Quijotes desde el balcón

miércoles, 1 de noviembre de 2017

No era la muerte

por Enrique Hinojosa

No era la Muerte, pues yo estaba de pie y todos los muertos están acostados
Emily Dickinson
Es la persona que más quiero en el mundo. Un día el médico le dijo que le quedaban tres meses de vida. Así, sin más.

Decidió irse hacia las alturas por todo lo alto, como quien dice. Empezó a organizar un funeral en vida; festivo y alegre, decía ella. Yo también tengo derecho a despedirme, decía ella.  Ya hace tiempo de aquello, y en su momento fue genial, lo reconozco: vinieron amigos y parientes, e inclusos seres queridos; y todos pudieron charlar y reír, y no faltaron algunas lágrimas y los consiguientes abrazos. Cuando todos se marcharon, yo apenas tuve fuerza para despedirme con un abrazo que me partió el alma en dos. El pre-funeral terminó, los tres meses se quemaron como se consume un cigarrillo... de los que tanto fumó. Un instante, y fueron humo.

Para sorpresa de todos, la fecha marcada en rojo pasó, y el doctor dijo tres meses más -ya saben, estas cosas no son exactas-, y ella organizó llena de alegría una fiesta igual, otra despedida, y pasaron de nuevo las mismas visitas, y hubo más risas, y otras lágrimas... y mientras ese tiempo pasaba seguíamos probando un nuevo tratamiento experimental, pero que no esperásemos gran cosa. Me despedí de ella con un abrazo que me partió el alma en dos. Otra vez.

Los tres meses extra pasaron volando, y el médico dijo que aquello era un milagro, algo increíble, que el tratamiento prolongaría lo inevitable, y que quizás seis meses más, como mucho. Ella organizó otra despedida más y al final de esa despedida le di un abrazo más... En aquel momento yo ya estaba roto por dentro, en cada adiós mi alma partida en más pedazos.

Pasados los seis meses últimos, le supliqué que no volviera a hacer una nueva despedida, uno de esos pre-funerales infinitamente desesperantes… pero ella insistía en que cada segundo más era un regalo, y quería compartirlos con todo el mundo. Yo no asistí a esa fiesta. Salí a la calle aquella noche, y las farolas me miraban esculpiendo la noche... acusadoras. Ella siguió repartiendo risas y lágrimas y abrazos. 

Han pasado dos años desde aquella noche, y ella sigue celebrando sus macabras exequias a las que cada vez acude menos gente; para mí ya fue duro despedirme de ella una vez pero nada comparable a esta eterna despedida, a este infinito adiós que me mantiene anclado al fondo del abismo de la incertidumbre. Es enormemente doloroso estar cerca de ella sabiendo que la despedida se repetirá una y otra vez cada día en un bucle demoledor hasta que llegue el momento; sabiendo que cada día puede ser el último. Y aquí sigo, en pie, junto a ella. Sí sé que no era la muerte, pues yo estaba de pie y todos los muertos están acostados. No, no era la muerte. Era peor.

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