Quijotes desde el balcón

jueves, 3 de noviembre de 2016

Leyenda Del Cortijo De Las Lastras (Alvaro Morales)




Leyenda del Cortijo de Las Lastras 


Cortijo de Las Lastras (Zona Las Sileras/Almedinilla

 
Los últimos rayos de sol iban dejando paso a la cálida noche de verano eran las nueve y media y  quería llegar temprano a casa para descansar, el día había sido duro en el trabajo y apreté el acelerador por aquella estrecha carretera que discurría entre olivares, por allí se acortaba camino, aunque en muy malas condiciones ya que más que una carretera parecía un carril. Una leve brisa cortaba las copas del olivar que me rodeaba y bajé la ventanilla deseando que entrara y refrescara el interior de mi coche.
Subía por la pendiente cuando al pasar a lado de un cortijo desvencijado y medio derruido en lo alto de una pequeña loma lo vi y paré a unos cuantos metros, encendiendo la luz interior de mi coche y pitándole para llamarle la atención.
Estaba allí solo; sentado, sobre las piedras del cortijo medio derrumbado debajo de un viejo álamo seco, en penumbra iluminado por los últimos y tenues rayos de sol; pensé que se había perdido o algo así, que podría tener alzhéimer y estar perdido desde hace días por el aspecto que llevaba.
Se quedó mirándome, no acertaba muy bien a ver sus ojos pero parecía que carecía de pupilas o directamente no tenía ojos.
-¡Hola! ¿Necesita usted algo? Le pregunté en voz alta; parecía perdido, desorientado, como si no fuera consciente de donde estaba.
No me dijo nada, se levantó y con un gesto me dijo que me fuera.
-¿Necesita que lo lleve al pueblo? ; no me importa me pilla de camino, se hace de noche y no debería estar aquí puede pasarle algo, seguro que lo están buscando.
Era un tipo extraño, bastante anciano, no muy alto, con unas uñas grandes enroscadas hacia adentro, no tenía mucho pelo por arriba pero por detrás de la cabeza le asomaba una melena muy grande y su indumentaria estaba hecha jirones.
Me bajé del coche, la noche se echaba encima y no podía dejarlo allí solo.
Pero en cuanto me acerqué un par de metros empezó a bufar, como si de un gato se tratase, pero más grave y muy fuerte, parece que estaba chillando.
-Ey amigo, no se ponga así, solo quiero ayudarle.
De pronto dejó mostrar una sonrisa casi diabólica, bajó de aquella piedra dando un gran salto y abriendo la boca, desencajando la mandíbula, empezó a bajar la loma corriendo a gran velocidad.
Todavía no sé como logré llegar al coche, arrancarlo y salir de allí corriendo, no sé ni cómo el coche no se caló y me dejó tirado a merced de aquella cosa, de aquel ser.
No sé que era, sólo recuerdo mirar por el retrovisor e iluminado por los faros rojos traseros aún me perseguía durante unos metros como un demonio en la oscuridad y cuando logré pasar la primera curva de la carretera y entre los olivos desapareció diluyéndose en la brisa del viento.
Tiempo después supe que en aquel cortijo, en aquel viejo álamo seco muchas personas se quitaron la vida cuando los reclamaban del más allá, tal vez fue aquel con quien me crucé quien los llamó desde el otro lado, que quería llevarme allí a mi también o que lo acompañara para siempre en aquel lugar, en aquella piedra donde aún hoy se siga apareciendo a algún conductor o viandante despistado y con prisas (como yo) que no sepa de la historia de aquel paraje y se atreva a pasar por allí en las noches de verano.

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