Sería un día movido en Eastangard |
- ¿Un día duro, maestro?
- Exactamente como todos, jefe. A mis años ya no puedo pedir emociones, y en cambio cada día usted me sorprende viniendo por aquí a hojear el mismo libro para luego salir como hipnotizado.
La respuesta del encargado de la Biblioteca Pública de Eastangard al jefe de policía fue la que se tiene con un parroquiano. El oficial podía haber elegido cada día de hecho la taberna de Ander Russiell y su bellísima hija Stela para embriagarse, pero a cambio prefería la compañía del viejo Johansson, con el que compartía afición por los libros olvidados, en particular uno, que cada tarde, antes de cerrar, el jefe John Martesian hojeaba ante la despreocupación del bibliotecario, más afanado en sostener las gafas en la punta de su nariz que en advertir las costumbres, gustos u opiniones de su clientela.
El jefe Martesian, no obstante, no sospechaba que serían las últimas palabras que cruzaría con el viejo Johansson. Tampoco el bibliotecario advertía que se acercaba su final.
La muy tempranera llamada en el domicilio de John la mañana siguiente sorprendió especialmente al resolutivo oficial de la policía local, aunque como siempre no recordaba muy bien lo ocurrido en las horas atrás. Era verdad que la biblioteca le producía cierto sopor persistente.
- ¿Cómo? ¿Estás seguro, Humbert? -el jefe reaccionó al anuncio de su segundo sobre la muerte en extrañas circunstancias de Johansson-. No puede ser; anoche yo estuve con él.
- En efecto, verá -la voz del otro agente se notaba cortada-, alguien le vio salir de la biblioteca y todo apunta a que fue usted el último que vio con vida al fallecido.
Martesian colgó el teléfono ruidosamente y con prisa pero con mimo eligió un traje adecuado para la ocasión. Algo le decía que sería un día movido en Eastangard y no iba a ser fácil escapar de él. A esas horas, no era consciente de hasta qué punto sería un día movido.
Al entrar en la oficina, sobre la mesa ya había una taza de café rebosante y, junto a ella, un puñado de fotografías recién impresas del lugar de los hechos. En efecto, el anciano Johansson aparecía cadáver en ellas, desnudo de cintura para arriba. Con el dedo índice de su mano izquierda, señalaba una página arrancada de un libro.
- ¿Qué señala ahí? -interrogó el jefe a su segundo, Patrick Humbert-. ¿Es una hoja manuscrita? ¿Alguna nota?
- No, nada de eso -Patrick echó mano a sus notas-. Se trata de la página de un libro que también ha desaparecido de la biblioteca. Es una hoja sellada con la signatura completa, lo hemos buscado por todas partes y no está. Suponemos que el asesino se lo llevó por alguna razón, aunque también puede ser una casualidad, porque solo tiene una frase subrayada que no parece aportar nada.
- Exactamente ¿qué frase? -para el jefe Martesian podía ser una clave.
- Está en latín: Claude opus -remarcó Humbert-, y la han traducido...
- Termina la obra o Acaba lo que has empezado -Martesian interrumpió bruscamente y claramente afectado, sorprendido-, Metamorfosis, libro I, Publio Ovidio Nasón...
- Efectivamente, jefe -sonrió el segundo-, ¡premio! Pero...
John no le dejó acabar y salió corriendo de la oficina. El libro I de la Metamorfosis de Ovidio era el que él hojeaba cada noche. Si fue el último en ver con vida a Johansson y si según el anciano era el único que casi conocía el libro en cuestión ¿cómo había llegado la página a la mesa? ¿Quién había matado al bibliotecario? Y lo que es peor, ¿por qué Martesian no recordaba nada de nada? Conducía inicialmente hacia el lugar de los hechos pero, de repente, giró bruscamente en Palm Alley y se dirigió a su piso.
Entró como un loco y lo revolvió todo, sin querer reconocerlo buscaba el libro desaparecido. Después de casi una hora y cuando parecía haber pasado un ciclón por su apartamento, descubrió un bulto no especialmente bien escondido, envuelto en algo que parecía tela amarillenta. Al acercarse reconoció que el envoltorio era la camisa de Johansson y el paquete no era otro que el libro de Ovidio. Al cogerlo, una pequeña llave cayó al suelo.
El jefe Martesian no la reconoció inicialmente, pero recordó que había un altillo en su dormitorio al que nunca había accedido porque no sabía cómo abrirlo. La diminuta puerta no ofreció resistencia y quedó abierta con media vuelta de la llave. Dentro, una especie de buhardilla estaba llena de fetiches, objetos, prendas y las fotografías de cinco personas, tres mujeres y dos hombres, que John identificó como víctimas de casos sin resolver de su oficina. Abatido, salió del escondrijo y se sentó en el suelo. Alcanzó el teléfono y marcó el número de Patrick Humbert.
- Hola, jefe -el segundo oficial se notaba preocupado-. Le andamos buscando y tiene el móvil apagado. ¿Dónde está?
- Claude Opus, Patrick -le respondió John-. Ven a mi casa, termina el trabajo.
Colgó. Cuando llegaron Patrick Humbert y los demás agentes, John Martesian se había recompuesto el traje y hasta se había esposado a sí mismo con las manos atrás. Sentado en una silla, les esperaba con todo el material del altillo y confesándose, cándido e ignorante, autor de la muerte del bibliotecario y al menos cinco personas más.
Pasó la primera noche en la cárcel local y fue después sometido a análisis médicos y psiquiátricos, que arrojaron un cuadro de esquizofrenia. La biblioteca catalizaba su locura y, especialmente, aquel libro. Tras su uso como prueba, fue depositado en una urna junto con la hoja arrancada y expuesto en la nueva biblioteca, que fue trasladada de su lugar. Ahora es un solar vacío por el que nadie se interesa. La obra está terminada.
1 comentario:
Me encanta como transcurre,no hay ni un segundo en el que desaparezca la intriga. Enhorabuena
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