por Ricardo San Martín
Al verme enfrascado en mi lectura comentó Manuel de forma escueta:
- Yo le conocí.
Interrumpido por aquellas primeras palabras, levanté la vista, le miré y dije:
- Perdón, conoció... ¿a quién?
- Al autor del libro, a Arturo Pérez Reverte. Coincidimos en varias ocasiones entre el 92 y el 95. Él estaba destinado como corresponsal de guerra y yo estaba destacado con mi unidad como artillero, pero en labores humanitarias, bajo el amparo de la ONU.
Dejé la lectura y me interesé por su experncia profesional y vital en aquella guerra que dio al traste con la unión de la antigua Yugoslavia. Hablar con alguien que ha estado en primera línea de fuego es una oportunidad privilegiada para saber cómo ocurrieron los hechos y qué vivencias tuvo en aquellas peligrosas circunstancias.
- Debió de ser duro, con la muerte rondando día a día.En sucesivos días y sesiones de radioterapia, mientras estábamos en la sala de espera, tuve ocasión de conocer a Manuel y sus múltiples experiencias en Bosnia. Me impresionaban sus palabras:
- Pérez Reverte lo describe muy bien. Me refiero a las tres formas en que te pueden matar en una guerra: la primera que te salga el número y te toque, la segunda es la impericia de los novatos y la tercera, la más frecuente, es que se cumpla la ley de probabilidades. Tuve ocasión de ver casos de cada una de ellas.
- ¿Qué tipo de misiones llevaba a cabo en Bosnia?
- De todo tipo, principalmente labores humanitarias. Quizás piense que es una gran labor, pero le puedo asegurar que corres un peligro doble ya que puedes recibir ataques de ambas partes beligerantes. Ya sabe, el caso de dos personas que se están peleando, llegas a separarles y eres tú quien recibe un puñetazo.
- Aquella fue una guerra sucia. Más sucia que otras que he visto. Una guerra con muertes masivas por limpieza étnica, con violaciones de mujeres y niñas por ambas partes, sobre todo de las milicias croatas del HVO. Occidente dejó hacer a Radovan Karadzic y éste perpetró un genocidio. Nosotros formábamos parte del Spabat, el batallón español de UNPRAFOR. Nos acusan de que fuimos benevolentes con los serbios. Puede ser: tratábamos de no perecer en medio de aquella vorágine. Cuando me subía en el blindado para acudir a una misión acostumbraba a decir: Conmigo no vengas. Era una frase talismán que trataba de alejar de mi vera la muerte. Y es que la muerte te acechaba en cada esquina, en cada carretera, en cada puente. Todos disparaban: serbios y croatas. Era difícil que no te alcanzara un francotirador, meterte en un fuego cruzado, no pisar una mina... Conmigo no vengas. Repetí aquella frase cientos de veces antes de subirme en el blindado. Sabía que la muerte podía viajar conmigo. Lo vi con otros compañeros, como Arturo y Francisco Jesús, como Agustín e Isaac, jóvenes llenos de vida que volaron por los aires al pasar sobre una mina. Allí, delante de mis ojos. Yo, supersticioso, creía alejar la muerte con mis palabras: Conmigo no vengas. Y funcionó, como le digo funcionó. La muerte se mantuvo alejada de mí, acechante, traicionera, pero sin subirse a nuestro carro. Conmigo no vengas, lo decía en voz alta, convencido, mientras recorríamos Vukovar, Osijek, Sarajevo, Dobrinja o Mostar. Conmigo no vengas, y la muerte parecía hacer caso de mi orden; total a ella le daba igual uno que otro, tenía cientos, miles de personas donde elegir. Por fin, después de tres años las cancillerías europeas se decidieron a poner un final pactado a aquella guerra que dejó los Balcanes llena de fosas comunes, cuerpos mutilados y ruinas por doquier. Me subí en el avión de regreso a España con una sensación agridulce: la muerte había campado a sus anchas en Bosnia, yo había hecho mi trabajo, ayudando a civiles de uno y otro bando. Había sobrevivido una vez más. Fue al cabo de unos meses de mi regreso a Granada cuando empecé a notar las molestias en el pecho. Los médicos de La Inmaculada me diagnosticaron un cáncer de pulmón. ¿Causa? Vete a saber: los gases que inhalábamos en el blindado, algunas armas biológicas que nos encargamos de inutilizar, los cigarrillos que pretendían calmar los nervios y el miedo... Al final, la muerte pareció subirse conmigo en el avión y venirse a casa. Aquí estoy, luchando contra ella con quimio y radioterapia. Cada día antes de coger el coche para venir a las sesiones que han de combatir el tumor pulmonar digo en voz alta...Conmigo no vengas.
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