinco pisos más arriba, una mujer, en un acto
desesperado decide suicidarse; se tira por la ventana y cae sobre el
transeúnte. Ambos mueren. Dama prosaica y anodina.
Aunque,
a veces, ella se da aires poéticos y llega con un poema en los
labios. Así lo atestigua Li Po, poeta chino, murió cuando cayó al
agua al querer abrazar el reflejo de la luna sobre la superficie del
lago. Bella dama envuelta en versos.
Desde
siempre ha sido así: ella se reviste de formas diversas y acude en
los momentos más inesperados, en las situaciones más insospechadas.
Así ha sido desde la antigüedad. Ved sino el caso de Esquilo: el
oráculo le vaticinó que moriría aplastado por una casa. En un
intento de escapar a ese maleficio se fue a vivir al campo. Allí
paseaba un día cuando murió golpeado en la cabeza por el caparazón
(la casa) de una tortuga que un quebrantahuesos dejó caer desde el
aire.
El
escritor estadounidense, Tennesse Williams, murió en 1983, en el
baño, tratando de abrir un bote con sus dientes. En un movimiento
brusco, el tapón salió disparado hacia su glotis y se asfixió.
Años
antes, en 1927, la bailarina Isadora Duncan conducía su
descapotable. Flotaba en el aire su fular. La dama del alba hizo que
éste se enrollara en los radios de la rueda y muriese estrangulada.
A
veces ella llega en cadena y de forma aleatoria señala a las
víctimas: “tú, tú y tú”. En un instante siega tres o cuatro
vidas, tal vez cientos ¿Pero por qué? No os sabría decir: ella no
atiende a lógica ni razones. Mirad, fue en Buenos Aires, un tal
Montoya había dejado su perro solo en la casa. El animal se asomó
al balcón y cayó a la calle. Mató a una mujer de setenta y cinco
años que por allí pasaba. Edith Solón, vio lo sucedido, en su
premura por ayudar, cruzó la calle sin mirar y fue atropellada por
un autobús. En ese instante, un anciano que presenciaba ambas
escenas murió al sufrir un ataque cardíaco. Dama apresurada, voraz,
ansiosa cercenando vidas.
Y
sin embargo, a veces dama impuntual, falta al momento, tardona,
incumplidora a la cita. Bobby Leach, norteamericano; en 1911 se
introdujo en un contenedor metálico y se dejó caer por las
cataratas del Niágara. Se atrevió a desafiarla y sobrevivió a su
osadía, pero un día, paseando por una calle de Nueva Zelanda, pisó
una cáscara de naranja, se cayó, se partió una pierna, ésta debió
ser amputada, se infectó y murió de septicemia.
Qué
no decir del caso del general Patton que estuvo en decenas de
batallas durante la Segunda Guerra Mundial; llevó sus tropas desde
Sicilia al Elba. Bajo fuego alemán de ametralladoras y tanques,
nunca se encontró con la dama del atardecer. Lo hizo un día, tras
la guerra, en que por no respetar un stop murió en un accidente de
coche.
Mi
amigo Juan Manuel Cercás, corresponsal de guerra, vivió y escribió
sobre muchas de ellas (Golfo Pérsico, Irak, Siria, Palestina…) Me
contaba situaciones escalofriantes en las que se había visto inmerso
como reportero: fuego cruzado, campos de minas, coches bomba…
Tomaba fotos y escribía sus crónicas. Nunca sufrió un rasguño. El
pasado noviembre, en Granada, subía a visitar una vez más la
Alhambra y el fuerte viento desgarró una rama de un árbol que le
golpeó en la cabeza y le causó la muerte.
Quizás
el caso más llamativo sea el de Grigori Rasputín, en la Rusia de
1916. Personaje odiado y temido por igual en la corte zarista.
Varios nobles, con el príncipe Félix Yusupov al frente, planean su
asesinato. Es invitado a palacio y durante una cena le envenenan;
como no muere, le disparan varias veces. Creyéndole ya muerto le
arrojan a las heladas aguas de un río. Al encontrarse su cadáver,
la autopsia demostró que había muerto por ahogamiento, no por el
veneno o los disparos. Ella, dama de la noche, se resistía a acudir
a la cita.
Dama
caprichosa eres; si lo sabré yo bien…
Y
aquí están nuestros protagonistas alcalaínos en medio de una nueva
discusión. “Esto no es vida”, dijo Ursulina. Fuera de sí, cogió
la pistola de su marido y con un movimiento decidido se la acercó a
su sien. Apretó el gatillo, mientras él horrorizado gritaba:
“¡Nooo!”. Un tenue “clic” sonó en la estancia. Los dos se
sorprendieron. Aún más desesperada, ella apretó el gatillo con
rabia: “clic”, “clic”, volvió a fallar el arma. “¡Mierda!”,
exclamó la frustrada suicida. Avanzó Cornelio hacia ella sin una
intención clara. Encolerizada, Ursulina arrojó la pistola al suelo.
Ésta dio un culatazo seco sobre la tarima y se oyó un “bang”
que llenó toda la habitación. Cornelio sintió el impacto en el
pecho. Mientras caía al suelo tan sólo pudo decir: “¡Serás
ca…!”
Dama
del alba,
del
mediodía y
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