Quijotes desde el balcón

miércoles, 1 de noviembre de 2017

Noche infernal

por Colorado Jim

El 30 de octubre los padres de Elisabeth se fueron a su pueblo para hacer una visita al cementerio donde reposaban los restos de sus padres. No volverían hasta el día siguiente para celebrar la noche de Halloween. Su hija Elisabeth se quedaba sola en casa, ya que les había dicho que se iría su amiga Elsa a dormir con ella.

Ya había anochecido y en el salón se encontraban Elisabeth, Elsa y Adam, esperando a que llegaran Aarón y su novia Alanís. Todos eran amigos de la Universidad y habían quedado para juntarse en casa de Elisabeth, para hacer una sesión de güija. Elisabeth les decía en esos momentos:
- Bueno Adam, tú ya sabes cómo son nuestros disfraces. ¿Dinos de qué vas a salir tú disfrazado?
- ¿Yo? de Jack, el destripador.
- Eso ya está muy visto -exclamó Elsa-, y si no recuerdo mal es el mismo que llevaste el año pasado.
- Sí, pero a mí me gusta.
- Está bien ¡qué más da de una manera que de otra! -dijo Elisabeth mirando el reloj de su muñeca-. Parece que Aarón y Alanís, se tardan demasiado. A lo mejor no vienen
- Yo no lo creo Elisabeth, Aarón no se perdería lo de esta noche por nada del mundo -dijo Adam riendo, y en esos instantes sonó el timbre del portero automático.
Los tres estaban bastante nerviosos a consecuencia de lo que iban hacer cuando llegaran Aarón y Alanís. Al sentir el timbre se sobresaltaron en sus asientos mirándose entre sí.
- Creo que ya están aquí -dijo Elisabeth, mientras se incorporaba para abrir la puerta, y sin preguntar pulsó el botón que abría la verja para, a continuación, abrir la puerta de la casa, quedándose a la espera hasta que Aarón y Aranís asomaron entre la niebla-. ¿Qué os ha pasado? ¡Cualquiera diría que habéis visto al mismísimo diablo! ¡Ya creíamos que no íbais a venir! -dijo Elisabeth mientras cerraba la puerta.
- Por favor Elisabeth, no menciones esta noche al diablo.
- ¡Aarón! ¿Por qué dices eso? ¿Ha pasado algo?
- ¡Claro que ha pasado! He atropellado a una persona a unos cien metros de aquí por culpa de la niebla, que no se ve a tres palmos.
- ¿No lo habréis abandonado? -exclamó Elisabeth muy seria.
- ¿Qué íbamos abandonar? Si cuando he bajado del coche para socorrerle allí no había nada.
- Entonces no tenéis de qué preocuparse -le respondió Elisabeth.
 Una vez que Aarón se quedó más tranquilo dijo a Elisabeth, mirando a un extremo del salón:
- ¿Quién es ese de la barba?
- ¡Ah! ¡Ese del cuadro es mi tatarabuelo!
- ¡Qué personaje más pintoresco!
- ¡Ya lo creo! -asintió Elisabeth.
- Bueno, ¿Qué es lo que vamos hacer? -preguntó Aarón dirigiéndose a los demás, que escuchaban a Alanís contar el atropello.
- Ahora lo verás.
- ¡Venga! ¡rápido! a dejar el centro del salón libre mientras yo traigo lo necesario para la güija -dijo Elisabeth.
Ésta no tardó mucho en aparecer con todo lo necesario para hacer una buena sesión de espiritismo. Los cuatro hablaban entre ellos, mientras Elisabeth, con una tiza, trazaba en el suelo del salón un círculo con cinco puntas semejante a una estrella de cinco puntas bastante grande.
- Yo creo que estamos locos -comentó Aarón, pensando en lo que iban hacer y en el atropello.
- ¡Ja, ja, ja! ¿No dirás ahora que tienes miedo? -exclamó Adam entre risas.
- ¡Sí, tu ríete! Pero como venga ese de las barbas ya veremos si te ríes.
- Una vez terminada la estrella, Elisabeth colocó en cada punta una vela.
- ¡Venga! dejarse de tonterías y ponerse de rodillas, cada uno frente a una vela, que voy a apagar la luz.
Cuando la habitación quedó en penumbras y sólo con la tenue luz de las velas, el salón tenía un aspecto siniestro provocando, en los allí reunidos, un escalofrío que les recorría la espina dorsal mientras por sus frentes fluían pequeñas gotas de sudor.

Elisabeth no había terminado de hablar cuando sintieron un fuerte golpe en un extremo del salón. Los cinco aterrorizados se soltaron de las manos poniéndose de pie como impulsados por un invisible resorte. Éstos se relajaron un poco cuando vieron que se trataba del viejo cuadro, que sin explicación ninguna se había desprendido de la pared.

Discutían sobre seguir con la sesión o dejarlo para otro día, cuando alguien dio unos golpes en la puerta. Todos se miraron sin saber qué hacer ni qué decir.
-Ya os habéis dejado la puerta abierta -dijo finalmente Elisabeth.
Los dos aludidos se miraron mientras se encogieron de hombros.
- ¿No serán tus padres? -dijo Aarón con estupor.
- ¡No lo creo! -contestó Elisabeth bastante preocupada ya que sus padres no sabían nada de todo aquel lío.
- Ven conmigo, Aarón -le invitó Elisabeth mientras se aproximaba a la puerta.
Aarón asintió con la cabeza y se fue detrás de Elisabeth. Los demás temblaban como las hojas de un árbol movidas por el viento, mientras en la calle seguían golpeando con furia la puerta.
-¡Ya voy! ¡Ya voy!
En el momento que la puerta cedió, el visitante desde el exterior empujó con violencia pillando desprevenidos a Elisabeth y a Aarón que cayeron sobre la tarima del piso mientras los demás gritaban aterrorizados al ver aquella figura ensangrentada, y cómo con un cuchillo en la diestra apuñalaba, una y otra vez a los dos inocentes que habían tenido la idea de abrir la puerta. Adam, corrió por las escaleras a refugiarse en el piso de arriba. Mientras, Elsa y Alanís se escondían detrás del sofá, pero ya era tarde: aquel energúmeno se dio cuenta y cuando las tuvo a su alcance, blandió el cuchillo apuñalándolas sin compasión. Cuando dejó de dar puñaladas se incorporó y con los ojos ensangrentados se quedó mirando la sangre que salía por debajo del sofá, y sin más, salió a la calle diciendo:
- ¡Vosotros ya no apuñaláis a nadie más!
Al quedar la casa en silencio, Adam con precaución bajó la escalera con los ojos desmesuradamente abiertos, miró el reguero de sangre que poco a poco iba cubriendo el círculo que Elisabeth había trazado con una tiza, y aterrorizado se acercó hasta donde yacían los cuerpos de Elisabeth y de Aarón.

Horrorizado se inclinó sobre ellos y en ese momento algo punzante le atravesó las entrañas, cayendo de bruces sobre sus dos amigos y compañeros de Universidad mientras el asesino salía fuera perdiéndose en la espesa niebla que cubría las calles de la ciudad.

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