Había un niño que se llamaba Asier, que vivía en un pueblo que tenía un castillo en un pequeño monte. La gente del pueblo decía que se escuchaban voces en el castillo, y por eso nadie quería ir de noche allí.
Un día, Asier decidió ir al castillo, así que cogió su mochila y metió en ella un trozo de pan, otro de queso y una botella de agua.
Cuando llegó, no había nadie, solo un montón de gatos por allí caminando amontonados. Uno de ellos olió el queso y se acercó a Asier. Él quiso acariciarlo pero cuando lo iba a tocar el gato empezó a hablar:
El gato dijo: “¿Por qué has venido?”
Asier le respondió: “Porque quería saber de quién eran las voces”.
El gato le volvió a responder: “Las voces son nuestras. Somos los espíritus de los que han venido a buscar las voces y como tú ahora sabes nuestro secreto, tampoco podrás salir de aquí ya”.
Asier se miró sus manos y vio que le habían salido unas zarpas de gato. Se estaba convirtiendo en uno de ellos y sin querer se puso a 4 patas y empezó a andar hacia donde estaban los otros. Ya no volvió al pueblo.
Sus padres y sus amigos lo buscaron todo el día y no lo encontraron. Solo les quedaba buscar en el castillo, pero no quisieron ir porque tenían mucho miedo, las voces se oían más fuerte esa noche.
Asier se quedó allí y ya siempre fue uno de los lamentos que se escuchaban en el Castillo de los gatos.
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